Si algún día sale a la luz, el
sexto libro de Juego de Tronos llevaría ese título, “Vientos de invierno” según
ha comentado el escritor George RR Martin, quizás el hombre del que más
seguidores esperan que acabe su obra. Como Martin escribe lento, y hace otras
cosas entre medias, los inviernos se suceden en la Tierra, se acercan a
Poniente, y de vez en cuando entran ráfagas de viento que anuncian que los
calores se acaban. O por lo menos que ya están maduros y con su final cercano.
Esto es lo que ha sucedido esta semana en Madrid, donde el sábado y domingo
vivíamos a cuarenta grados con noches de infierno y el vendaval de esta noche a
congelado a más de uno.
Quitando la franja cantábrica,
donde son días sueltos los que podemos denominar verano, entre una secuencia
casi ininterrumpida de nubes y lloviznas, en el resto del país la estación se
está comportando de manera algo irregular, con picos de calor disparatado, en
los que volver a los cuarenta supone un gran alivio, junto con episodios de
tormentas intensas, principalmente localizados en el este del país y zonas
cercanas al Mediterráneo. Aragón, sobre todo en su parte sur, este de Castilla
la Mancha y Cataluña están viviendo meses de carrusel, en los que baten sus
máximas y, en pocos días, registran pedrisco y tormentas de lo más virulento,
en una secuencia de tórrida tranquilidad y salvaje inestabilidad que se encadena
sin fin. En el resto del país la situación es bastante más tranquila, con
subidas y bajadas de los termómetros, pero con cielos de lo más aburrido y
carentes si quiera de cúmulos de desarrollo. Castilla León, Madrid, Extremadura
y Andalucía, sobre todo la parte oeste, viven un verano de lo más aburrido, una
vez que pasó la DANA del 6 7 de julio. Desde entonces, días clónicos, monótonos
en sus azules celestes y ausencia de nubes, en los que lo más relevante es
comprobar cómo se nota que van acortando de manera progresiva e imparable tanto
en el amanecer como al anochecer. Días carentes de gracia en los que el tiempo
apenas supone tema de conversación en los ascensores, salvo cuando el calor
aprieta o se comentan las tormentas que están teniendo en el este y levante. El
descenso de las temperaturas registrado ayer y hoy, anunciado, ha sido tan
brusco como cierto. Ya ayer alcanzamos sólo 30 grados en Madrid, y ese sólo no
va con comillas, porque para agosto en esta ciudad 30 de máxima es un valor
bastante bajo, y hoy nos quedaremos en el entorno de los 27, tras una noche de
otoño cerrado en la que el vendaval que se desató ayer por la tarde, de intenso
componente norte, ha logrado enfriar a todo lo que se encontrara a su paso. Cuando
se levantó el viento mucha gente abrió las ventanas para refrescar la casa,
pero no tardaron demasiado en entornarlas para protegerse de un recio vendaval
que agitaba los árboles con fuerza, furia por momentos, y que rebajaba las
temperaturas mucho más de lo que muchos esperaban. Tras semanas sin hacerlo,
esta noche he dormido con la persiana bajada y ventana cerrada, cosa que quizás
no hacía desde la DANA del 6 7 de julio. Sospecho que ayer por la tarde y hoy
mismo serán momentos de baja demanda en las piscinas, de vasos y duchas medio desiertas
y ambiente lánguido, inapropiado para un 10 de agosto, pero que no cunda el pánico,
ni entre usuarios ni empleados del sector. A partir de mañana las temperaturas
vuelven a subir, y regresaremos a los habituales treinta y tantos que
caracterizan el mes, pero con el recuerdo, muy típico de agosto, de que lo más
duro y luminoso del verano, en teoría, ya ha pasado, y que poco a poco
caminamos con paso firme hacia un otoño que nos devolverá las farolas tempraneras
y la manga larga como prensa habitual de vestimenta. Hoy esas mangas largas
reconquistan terreno, mañana retrocederán, pero se saben a la espera,
agazapadas en el armario.
Lo que no hace es llover. Las tormentas
a las que antes me refería refrescan algo donde caen, provocan algún destrozo y
pueden ser útiles para el terreno en el que se depositan, y a veces ni eso,
pero apenas contribuyen a llenar embalses ni a regenerar cauces de ríos. La
sequía persiste, las reservas hídricas no
dejan de bajar, estamos al 46% de media nacional a datos del 8 de agosto, y
más nos vale que el otoño que viene sea generoso en precipitaciones, porque de
lo contrario el desastre puede ser monumental. Ya este año la falta de lluvia
se puede medir en cosechas perdidas y pobreza en las zonas afectadas. Confiemos
en que acabe lloviendo, ahorremos toda el agua que podamos y que esos vientos
de Martin, que han enseñado la patita, vengan cargados de generosos frentes atlánticos.
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