Este agosto se cumplen diez años
del inicio de las convulsiones financieras que, un año después, desatarían la
gran crisis global a partir de derrumbe de Lehmann Brothers. Fue en el verano
de 2007 cuando términos como subprime empezaron a colarse en las páginas de los
medios, los nervios que suscitaban algunos fondos de inversión salieron a la
luz y los apalancamientos, deudas y burbujas empezaron a manifestar su madurez,
en forma de puses que manchaban todo a su alrededor. El gobierno español negaba
la realidad y muchos seguían sin ser capaces de verla. El tiempo nos enseñaría
lo duro e inútil que es navegar contra la corriente.
Diez
años después de aquellas convulsiones, la UE da por oficialmente superada la
crisis. ¿Es esto así? Pues depende. Titular obliga a ser escueto y he
optado por el no, pero en función de que indicador se utilice la respuesta debe
ser matizada. Lo fundamental es que esa crisis ha transformado por completo la
estructura productiva de España, hasta hacerla casi irreconocible. Se ha
liquidado casi por completo un sector, el de la construcción, que empleaba a
muchísima gente y pagaba muy buenos sueldos. Hoy en día las empresas españolas
exportan mucho más que entonces, se han vuelto competitivas tanto por la bajada
de sueldos como por los esfuerzos para conquistar mercados y abrirse al
exterior ante el hundimiento del mercado nacional. El turismo, que entonces era
enorme, ahora es gigantesco, generando una equivalentemente elevada demanda de
puestos de trabajo de remuneración media, y en casi todos los casos inferior a
la a de la construcción. La economía colaborativa ha aparecido a la vez que el
boom del emprendimiento, creándose empresas y nichos de negocio que no existían
y que generan una mayor competencia a sectores clásicos, protegidos de la
misma, y que disfrutaban de privilegios derivados de un pasado ya olvidado.
Podemos dar miles de vueltas, yendo de sector en sector, y veremos que, diez
años después, casi nada es como entonces, para mejor o para peor, depende como
se vea. En los datos macro es cierto que este verano volveremos al nivel de PIB
que alcanzamos en el máximo de 2008, por lo que el agujero de crecimiento queda
cubierto, pero no es menos cierto que lo hacemos con cerca de 1,9 millones de
empleados menos que entonces, lo que nos indica que nos hemos vuelto más
productivos, sí, pero que gran parte de la población no ha recibido aún fruto
alguno de los sacrificios, o lo hace a través de una nómina menguada. Esa es
una de las causas de que la percepción social sea que no hemos salido de la
crisis, porque para millones de españoles así es. Las cuentas públicas, diez
años después, son un paisaje arrasado por la batalla. Desaparecidos para
siempre los ingresos extraordinarios, artificiales, generados por la burbuja,
el déficit público vive en un 100% del PIB y la deuda de la seguridad social no
deja de crecer en un contexto de envejecimiento acelerado de la población (más
pensionistas menos cotizantes) y de nóminas más bajas que aportan menos
ingresos por cotizaciones sociales. El sistema fiscal, necesitado de una
reforma integral para modernizarlo, optimizarlo y adecuarlo a la estructura
productiva del país, sobrevive a base de parches que lo mantienen vivo pero
cada vez más en precario. La inflación, tan deseada por muchos para aliviar
deudas, sigue bajo mínimos, gracias al derrumbe del precio del petróleo, las
eficiencias en mercados antes señaladas por la llegada de servicios tecnológicos
de bajo coste y la contenida demanda interna. Esta baja inflación ha permitido
ganancias reales para algunos sectores como funcionarios y parados, y mitigado
el daño generado por el desempleo en las cuentas familiares. Los tipos de interés
están derrumbados gracias al BCE, que no deja de saltarse normas cada día para
actuar en rescate de la economía, y eso ha salvado, entre otros, a millones de
hipotecados de las cargas de sus préstamos.
¿Cómo le ha ido a usted en estos últimos
diez años? Habrá historias de todo tipo, aunque a buen seguro domine la
amargura en muchas de ellas. Lo trascendental es, como les señalaba, que la
crisis ha cambiado el panorama por completo. La economía de 2017 no es la de
2007, es más robusta en algunos aspectos y sigue siendo frágil en otros. Gran
parte de la recuperación es mérito nuestro, pero otra parte nada desdeñable se la
debemos al BCE, a la UE y a la demanda internacional, que nos compra e inunda
de visitantes. Por eso, anunciar oficialmente el fin de algo tan complejo como
esta crisis me parece, al menos, un error de concepto. Quizás sea necesario
hacer algo así desde el punto de vista político, pero creo que debemos ser
mucho más prudentes, y más teniendo un futuro con incertidumbres como el que
nos aguarda.
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