Syriana es una buena película.
Estrenada hace ya algunos años, cuenta con George Clooney, en el papel de un
espía norteamericano envuelto en distintas tramas en los países de Oriente
Medio, y sospechas sobre su papel allí y su compromiso con la causa de la CIA.
En una tarama paralela, se sigue el proceso de adoctrinamiento por parte de
unos yihadistas profesionales de un grupo de críos, seleccionados por su
creencia y su credulidad, que acabarán siendo parte de una célula suicida que,
a bordo de una lancha, se estrelle contra un destructor norteamericano, emulando el
atentado que sufrió el USS Coole en el año 2000 en el golfo de Adén.
Se
me hace inevitable pensar en esta película y lo que allí se cuenta al escuchar
el relato que describe la vida y acciones del imán de Ripoll, auténtico
cerebro de la célula terrorista que atentó la semana pasada, y que planeaba
hacerlo de una manera aún más devastadora de lo que ya lo hizo. Si el explosivo
que pretendían fabricar en la casa ocupada de Alcanar se denomina “la madre de
Satán” ese imán puede ser considerado, con todas las de la ley, el auténtico
satán de esta triste historia. Con antecedentes por tráfico de drogas, su
propio proceso de radicalización aún no está claro, pudiendo tener que ver
incluso con contactos en la cárcel con condenados por el 11M. Viajó a
Vilvoorde, Bruselas, varias ocasiones, la última a finales del año pasado, en
una nueva muestra de cómo el avispero yihadista belga sigue totalmente fuera de
control, y es probable que para entonces ya tuviera más que planificado el
atentado que iba a ejecutar y el grupo de mártires que lo iban a perpetrar. La
juventud de todos los miembros de la célula terrorista, el mayor fue el abatido
ayer y contaba con 22 años, y su absoluta falta de experiencia en prácticas
terroristas o militares nos pone ante un escenario muy distinto a los que
estábamos barajando hasta el momento, que eran principalmente dos. Por un lado,
lobos solitarios, sujetos que se radicalizan por su cuenta, bien en mezquitas o
por internet, y deciden actuar por su cuenta y riesgo, de manera improvisada y
aislada, y por otro lado el comando organizado, durmiente, que puede contar con
retornados de la guerra de Siria o no, pero que tiene una profesionalidad,
experiencia en el manejo de armas y explosivos, en la ocultación y el
camuflaje. Casi todos los atentados habidos en Europa en estos últimos años
pueden enclavarse en un tipo u otro. Pero en este caso de Barcelona la cosa es
algo diferente, y eso agrava y complica la persecución del fenómeno, al hacerlo
aún más complejo. Tenemos a un sujeto, el imán, radicalizado, que tiene un
plan, pero no opta por inmolarse sólo en él, por sacrificarse. Tampoco cuenta
con colaboración profesional de otros miembros de DAESH (¿intentó contactar con
ellos? ¿no pudo? ¿qué hizo en Bélgica? Son muchas las preguntas en este caso) y
decide crear su propia célula terrorista, su grupo de mártires, que adiestrará
y enviará al paraíso, a ser posible viéndolo él desde el salón de su casa. En
su pueblo de residencia, Ripoll, observa y observa, y se fija en los chicos
jóvenes que acuden a la mezquita, y selecciona. Busca a aquellos que sean más
fáciles de convencerlo, los que puedan ser influenciables, por todas las
razones que uno sea capaz de imaginar. Se hace amigo de ellos, les ayuda, les
proporciona diversión, y poco a poco va creando un grupo de oración, una comunidad
de fieles entorno a él, que empiezan a creer en todo lo que les diga. A partir
de ahí, la ingenuidad de los chicos y la astuta maldad del imán hacen el
trabajo sucio y logra convencer a los chavales para que entreguen sus vidas, de
momento de manera metafórica, a la yihad. El adoctrinamiento se acentúa, las
reuniones se hacen secretas, el grupo se compacta y poco a poco los vínculos se
cierran. Los chicos están plenamente convencidos, son creyentes, fieles a la
palabra de su maestro, y harán todo lo que él les diga.
En el chalet ocupado de Alcanar
(otro frente para investigar, qué hay dentro de la mafia ocupa que campa a sus
anchas por Cataluña) el maestro adoctrina a los pupilos en química, Corán y
creencia, y les hace creer que son lo más importante del mundo, que forman
parte del plan salvador de un Alá por el que darían su vida y todo lo demás. La
explosión de las mezclas que estaban preparando desbarata el plan principal,
acaba con el maestro, pero los discípulos, ya ciegos, emprenden una carrera
hacia la muerte no con la guía original de su profesor, sino improvisando, pero
plenamente convencidos de que el paraíso y el reencuentro con el maestro están
a unas víctimas infieles de distancia. Y ninguno se retracta, ninguno se
arrepiente. Todos se sacrifican, y Satán, de verdad, obra por su mano.
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