La
escena es propia de una película de mafiosos, de los de verdad, de los que
carecen de estilo y son pura violencia. Tomada desde abajo, lo que impone
aún más, muestra a Eduardo Martín, presidente de la asociación mayoritaria del
sector de las VTC, esperando en un aparcamiento, dice la crónica que para ser
entrevistado por una televisión. De repente, un grupo de personas aparece por
el lado derecho de la imagen y empiezan a increpar a Eduardo, a empujarlo, y
sin solución de continuidad, uno de ellos le suelta un porrazo en la cara, que
hace retirarse al agredido hasta el fondo de la imagen, en busca de socorro,
imagino que lleno de miedo.
Ahora es Málaga la ciudad que
vive en primera línea las protestas del sector del taxi por la irrupción de la
competencia en lo que hasta hace poco era su monopolio. El desplazamiento de
turistas a las zonas de costa hace que en estos días sea en esas localidades
donde se den las noticias y, también, los conflictos. A medida que retornen los
residentes a Madrid y Barcelona, volverán a ser las capitales el escenario de
protestas y broncas entre los taxistas, las fuerzas de seguridad y la
ciudadanía en general. En lo que llevamos de año este conflicto intermitente
cada vez va a más, y como ya he expresado en más de una ocasión, son los
taxistas los mayores perdedores de una actitud que demuestra hasta qué punto
están dispuestos a llegar para mantener una situación de privilegio que ha
durado décadas. Puedo entender que muchos de ellos se sientan estafados. Les
dijeron que entrar en esa profesión era un chollo, un trabajo duro, sí, pero
con ingresos seguros. Te arruinas para hacerte con una licencia, que son tan
caras porque existe un acuerdo entre los gobiernos responsables y los taxistas
para limitar el número de los mismos. Y una vez conseguida la licencia, a
trabajar ya a ganar dinero seguro. Afortunadamente el gremio del taxi no logró que
las autoridades suprimieran el transporte público, porque es una de sus
principales competencias, pero seguro que a alguno de sus integrantes se le
llegó a ocurrir la idea. Durante muchos años el sector se mantuvo inalterado, y
las administraciones, gestoras de un monopolio, recaudando, y el consumidor,
sufridor de ambas partes, pagando un exceso por un servicio que podía ser bueno
o malo, no había manera de saberlo. La tecnología ha logrado digitalizar el
servicio de transporte, y junto con la desregulación proveniente de Bruselas
(bendita UE) dos competencias han aparecido en ese mundo, los coches y motos eléctricos
de alquiler, que para el caso de Madrid funcionan dentro de la M30, y los VTC,
licencias de alquiler de vehículos con conductor. Ambos se gestionan a través
de apps en el smartphone y ofrecen un servicio más barato que el de la tarifa
regulada de taxi y que puede ser valorado por el consumidor en el caso de los
VTC, por lo que hay presión para que la calidad del servicio aumente. Esto se
ha traducido, evidentemente, en menor negocio para el taxista y, con ello, devaluación
del precio de la licencia, la cara garantía adquirida que permitía mantenerse
en el negocio. Muchos se endeudaron para pagar los cientos de miles de euros
que valía una licencia, que ahora cotiza bastante por debajo de ese valor, y
para muchos taxistas el negocio empieza a no dar dinero. Por tanto, es
comprensible su enfado y protesta, pero creo que se enfrentan a una realidad
nueva que, créanme, les da un pequeño margen de vida para poder cambiar de
negocio antes de que la revolución llegue.
Y es que cuando el coche autónomo
aparezca en nuestras calles, tanto los taxistas como los empleados en VTC y
todos los empleos relacionados con la conducción se verán amenazados de muerte.
Mi consejo para el taxista es sencillo. El tiempo no se frena, más bien
acelera. Aprovecha el tiempo que queda antes de que el coche autónomo llega
para reciclarte, estudiar algo, montar otro negocio, y buscar una salida. Sino,
el coche sin conductor te va a arrollar antes de que seas consciente. Y desde
luego actitudes mafiosas como las vistas ayer en Málaga, que espero sean
atajadas por la policía lo más rápido posible, sólo van a contribuir al
hundimiento de un sector que ya tiene una imagen tocada. Reciclarse o morir. No
queda otra
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