martes, agosto 08, 2017

La mala gestión en la huelga de El Prat

Hoy se reúnen nuevamente Eulen, la empresa concesionaria del servicio de vigilancia y seguridad, con los empleados, y AENA como mediadora, para tratar de alcanzar un acuerdo que ponga fin a la huelga parcial, que empezó como encubierta y amenaza con ser indefinida, que ha convertido al aeropuerto barcelonés en una fábrica de colas, esperas, hartazgo e indignación. La noticia sobre este conflicto empezó a circular hace ya un par de semanas, pero hasta que las dimensiones del problema creado no han llegado a los medios internacionales y se ha golpeado la imagen del país AENA no ha movido un dedo. Claro ejemplo de improvisación y de falta de respuesta ante un problema que no hacía más que crecer.

Lo que los trabajadores de El Prat han descubierto, con el boom del turismo y la posición que ocupan los aeropuertos en esta industria, es que disfrutan de una enorme posición de poder, y eso les permite presionar de manera mucho más efectiva. Les sucede como a los conductores del metro de las ciudades, que son el personal más mimado de entre todos los que trabajan en el suburbano, y no porque su trabajo sea el más importante o peligroso o arriesgado, no, sino porque un paro de ellos genera que el servicio, simplemente, deje de existir. Esa situación de poder provoca muchas veces abusos, que son criticados con razón cuando es la banca la que se ha comportado de esa manera prepotente pero que son silenciados cuando otros colectivos actúan de igual manera. Desconozco cuales son las condiciones laborales de los empleados de El Prat, de esta y del resto de contratas, y si son comparables a las de otros aeropuertos españoles, pero es evidente que tras este conflicto los trabajadores de Eulen van a convertirse en la élite del aeropuerto, y todo ello gracias a la repercusión mediática de un conflicto planteado en la primera industria nacional en el momento de máximo auge de visitantes en el país. Hace unos años vimos, con el caso de los controladores, cómo la posición de fuerza más absoluta puede trocarse en debilidad en caso de abusar en exceso de ella. Era habitual que hubiera huelgas de controladores en las operaciones salida y llegada de las vacaciones, buscando mejoras salariales y de condiciones en una profesión difícil, sí, pero que ya por aquel entonces tenía fama bien ganada de estar muy remunerada. El pulso periódico de los controladores logró poner en su contra a todo el país, harto de ser un rehén en sus manos, y cuando decretaron una huelga salvaje en el puente de la Constitución, generando el caos más absoluto, el gobierno optó por militarizar las torres de control y quitar el “juguete” a quienes habían sido demasiado infantiles para divertirse con él. Tras aquel escándalo, los controladores aceptaron muchas medidas laborales que rechazaban hasta el momento sin discusión alguna, y desde entonces no se ha vuelto a producir una sola huelga en el sector, a sabiendas de que de declararla a lo mejor deben pedir asilo político en la torre de control para evitar la acción del gobierno y la ira de los pasajeros, que ya saben dónde están. ¿Corren los trabajadores de Eulen el mismo riesgo? No, porque su posición no es tan estratégica, pero su táctica negociadora es muy similar al del gremio del radar, y eso les hace ser bastante antipáticos a la población que, sin duda, es la sufridora del conflicto, no tanto la propia Eulen o AENA, que reciben el golpe en una segunda derivada bastante más suave. Visto el ejemplo de esos trabajadores, otros amenazan con desarrollar huelgas similares, y el aeropuerto barcelonés, de momento sólo ese, amenaza con ser noticia informativa por motivos económicos y sociales durante todo el verano, o al menos hasta que acabe el mes de agosto, punta vacacional y preludio de un otoño muy caliente y, también, catalán.


Lo que no tiene sentido alguno en este asunto es el uso partidista que algunos iluminados realizan de la huelga. Creía haber visto de todo, pero cada día compruebo mi más absoluta ingenuidad. Varios independentistas se dedicaban ayer a repartir panfletos en El Prat anunciado que en la república catalana estas huelgas y conflictos no existirían, en un acto de populismo, demagogia y falsedad que es una doble tortura inflingida a los ya muy castigados pasajeros que residen en las interminables colas, y una muestra de que los repartidores no viven siquiera en las nubes de su ensoñación, sino mucho más allá, en el Valhala paradisíaco de la felicidad absoluta. Qué peligro tienen estos manipuladores, qué miedo provocan sus dementes acciones.

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