martes, agosto 01, 2017

Supervivientes: Objetivo la Casa Blanca

Trabajar de corresponsal de prensa en Washington es, ahora mismo, uno de los trabajos más estresantes del mundo, dada la voracidad con la que las noticias son escupidas desde ese teórico lugar de trabajo y presunta sede del poder mundial. Sólo los que desarrollan sus actividades en ese complejo, a los mandos del desquiciado Trump, poseen un nivel de tensión superior al de los periodistas. El consuelo que les queda a estos trabajadores del gobierno es que sus contratos tienden a ser tan estables como los de la hostelería en el verano hispánico, y eso para los más afortunados, porque algunos no han llegado ni a las dos semanas de permanencia al frente de sus elevadísimas responsabilidades.

El cese ayer por la tarde de Anthony Scaramucci como director de comunicación fue el colmo del cachondeo global y la última prueba del caos total que reina en el gabinete Trump y, por ende, en el gobierno de los EEUU. Diez días ha durado en su puesto este personaje, originario de Wall Street, de pasado volátil, sin experiencia política, y que fue nombrado por Trump para poner orden en un departamento de comunicación que hacía aguas. Nada más llegar dimitió Sean Spicer, el que desde la llegada del magnate al poder era la cara visible en las ruedas de prensa que tanto vemos en televisión, y que Spicer había transformado en altavoz de insultos a los enemigos (todos) de Trump. Scaramucci llegó fuerte, con una entrevista al New Yorker en la que calificaba a Rence Priebus, jefe de gabinete de Trump y segundo poder en el complejo presidencial, de ser un “jodido esquizofrénico paranoide” y de ser una fuente de filtraciones a la prensa que minaban la autoridad e imagen de Trump, mostrando así el recién llegado una vena diplomática de primera categoría. Y preguntado sobre su opinión sobre Steve Bannon, el gurú ultra ideológico de Trump, dijo que, al contrario que Bannon, él no trataba de chupársela constantemente a sí mismo. Política de primera división, sí. A los dos días de llegar Scaramucci el que dimitió fue Priebus, no se sabe si por esquizofrénico o paranoide, pero es seguro que desde que llegó el nuevo se vio a sí mismo muy “jodido”. Para suplir a este cargo, reitero, el segundo en importancia en la Casa Blanca, con acceso directo al presidente y enorme poder real, Trump escogió a otro militar, general retirado de cuatro estrellas John Kelly, aumentando así la nómina de los uniformados que ocupan puestos de relevancia en el gabinete y estructuras de poder en EEUU, algo que no deja de llamar la atención y generar suspicacias, cuando no temores. Parece que la primera decisión de Kelly ha sido la de cargarse a Scaramucci, que quizás haya batido el récord de permanencia mínima en un gabinete norteamericano, y sale de él con una imagen enfangada y múltiples enemigos creados en diversos frentes. Será muy jugosa su primera entrevista tras el cese, pero después va a tener que ingeniárselas para reconstruir su carrera, tocada además en lo personal dado que su mujer le ha solicitado el divorcio a lo largo de estas frenéticas jornadas. Y luego dicen que los rockeros, moteros y miembros de bandas urbanas tienen vidas agitadas. Lo que ha vivido Scaramucci en menos de dos semanas no lo hubiera imaginado ningún guionista de televisión, y el baile de nombres, cargos y responsabilidades de estos días deja más cadáveres políticos que una temporada de Juego de Tronos. Lo sigo diciendo, ni la más alocada ficción puede competir con la locura de la realidad Trump.


Más allá de los chistes y las bromas que ha circulado tras este último episodio, lo que subyace es la inestabilidad, el caos y el desgobierno en la primera potencia mundial. Trump da cada día motivos para estar más alarmado ante su manifiesta incapacidad de gestionar y de generar equipos. Cada volantazo de estas dimensiones hunde más el prestigio del poder norteamericano y el simbolismo de su presidencia, y avergüenza a propios y extraños. Cada día de Trump al frente del poder es un golpe a la estabilidad de EEUU y, por ende, del resto del mundo. ¿Cuántos golpes más podrá aguantar la democracia norteamericana antes de resultar herida? Qué desastre más absoluto.

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