Hoy se reúnen nuevamente Eulen,
la empresa concesionaria del servicio de vigilancia y seguridad, con los
empleados, y AENA como mediadora, para
tratar de alcanzar un acuerdo que ponga fin a la huelga parcial, que empezó
como encubierta y amenaza con ser indefinida, que ha convertido al aeropuerto
barcelonés en una fábrica de colas, esperas, hartazgo e indignación. La noticia
sobre este conflicto empezó a circular hace ya un par de semanas, pero hasta
que las dimensiones del problema creado no han llegado a los medios
internacionales y se ha golpeado la imagen del país AENA no ha movido un dedo.
Claro ejemplo de improvisación y de falta de respuesta ante un problema que no
hacía más que crecer.
Lo que los trabajadores de El
Prat han descubierto, con el boom del turismo y la posición que ocupan los
aeropuertos en esta industria, es que disfrutan de una enorme posición de
poder, y eso les permite presionar de manera mucho más efectiva. Les sucede
como a los conductores del metro de las ciudades, que son el personal más
mimado de entre todos los que trabajan en el suburbano, y no porque su trabajo
sea el más importante o peligroso o arriesgado, no, sino porque un paro de
ellos genera que el servicio, simplemente, deje de existir. Esa situación de
poder provoca muchas veces abusos, que son criticados con razón cuando es la
banca la que se ha comportado de esa manera prepotente pero que son silenciados
cuando otros colectivos actúan de igual manera. Desconozco cuales son las
condiciones laborales de los empleados de El Prat, de esta y del resto de
contratas, y si son comparables a las de otros aeropuertos españoles, pero es
evidente que tras este conflicto los trabajadores de Eulen van a convertirse en
la élite del aeropuerto, y todo ello gracias a la repercusión mediática de un
conflicto planteado en la primera industria nacional en el momento de máximo
auge de visitantes en el país. Hace unos años vimos, con el caso de los
controladores, cómo la posición de fuerza más absoluta puede trocarse en
debilidad en caso de abusar en exceso de ella. Era habitual que hubiera huelgas
de controladores en las operaciones salida y llegada de las vacaciones,
buscando mejoras salariales y de condiciones en una profesión difícil, sí, pero
que ya por aquel entonces tenía fama bien ganada de estar muy remunerada. El
pulso periódico de los controladores logró poner en su contra a todo el país,
harto de ser un rehén en sus manos, y cuando decretaron una huelga salvaje en
el puente de la Constitución, generando el caos más absoluto, el gobierno optó
por militarizar las torres de control y quitar el “juguete” a quienes habían
sido demasiado infantiles para divertirse con él. Tras aquel escándalo, los
controladores aceptaron muchas medidas laborales que rechazaban hasta el
momento sin discusión alguna, y desde entonces no se ha vuelto a producir una
sola huelga en el sector, a sabiendas de que de declararla a lo mejor deben
pedir asilo político en la torre de control para evitar la acción del gobierno
y la ira de los pasajeros, que ya saben dónde están. ¿Corren los trabajadores
de Eulen el mismo riesgo? No, porque su posición no es tan estratégica, pero su
táctica negociadora es muy similar al del gremio del radar, y eso les hace ser
bastante antipáticos a la población que, sin duda, es la sufridora del
conflicto, no tanto la propia Eulen o AENA, que reciben el golpe en una segunda
derivada bastante más suave. Visto el ejemplo de esos trabajadores, otros
amenazan con desarrollar huelgas similares, y el aeropuerto barcelonés, de
momento sólo ese, amenaza con ser noticia informativa por motivos económicos y
sociales durante todo el verano, o al menos hasta que acabe el mes de agosto,
punta vacacional y preludio de un otoño muy caliente y, también, catalán.
Lo que no tiene sentido alguno en
este asunto es el uso partidista que algunos iluminados realizan de la huelga.
Creía haber visto de todo, pero cada día compruebo mi más absoluta ingenuidad. Varios
independentistas se dedicaban ayer a repartir panfletos en El Prat anunciado
que en la república catalana estas huelgas y conflictos no existirían, en
un acto de populismo, demagogia y falsedad que es una doble tortura inflingida
a los ya muy castigados pasajeros que residen en las interminables colas, y una
muestra de que los repartidores no viven siquiera en las nubes de su ensoñación,
sino mucho más allá, en el Valhala paradisíaco de la felicidad absoluta. Qué peligro
tienen estos manipuladores, qué miedo provocan sus dementes acciones.
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