Me quedé el sábado por la tarde
en casa para ver la manifestación de Barcelona, a sabiendas de que, sospechaba,
lo iba a pasar mal. Tenía el pálpito, acrecentado por las declaraciones de
Puigdemont del día anterior, de que esa marcha se iba a convertir en algo muy
distinto a una repulsa al terrorismo. Y eso es lo que pasó. Miles, cientos de
miles de personas, la mayoría de ellos de Barcelona, salieron a manifestarse
por su ciudad, para reconquistarla, para sacudirse el miedo que los yihadistas
habían querido imponer. Y muchos menos, aunque no pocos, quisieron que esa
marcha fuera una nueva muestra de exaltación soberanista, de nacionalismo
desatado, y mostraron su ceguera al mundo, en forma de consignas y abucheos.
Las escenas que veía me
recordaron mucho a una manifestación contra ETA que acabó de una manera muy
similar. Tuvo lugar en Vitoria, tras el infame asesinato de Fernando Buesa y su
escolta, el ertzaina Jorge Díaz. Se organizó un acto de repulsa en la capital
alavesa, al que acudí, con una manifestación en contra del terrorismo y a favor
de las víctimas que al poco tiempo degeneró en otra cosa. En aquellos tiempos
era Lehendakari Juan Jose Ibarretxe, y contaba con el apoyo de la izquierda
batasuna, cómplices de ETA. Voces de todo el espectro político democrático
criticaban esa componenda y, tras el asesinato, exigieron a Ibarretxe una
renuncia explícita a ese apoyo, sellado tiempo atrás en los pactos de Estella.
El Lehendakari, fiel a su estilo, siguió sin hacer caso a nadie, y en las
calles de Vitoria se pudo ver ese día la fractura social que destruía a la
sociedad vasca. Por un lado, la mayoría, manifestándonos en contra de ETA y de
su último atentado. Por otro, un grupo numeroso, encabezado por las juventudes
del PNV, y con apoyo de los radicales, apoyando al Lehendakari frente a la
oposición “mediática” que buscaba derribarlo. Con dos muertos aún calientes, la
obsesión de algunos seguís siendo su ambición política. Creo que ese día el
gobierno vasco tocó fondo en su implicación en la lucha contra ETA, y fue el
principio del fin de un Ibarrtexe que, de seguir mucho tiempo, hubiera
conducido al PNV a la situación de abandono y ruina que luce ahora el PDCat,la
antigua Convergencia, camino del desahucio. Poco a poco la conciencia social
contra el terror, mucho más intensa y firme que cualquier ideología y liderazgo
político, fue saliendo a calle, recuperando espacios al miedo y haciendo frente
a ETA allí donde reinaba sin que nadie le discutiera su hegemonía. La inversa
de ese proceso la estamos viendo en directo en Cataluña, donde el nacionalismo,
cada día más radicalizado, copa cabeceras, plazas y todo tipo de espacios públicos
para dominarlos con su lenguaje de pancarta identitaria, reduciendo poco a poco
el hueco no ya para los discrepantes, sino para todos los que no compartan su
alocado sueño. El pactista nacionalismo catalán, muy de acuerdos bajo la mesa,
comisiones porcentuales y gobernabilidad por encima de todo ha sido sustituido
en apenas un par de años por una deriva independentista encabezada por la CUP,
lo más parecido a Batasuna, sin componente terrorista eso sí, y con el
ostracismo de esas fuerzas moderadas que, poco a poco, han sido devoradas por
las radicales. Ese miedo a ser superados por el extremismo es lo que hizo que
el PNV virase, abandonara la táctica de Estella, a sabiendas de que la unión
con el extremista liquida al tibio. A buen seguro Urkullu le advirtió a Mas de
esto varias veces, pero el dirigente catalán no quiso escucharlo. Ahora, quizás,
su postura sería distinta.
En la manifestación del sábado
apenas las hubo, o al menos yo no las aprecié, consignas ni pancartas contra
los yihadistas, los asesinos, los autores del atentado, de este, de los pasados
y de los que vendrán. En ningún momento se mencionó el nombre de las víctimas
asesinadas, mientras
una de ellas, la última, se debatía entre la vida y la muerte y, fatalmente,
moría el domingo tras las graves heridas sufridas. Como dijo ayer una
articulista en una muy buena frase, fue una manifestación grande, pero no una
gran manifestación. Barcelona es mucho más que esas hordas que salieron a
vender su consigna en lo que era un acto internacional de duelo y repulsa. Barcelona
no puede quedar secuestrada por el nacionalismo ciego, que es lo opuesto a su
espíritu abierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario