Hemos
tomado como normal que decisiones de enorme importancia se anuncien mediante
tuits, mensajitos en esa red social del pajarito, que tiene muchos valores,
pero que no es el foro adecuado para demasiadas cosas. Se levanta Trump por la
mañana, escribe en la red y el mundo se convulsiona. A
finales de diciembre anunció que retirará a sus tropas de Siria, una vez
que la batalla contra DESH está ganada y el yihadismo derrotado. Como cuando su
antecesor Bush hijo dio por ganada la guerra de desde un portaaviones, nada de
eso es cierto, pero qué más da, y menos aún le importa a un sujeto como Trump.
Esta decisión causó conmoción entre los aliados de EEUU ye n el seno del propio
gobierno norteamericano, y colmó la paciencia de Mattis, secretario de defensa,
que renunció a su cargo en medio de la decepción global.
Como
pasa muchas veces, en más importante el significado de la decisión que los
efectos prácticos de la misma. Las tropas que, oficialmente, posee EEUU en el
avispero sirio no llegan más allá de los dos mil efectivos, por lo que el papel
que han desempeñado en esta guerra es realmente escaso. Obviamente no se sabe
cuántos efectivos poseen los norteamericanos sobre el terreno realizando
funciones de otro tipo, y pensemos ahí en el espionaje, contrainsurgencia, logística
y demás labores poco vistosas pero muy importantes. En todo caso, los años de
guerra en Siria han mostrado que EEUU es un actor secundario en este conflicto y
que ha actuado, como en muchas guerras modernas, vía proxy, es decir,
representado por fuerzas locales, especialmente los kurdos. Lo trascendente del
anuncio de Trump es la reiterada sensación de retirada, de abandono, de los
EEUU de ese escenario, de otro escenario más, y la entrega del mismo a las
fuerzas rusas, qué casualidad. Rusia se implicó en la guerra siria hace ya
algunos años de manera muy decidida, sin contemplaciones ni complejos, y la ha
ganado, permitiendo que Al Asad siga en el poder en Damasco, y reine sobre las
ruinas de su país, y los restos moribundos de sus habitantes. El contubernio ruso
iraní se ha hecho con el poder en Siria y es el calor triunfador de este
combate, y el papel de EEUU en la zona se ha ido reduciendo paulatinamente a
medida que los cazas rusos bombardeaban sin piedad todas las posiciones
conocidas, fuera quien fuese el que las ocupase. La decisión de Trump es un
regalo a su querido amigo Putin, que tiene el campo libre para extender y
consolidar su influencia en la zona, y supone el completo abandono de las fuerzas
kurdas, que han obtenido respaldo y aliento por parte de un Washington que,
como ayer les comentaba, deja de ser fiable para convertirse en un agente
veleta, de poco fuste y nula estrategia de largo plazo. Muchos han sido los
kurdos que han muerto en la lucha contra los islamistas de DAESH y, también,
contra las fuerzas del dictador Asad, y ahora se encuentran con que su aliado
les abandona y que tanto el gobierno de Damasco como el siempre opuesto régimen
turco de Ankara pueden actuar en su contra, sin que nadie en la esfera
internacional les respalde. El negocio que han hecho las fuerzas kurdas no ha
podido ser más desastroso. Ante esta evidencia muchas han sido las voces críticas
en Washington que han tratado de virar la postura de un Trump que en este caso
se ha mostrado claramente como un agente proruso, peor claro, una vez que has
expuesto tus intenciones y dejas al descubierto tus debilidades, difícilmente
volverás a una posición de poder que te de respetabilidad. El
desplante de Erodogan al enviado norteamericano a Ankara es una buena muestra
de cómo EEUU ha tirado por la borda su papel en la zona, en una actuación
estratégica indigna de su poderío, absurda en su resultado y humillante para
todos sus aliados.
Aunque
no la miremos cada día, la guerra de Siria va ya por su octavo año y parece encaminarse
al final con el resultado de la victoria de Asad y la ruina completa de la nación.
El número de muertos se estima en unos cuatrocientos mil, aunque es realmente
difícil dar cifras exactas. Son varios los millones de habitantes que han huido
de esa guerra y el destrozo ha hecho retroceder al país a una versión medieval
en el mejor de los casos. La influencia chií y rusa es amplia y DAESH, muy
debilitado, es apenas una sombra de lo que llegó a ser, pero persisten reductos
que pueden ser capaces de avivar su llama si no se mantiene la lucha contra
ellos. Todas las guerras son tristes y deprimentes, pero la de Siria lo es
especialmente. Ya sólo nos queda ver cómo Asad es recibido con honores en
muchas cancillerías para sentir el sabor amargo de la humillación en una de sus
más letales dosis.
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