Mientras
Puigdemont sigue sembrando discordia entre los suyos propios y generando enormes
destrozos, sociales y económicos, en la sociedad catalana y en toda España,
otras personas demuestras que el pragmatismo y la cabeza fría son la mejor guía
en tiempos convulsos como estos, que a todos nos descolocan. Hay una
expectación muy alta para conocer, creo que poco más allá del mediodía, el
resultado de la votación a la que ha sido sometido entre los trabajadores de la
planta de Opel en Figueruelas el acuerdo alcanzado por la nueva propiedad,
PSA, francesa, y los sindicatos, tras unas negociaciones que, durante días, han
hecho asomar el traslado de parte de la producción y la enorme pérdida que eso
supondría.
He
leído estos días varios artículos al respecto y no se ponían de acuerdo sobre
si esta industria representaba el veinte o el veinticinco por ciento de la
economía aragonesa. Qué más da, cualquiera de esas cifras es salvaje. El
impacto que la planta tiene en su entorno es enorme, y el arrastre que genera,
indiscutible, en términos de riqueza, población y servicios. Con cerca de siete
mil empleados directos, repartidos en turnos, y con decenas de miles en las
industrias auxiliares que se sitúan en las proximidades de la planta, y con
miles y miles de trabajos vinculados directa e indirectamente, la Opel de Figueruelas
aparece como el nodo central de una enorme red financiera y económica que surte
de empleo y prosperidad a su entorno. Desde que se estableció, a principios de
los ochenta, y al igual de lo que ha sucedido en otras localidades donde se han
asentado empresas de este tipo (Almusafes en Valencia con la Ford, Vigo con
PSA, Valladolid – Villalobón con Renault, etc) los municipios de su entorno han
visto cambiar completamente la fisonomía y perfil de sus habitantes, empezando
por el mero hecho del disparo de población asociada, y todos ellos, empleados o
no de la fábrica, pero que viven en torno y gracias a ella, saben que
mantenerla allí, en marcha, es el objetivo número uno de sus vidas. La
productividad de las plantas de coches españolas es altísima, y el proceso de
aumentos salariales que se dio desde que se implantaron, atraídas en su momento
por nuestro país por los bajos costes laborales, no ha causado deslocalización
alguna. Los grandes centros productores de coches han ido creciendo sin cesar, y
creo recordar que sólo Santana motor en Linares ha decaído, y la planta de PSA
de Villaverde Madrid siempre está en la cuerda floja. España
es uno de los principales productores de automóviles de Europa, con casi tres
millones de unidades montadas en el pasado año 2017, muchas más de las que
se venden en nuestro territorio, lo que hace de esta industria una de nuestras
más grandes exportadoras. Producir coches en España sigue siendo rentable pero,
en general, producir coches en el mundo se está convirtiendo en un negocio cada
vez más complicado, y no tanto por asuntos de deslocalización y costes
laborales, que siempre están ahí, sino por la transformación que empieza a
sufrir la industria del automóvil, que intuye que se acaba una época pero que
no es capaz de vislumbra cuál será la que viene. Competidores asiáticos que
están haciendo mucho daño a las marcas europeas, mercados emergentes con dinámicas
propias, revolución tecnológica que amenaza el dominio absoluto del motor de
combustión interna, normativas ambientales cada vez más estrictas, pérdida de
atractivo del coche como elemento distintivo para muchos jóvenes, la irrupción
del coche autónomo y su discutido futuro, junto con los ya presentes sistemas
de alquiler por uso y renting… sí, hacer y vender coches se está complicando
mucho, y la presión para los fabricantes va a más. Los enormes costes fijos de
esta industria hacen que los cambios no puedan ser bruscos, y las estrategias
sean a largo plazo. Un cóctel complicado en el que los trabajadores se
encuentran, también, en una nueva época.
El
preacuerdo en Figueruelas, que esperemos sea ratificado en la votación de hoy,
es una gran noticia, sobre todo para los trabajadores de la planta, porque
garantiza su futuro y vuelve a mostrar el sentido de la responsabilidad que
poseen. Es el nuestro un país en el que montamos coches, pero carecemos de industria
automovilística que decida, diseñe y planifique, y eso a largo plazo es un grave
problema. El ejemplo de Figueruelas sirve como guía para actuar, con cabeza, ante
un dilema que tiene un alto componente emocional. La planta, ojalá, seguirá produciendo,
y con ella todas las que tenemos en el país, pero siempre con un ojo puesto en
la evolución de un mercado que como todos, debe ser rentable, pero que puede
cambiar más en los próximos diez quince años que en el último medio siglo.