jueves, agosto 03, 2017

El turismo y sus límites

Año tras año España bate su récord de turistas, convirtiendo a este sector en el tractor de la economía nacional. Representa algo más del 11% del PIB, es una de las principales fuentes de entradas de capitales, crea empleo de manera exagerada y, en ciertas comunidades, como las isleñas y otras mediterráneas, supone casi un monocultivo que las permite alcanzar niveles de renta per cápita muy elevados, siendo el caso de Baleares el más destacado. Puede que este año superemos a EEUU como destino turístico y nos coloquemos como el segundo más visitado del mundo, sólo por detrás de Francia, con cifras en el entorno de los ochenta millones de visitantes, poco menos del doble de nuestra población.

Este disparo de las cifras empieza a causar algunos problemas en zonas clásicas que, cada año, se ven más atestadas. El espacio físico es el que es y no se puede estirar como un chicle. Barcelona y Baleares están en el ojo del huracán en la polémica desatada sobre si ya son demasiados los visitantes y los problemas que generan empiezan a ser superiores a los beneficios. Es un debate complicado, y en ningún momento debemos perder la referencia de la importancia económica del sector del que estamos hablando, porque guste o no, en gran parte vivimos de ello. Antaño se calificaba al turismo como la industria perfecta, porque generaba ingresos y empleo sin mucha necesidad de inversión y sin chimeneas, todo eran ventajas. Esa visión es muy infantil y, claro, errónea. Millones de visitantes a una ciudad a lo largo del año generan todo tipo de efectos, muchos positivos, pero no sólo. La presión a los servicios del lugar visitado, el efecto en los precios locales y en la demanda de alojamiento es incuestionable, y ya había estos problemas antes de la llegada de aplicaciones como airbnb, que han convertido a barrios enteros en zonas de alquiler para turistas. Además de la masificación, está el turista soñado. Los empresarios del sector y las autoridades locales tienen, como principal objetivo, atraer al turista caro, el que se deja mucho dinero, y expulsar al barato, principalmente el adolescente que busca juerga y botellón, y genera problemas de todo tipo. En Baleares tenemos la combinación perfecta de todos los problemas posibles. Espacio limitado y rodeado de agua, invasión turística, llenazo de zonas de ocio con borrachos ingleses y de todos los países imaginables y saturación de zonas de élite como son Ibiza o Formentera. La situación para los residentes es complicada y, la verdad, imposible para los que buscan trabajo allí o son destinados a esas islas, porque el disparo de demanda y precio les imposibilita conseguir una simple cama donde dormir, dado que todas están subastadas al mejor, y muy caro, postor. ¿Cómo controlar esto? Es difícil, pero la primera vía y más sencilla es la del precio. Si el gobierno regional debe proporcionar, digamos, alojamiento a los médicos que trabajan en el hospital de Ibiza que no tienen donde dormir, puede ofertar residencias o pisos pagados con una tasa impuesta al turista, o a las empresas del sector. Al igual que a las industrias con “chimenea” se les penaliza por la contaminación que generan, tiene sentido que las autoridades locales, regionales o nacionales planteen impuestos al sector que ayuden a controlar los problemas que surgen de la masificación, impuestos que obviamente no se implantarían en zonas donde esos problemas no existen, porque tratan de conseguir ingresos para resolver un problema. Si el problema no se da, la voracidad recaudatoria no está justificada.


Este debate viene de lejos, principalmente en zonas ya al borde del colapso, como es Venecia, convertida en parque temático, y no se han encontrado soluciones sencillas ni rápidas. Lo que obviamente es un disparate son las acciones violentas que algunos macarras, emulando la kale borroka, empiezan a desarrollar en Barcelona y Palma, hechos no sólo condenables sino, también, estúpidos. Y lo que no podemos olvidar nunca es que uno mismo también es turista cuando viaja a otros lugares, se convierte en “chimenea” que, normalmente, busca la experiencia de la visita sin reparar mucho en los residentes locales. Pensemos en ello en nuestra próxima estancia y, si estamos en un lugar muy lleno de gente, tengámoslo presente a la hora de implantar medidas de control. Necesarias, sí, pero lógicas y para todos.

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