Año tras año España bate su
récord de turistas, convirtiendo a este sector en el tractor de la economía
nacional. Representa algo más del 11% del PIB, es una de las principales
fuentes de entradas de capitales, crea empleo de manera exagerada y, en ciertas
comunidades, como las isleñas y otras mediterráneas, supone casi un monocultivo
que las permite alcanzar niveles de renta per cápita muy elevados, siendo el
caso de Baleares el más destacado. Puede que este año superemos a EEUU como
destino turístico y nos coloquemos como el segundo más visitado del mundo, sólo
por detrás de Francia, con cifras en el entorno de los ochenta millones de
visitantes, poco menos del doble de nuestra población.
Este disparo de las cifras
empieza a causar algunos problemas en zonas clásicas que, cada año, se ven más
atestadas. El espacio físico es el que es y no se puede estirar como un chicle.
Barcelona y Baleares están en el ojo del huracán en la polémica desatada sobre
si ya son demasiados los visitantes y los problemas que generan empiezan a ser
superiores a los beneficios. Es un debate complicado, y en ningún momento
debemos perder la referencia de la importancia económica del sector del que
estamos hablando, porque guste o no, en gran parte vivimos de ello. Antaño se
calificaba al turismo como la industria perfecta, porque generaba ingresos y
empleo sin mucha necesidad de inversión y sin chimeneas, todo eran ventajas.
Esa visión es muy infantil y, claro, errónea. Millones de visitantes a una
ciudad a lo largo del año generan todo tipo de efectos, muchos positivos, pero
no sólo. La presión a los servicios del lugar visitado, el efecto en los
precios locales y en la demanda de alojamiento es incuestionable, y ya había
estos problemas antes de la llegada de aplicaciones como airbnb, que han
convertido a barrios enteros en zonas de alquiler para turistas. Además de la
masificación, está el turista soñado. Los empresarios del sector y las
autoridades locales tienen, como principal objetivo, atraer al turista caro, el
que se deja mucho dinero, y expulsar al barato, principalmente el adolescente
que busca juerga y botellón, y genera problemas de todo tipo. En Baleares
tenemos la combinación perfecta de todos los problemas posibles. Espacio
limitado y rodeado de agua, invasión turística, llenazo de zonas de ocio con
borrachos ingleses y de todos los países imaginables y saturación de zonas de
élite como son Ibiza o Formentera. La situación para los residentes es
complicada y, la verdad, imposible para los que buscan trabajo allí o son
destinados a esas islas, porque el disparo de demanda y precio les imposibilita
conseguir una simple cama donde dormir, dado que todas están subastadas al
mejor, y muy caro, postor. ¿Cómo controlar esto? Es difícil, pero la primera vía
y más sencilla es la del precio. Si el gobierno regional debe proporcionar,
digamos, alojamiento a los médicos que trabajan en el hospital de Ibiza que no
tienen donde dormir, puede ofertar residencias o pisos pagados con una tasa impuesta
al turista, o a las empresas del sector. Al igual que a las industrias con “chimenea”
se les penaliza por la contaminación que generan, tiene sentido que las
autoridades locales, regionales o nacionales planteen impuestos al sector que
ayuden a controlar los problemas que surgen de la masificación, impuestos que
obviamente no se implantarían en zonas donde esos problemas no existen, porque
tratan de conseguir ingresos para resolver un problema. Si el problema no se
da, la voracidad recaudatoria no está justificada.
Este debate viene de lejos,
principalmente en zonas ya al borde del colapso, como es Venecia, convertida en
parque temático, y no se han encontrado soluciones sencillas ni rápidas. Lo que
obviamente es un disparate son las acciones violentas que algunos macarras,
emulando la kale borroka, empiezan a desarrollar en Barcelona y Palma, hechos
no sólo condenables sino, también, estúpidos. Y lo que no podemos olvidar nunca
es que uno mismo también es turista cuando viaja a otros lugares, se convierte
en “chimenea” que, normalmente, busca la experiencia de la visita sin reparar
mucho en los residentes locales. Pensemos en ello en nuestra próxima estancia
y, si estamos en un lugar muy lleno de gente, tengámoslo presente a la hora de
implantar medidas de control. Necesarias, sí, pero lógicas y para todos.
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