1 de agosto, ayer, inicio de la
presunta modorra veraniega, y quizás amparado en esa sensación de que toda
decisión tomada en estas fechas ni suscita interés ni debate, el
gobierno decidió el cierre definitivo de la central nuclear de Garoña, la
más antigua y pequeña de las que se mantienen operativas en España. Garoña en
la práctica llevaba parada más de cuatro años, a la espera de que Nuclenor, la
empresa que la gestiona (Iberdrola y Endesa a medias) y el gobierno se pusieran
de acuerdo sobre los costes e inversiones necesarios para reabrirla tras la
ampliación de medidas de seguridad derivadas, entre otras cosas, del accidente
de Fukushima.
Hace pocos meses Iberdrola, una
de las dos dueñas, dio ya la central por perdida y cerrada, alegando que los
costes derivados de esas reformas hacían que no pudiera ser rentable. Endesa,
la otra dueña, no se pronunció, pero dejó entrever que no compartía la idea. La
presión política y mediática ha hecho el resto y el gobierno ha tomado la
decisión menos costosa en términos de imagen pública, contradiciendo su
discurso oficial, que fue contrario al cierre mientras gobernaba el PSOE, que
veía con buenos ojos la clausura de la central. Los cuatrocientos trabajadores
de la central ya saben, desde ayer, que son carne de desempleo y el valle de
Tobalina, al norte de Burgos, en el que se encuentra la instalación, perderá su
única industria y, pese a las declaraciones oficiales, se enfrenta al abandono
y olvido por parte de unas administraciones que, una vez tachada Garoña, no
oirán reivindicación alguna proveniente de aquellas bonitas, remotas y poco
pobladas tierras. Este es el preámbulo del proceso de estudio de la ampliación
de la vida útil del resto del parque de centrales, que si no recuerdo mal son
cuatro: Almaraz en Extremadura, Cofrentes en Valencia, Vandellos II en
Tarragona y Trillo en Guadalajara. Cada una de ellas, creo recordar, posee dos
grupos generadores del entorno de 1.000 megavatios de potencia, y en
condiciones normales ofertan entorno al 20% del consumo eléctrico nacional. A esta hora, datos de las 07:50 que
pueden consultar en la web de Red Eléctrica, la nuclear supone el 23,71%
del origen de la electricidad que se está consumiendo. Ese porcentaje caerá a
lo largo del día, cuando la subida de demanda haga que nuevas fuentes entren en
el sistema, y se disparará por la noche, donde fácilmente una cuarta parte de
la producción es nuclear. Son centrales que no paran nunca, salvo en el proceso
de recarga de combustible, y no emiten CO2 a la atmósfera, por lo que su
contribución al calentamiento global es nula. De momento, y ante la pasividad
de todas las administraciones, no se ha construido el almacén temporal
centralizado de residuos, por lo que cada una de ellas los acumula en sus
piscinas, que en algunos casos se encuentran cerca de su nivel de saturación.
El proceso de desmontaje de Garoña será lento, durará muchos años y dará
trabajo y, quizás, problemas. La gestión de los residuos de la central será uno
de los principales problemas de ese trabajo que, actualmente ya se realiza
tanto en Vandellos I, cerrada por deficiencias técnicas, como en Zorita, la
menor de las centrales, la más vieja y la que se cerró antes. A día de hoy, con
las tecnologías que tenemos, y la incapacidad de almacenaje de la electricidad,
es imposible renunciar a las nucleares en España salvo que se quiere asumir,
conjuntamente, un incremento de los precios y un disparo en el nivel de
emisiones de CO2. Cierto es que el peso de las renovables crece cada día en el
mix energético, lo que es una excelente noticia, pero por definición su
rendimiento es muy variable, fascinante en días de viento, en los que la eólica
puede suministrar más de la mitad del consumo nacional, y nulo en jornadas como
las de hoy, de pesado anticiclón de verano que no mueve una hoja. La solar, por
su parte, está a un nivel de desarrollo inferior y, aunque mejora cada día, aún
le queda mucho para ser tan productiva como su “hermana” de los molinos.
Por ello, decidir el cierre o
mantenimiento de las nucleares en España, a día de hoy, no es una cuestión técnica
sino política. Es posible que en unos años las nuevas tecnologías permitan
prescindir de ellas, pero hoy en día eso no es posible. Y sobre los riesgos y
contaminación asociados a las mismas, lo cierto es que ojalá la fundición y
otras fábricas que llevan décadas echando pestes junto a mi piso de Elorrio, y
ahí siguen, fueran controladas, monitorizadas y silenciosas centrales nucleares.
Se a ciencia cierta que esas emisiones son nocivas, pero a nadie le importan,
porque no hay eco mediático por una protesta ante una fundición, y sí si en la
imagen de los manifestantes se recorta la silueta de un edifico de contención
de un reactor.
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