Hoy se cumple una semana del
sádico atentado en Barcelona y su colofón en Cambrils. A medida que se va
amortiguando el eco de las noticias relativas a los, afortunadamente, cada vez
menos heridos, y el silencio cae sobre los familiares de las víctimas, que se
enfrentan al duelo, el foco de la actualidad se centra en cómo se organizó el
comando y qué falló para que pudiera llevar a cabo su plan. Aquí el término
“fallo” es correcto, porque las fuerzas de seguridad luchan constantemente para
evitar atentados. Si uno de ellos se produce es porque algo se les ha escapado,
la trama terrorista ha logrado, por méritos propios o errores policiales,
llegar a su fin, y eso es un fallo de seguridad. Y esos fallos cuestan vidas. Y
dan miedo.
De esos fallos se aprende, y día
a día, hora a hora, se ve que nos toca aprender mucho sobre cómo hemos actuado
en este caso. Ayer por la mañana, en medio de una confusión creciente, las
portadas web de dos medios se contradecían de manera flagrante. Afirmaba El
País que Bélgica sí informó a España de la estancia del imán de Ripoll en
Vilvoorde y las sospechas que allí produjo su comportamiento. Por su parte, ABC
abría a toda plana, web, diciendo que Bélgica no avisó a España de la presencia
del yihadista en su territorio. Uno veía las dos ventanas en la pantalla y
sacaba como conclusión de que nada sabemos, salvo muchas mentiras. Finalmente
la realidad parece ser aún más sombría, dado que ambas versiones pueden ser
posibles. Resulta
que fue la policía local de Vilvoorde la que contactó con un alto mando de los
Mossos para advertirle de la estancia del imán, por lo que el contacto, en
efecto, se produjo, pero no visto lo sucedido parece que no fue a más. No
trascendió. ¿Qué hicieron los Mossos con esa información? ¿La trabajaron? ¿la
difundieron? ¿se la comentaron a otros cuerpos de seguridad, como la Policía o
la Guardia Civil? Son preguntas muy importantes, fundamentales, porque si, como
parece, la información no llegó a circular entre todos los canales posibles,
quizás ahí se encuentre el fallo principal que ha impedido evitar ese atentado.
Es muy aventurado hacer una suposición de este tipo, pero debemos ser
conscientes de que toda trama terrorista es un continuo juego de ocultación y
descubrimiento entre los malos y los buenos. Ambos luchan para que sus
objetivos se cumplan, y cuentan a su favor los errores ajenos. Hemos criticado,
con dureza y razón, la difícil colaboración que existe entre las policías y
servicios de inteligencia europeos, que parecen estas todo el día poniéndose
zancadillas unos a otros, para llevarse no se sabe muy bien qué mérito,
mientras que los terroristas, que conocen este extremo, juegan al despiste con
las naciones de la UE y se saben amparados bajo esos celos profesionales. ¿Estamos
trasladando este enorme error dentro de nuestras fronteras? La competencia de
los Mossos en Cataluña, Ertzaina en País Vasco y Guardia Civil y Policía
Nacional en el conjunto de España, ¿es una versión a escala de la descoordinación
europea? Si esto fuera así el miedo al que me refería ayer tiene una nueva
fuente de la que alimentarse, y la indignación aún más, porque sería
imperdonable que algo de este estilo se estuviera dando. Ya en ocasiones
pasadas, en la lucha contra ETA, hubo que enfrentarse a este tipo de
divisiones, con resultados finalmente positivos, pero con operaciones
frustradas y fracasos que se debieron a los celos, recelos y envidias
corporativas. Esto no puede volver a suceder. Es imposible. Y no hay excusa
alguna que lo permita. Las autoridades del Ministerio del Interior y de las
consejerías regionales, en este caso Cataluña, deben dar explicaciones claras y
convincentes de cómo ha sido su colaboración no después de los atentados, sino
antes, qué informaciones han compartido, qué investigaciones seguían, y si ha
habido fallos, que parece, depurarlos hasta sus últimas consecuencias.
No soy ingenuo. No hay que ser
muy listo para suponer que el enfrentamiento derivado del “proces” y el afán
independentista del gobierno de la Generalitat pueden encontrarse muy bien detrás
de todo esto. La información es poder, eso lo sabe todo el mundo, y guardarse “secretitos”
le hace a uno parecer más importante y respetable. Recuerdo cómo criticamos,
con razón, a Bélgica, por sus inoperantes procedimientos cuando tuvieron lugar
los atentados del aeropuerto de Bruselas. Me duele decirlo, pero aquí empieza a
dar la sensación de que hay varias “Bélgicas” y que cada una de ellas juega a
la contra. Y
los terroristas, que ven la tele, leen y tuitean, encantados, preparando sus próximas
acciones, que no conocen fronteras ni prejuicios. Sólo buscan matar y aterrorizar.
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