En EEUU todo es a lo grande,
decimos habitualmente. Si usted visita el país se dará cuenta de que, en
efecto, parece que una especie de escala ha caído sobre todos los objetos,
anchándolos respecto a las dimensiones a las que estamos acostumbrados. Coches,
cartones de leche, árboles, atascos, gorduras… todo es más grande. La dimensión
continental del país también se escapa de nuestra escala habitual de vida, y no
les digo nada de los fenómenos naturales que allí se desarrollan, que
convierten a la Europa en la que residimos en un apacible jardín en el que nos
asustamos cuando se dispara el riego automático o sopla una leve brisa. Para
tormentas, las norteamericanas.
Los modelos ya auguraban un duro
impacto del ciclón Harvey en la costa de Texas. Alcanzó categoría 3 y 4 justo
antes de tocar tierra, con vientos sostenidos de más de doscientos kilómetros
por hora. La lluvia asociada se preveía muy intensa, y de efectos letales en un
estado como el texano, amplio pero muy llano en su zona más cercana a la costa,
lo que impide una evacuación rápida de la riada. Lo que ha sorprendido a los
meteorólogos es el comportamiento de Harvey una vez que ha tocado tierra. Se ha
degradado rápidamente, como era de esperar, perdiendo categorías de huracán en
horas, pero una vez convertido en tormenta tropical apenas se ha movido. Desde
el domingo permanece estacionario, casi quieto sobre el interior de Texas, y
claro, sigue descargando lluvia sin cesar sobre una zona que no puede soportar
más, por lo que las inundaciones no dejan de crecer en intensidad y extensión. Los
datos son alucinantes. Desde
la mañana del viernes a la del martes, en cuatro días, Harvey ha dejado 50
pulgadas de lluvia sobre el entorno de Houston. Una pulgada es algo más de
dos centímetros de altura, lo que implica que estamos hablando de cifras que
superan ampliamente los mil litros por metro cuadrado. Eso es demencial. En
Elorrio, mi pueblo, donde llueve mucho, en un año normal pueden llegar a caer
unos 1.200 litros. Imaginar toda esa precipitación concentrada en cuatro días
provoca escalofríos de auténtico terror. En Houston, la cuarta ciudad de EEUU,
con algo más de dos millones de habitantes en su casco urbano y muchos más en
su infinito extrarradio, está siendo una de las zonas más afectadas. Las
imágenes muestran un escenario de película de catástrofes, en el que autopistas
y todo tipo de grandes infraestructuras aparecen cubiertas completamente por
unas aguas que se extienden hasta donde alcanza la vista. Los rascacielos
del centro de la ciudad, el downtown, se erigen como árboles en medio de un
lago, emergen de las aguas y contemplan, desde sus alturas, lo que sin duda
puede ser una de las mayores catástrofes que haya vivido la ciudad. Frente a la
pobre Nueva Orleans, que sufrió un desastre similar hace ahora doce años con el
Katrina, Houston es una ciudad rica, de amplios barrios adinerados y de
mansiones de ensueño, pero que como todas las construcciones de aquel país, se
encuentran al ras de la calle, susceptibles de ser anegadas tan fácilmente como
si se tratasen de casitas pobres. Hacer un balance ahora mismo resulta un
ejercicio bastante inútil, dado que aún sigue lloviendo y se desconoce
realmente el impacto de lo sucedido. La cifra de muertos sube lentamente, sita
ahora en la treintena, y los daños materiales, imposible de estimar, se antojan
inmensos sólo con echar un vistazo a esas imágenes donde todo está anegado. Muchas
de las industrias de la zona costera, dedicadas principalmente a la química y
todo lo relacionado con la extracción y refino de petróleo, estarán afectadas,
sin descartar vertidos o contaminaciones que puedan agravar el daño ambiental
de la riada, y sin poder asegurar nada, es seguro que Harvey acabará midiéndose
en miles de millones de dólares de coste.
Pero lo peor no será eso. La experiencia
de Nueva Orleans nos dice que el mayor de los costes es el de los barrios
destruidos, las viviendas perdidas, las miles de personas que se quedan sin
hogar y sin nada, que no tienen a dónde ir. La destrucción del tejido urbano que
ocasiona un desastre de este tipo es de una intensidad descomunal, y esas miles
de tragedias personales hieren a una ciudad, durante mucho tiempo. Confiemos en
que las autoridades eviten las escenas de saqueo y violencia que se vivieron
hace años en Nueva Orleans, pero ahora mismo Houston es el escenario de un
desastre causado por la meteorología que a muchos quizás les haga reflexionar-
Trump está de visita por allí, confiemos en que no agrave la situación.
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