Una
de las cosas que uno nota muy distinta cuando viaja por Europa respecto a
España es la densidad y calidad de la red ferroviaria. Naciones más ricas y que
tienen muchos menos accidentes geográficos han construido unas redes densas, que
no sólo dan servicio a la capital del país sino a otras muchas ciudades o
regiones. Los trenes pueden ser mejores o peores, más o menos puntuales, pero
funcionan, y los puedes usar para ir de un lado a otro, en mi caso por turismo
o los nacionales por la causa que deseen. Cumplen un papel, y no eliminan a la
carretera del liderazgo en lo que hace a transporte de personas y mercancías,
pero son una alternativa real.
En
España las cosas son muy distintas. Hemos sido un país más pobre que el resto,
y nuestra endiablada orografía hace que construir unas vías a casi cualquier
parte suponga enfrentarse a montañas enormes, como sólo los que viven en torno
a los Alpes o Pirineos conocen. Así, la red española se puede dividir en tres
trozos. Uno, el de los cercanías, que dan servicio a las grandes ciudades, que operan
bien, aunque últimamente parecen algo colapsados, y que son imprescindibles
para que Madrid, Barcelona, Bilbao o Sevilla funcionen. Otro fragmento es el de
la red AVE, trazada casi desde cero, con ancho europeo (somos raros hasta en el
ancho de nuestras vías, incompatible con todo) que conecta Madrid con tres de las
grandes ciudades (Barcelona, Valencia y Sevilla) y que mantiene obras de
extensión hacia Galicia vía Valladolid y otros puntos. Funciona bien y su uso
es intenso, aunque hay una eterna discusión sobre si resulta rentable el
desarrollo de esta nueva red, carísima en su construcción y mantenimiento. Y
luego está el resto, líneas de toda la vida que funcionan dejadas de la mano de
Dios y, en su nombre, el gobierno. Suponen muchos kilómetros y su
diseño es del siglo XIX o principios del XX, y en algunos casos no han recibido
mejora alguna desde el mismo día en el que fueron inauguradas, lo que las
convierte en algo milagrosos dado que, pese a ser casi vestigios arqueológicos,
se mantienen en pie y se pueden ver, aunque en demasiadas ocasiones no
transitar. El
vergonzoso episodio de la nueva, enésima avería, de un tren en Extremadura, que
cubría el trayecto Badajoz Madrid ha puesto de nuevo sobre la mesa el
abandono que sufren esas infraestructuras, especialmente en el caso de las
sitas en Extremadura, pero que se puede hacer extensivo al resto del país. Cientos
de viajeros tirados varias horas en medio de la nada, a oscuras y sin calefacción
en medio de las frías noches de este enero suponen un suceso, simplemente,
inadmisible, pero no debiera extrañarnos. Es el resultado de décadas, muchas,
de total abandono de esas regiones, lo que se nota en sus infraestructuras y en
muchos otros aspectos. La despoblación que sufre esa España interior, la vacía
que definió Sergio del Molino, implica, entre otras cosas, que los votos de
esas zonas cada vez pesan menos, sus opiniones públicas se reducen, su
movilización se apaga y las necesidades, acuciantes, parecen languidecer. Gobiernos
de uno y otro signo han pasado por Moncloa durante décadas y ninguno ha
invertido un solo euro en mejorar las vías en Extremadura, que son más propias
de un museo ferroviario, ni en adecentar un material rodante que adquiere carta
de naturaleza en los descensos, pero que en el llano o repechos no puede dar ya
más de sí. Lo único que se ha hecho en la red extremeña en estos años ha sido desmantelar
algunos tramos y convertirlos en vía verde, eliminando carriles, traviesas y
balasto. Les ha salido barata la retirada de la catenaria y todos sus
servicios, dado que ni un solo kilómetro de ferrocarril extremeño está
electrificado, y así, dejándolo pudrir, es obvio que un servicio no puede
funcionar. En estas condiciones lo milagroso es que haya un día o dos en los
que no se produzcan incidencias en una vía que, sin paliativos, puede
considerarse como tercermundista.
La
gestión del incidente, de todos los habidos durante estos años, ha sido nefasta
por parte de los gestores de RENFE y el Ministerio de Fomento. Ausencia de
explicaciones a los viajeros, abandono, ocultación, y una dejadez extrema, quizás
acorde con la dureza de la tierra, que supone la auténtica valoración que para
la empresa y el gobierno tienen los habitantes de aquellas tierras, que obviamente
se pueden sentir discriminados frente a otros, y con argumentos, no como los (falsos)
victimistas de siempre. Si RENFE y Fomento no saben, pueden o quieren hacer nada
para cambiar las cosas (hay en marcha obras para llevar el AVE a Badajoz pero
quedan muchos años de trabajo) lo mejor es que directamente suspendan el
servicio y dejen de estafar a la gente, ofreciendo y cobrando por algo que no
son capaces de realizar.
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