¿Recuerdan
ustedes cuando los países anglosajones eran serios y predecibles? Pragmáticos,
dominados por sus intereses y con un sentido de lo práctico que lo dominaba
todo, EEUU y Reino Unido se convirtieron en naciones poderosas, influyentes y
no dadas a cambios de rumbo y actitudes veletas, centradas en el mantenimiento
de su poder e influencia por encima de todo, lo que redundó en el bienestar de
sus ciudadanos. En cierto modo vivimos en el mundo que el despertar anglosajón
protagonizó y dominó desde el inicio de la revolución industrial hasta el triunfo
de las guerras mundiales del siglo XX. En ese mundo se habla en inglés, las
cuentas lo dominan todo y la norma es respetable.
Frente
a esa imagen, la decadente realidad de un Reino Unido que, desde el aciago día
de la victoria del Brexit en su referéndum camina como pollo sin cabeza, dándose
golpes por las esquinas y protagonizando, día sí y día también, escenas tan ridículas
como lamentables. Hoy,
se supone, el parlamento de Westminster votará el acuerdo de Brexit al que llegó
el gobierno del May y Bruselas. Lo único que tengo claro es que son tres, y
sólo tres, los escenarios que pueden tener lugar en este importante día. El primero
de ellos es que la votación se vuelva a suspender, como ya pasó una vez
anterior, lo que lo convierte en una posibilidad exótica pero no descartable.
Los otros dos escenarios, derivados de que esa votación se de, son que el acuerdo
se apruebe o se rechace. A estas alturas del texto alguno de los queridos
lectores que aún siguen empezarán a pensar que les estoy tomando el pelo, y que
esto parece un remedo de los episodios de “cerca y lejos” de Coco en Barrio Sésamo.
Y la verdad no es muy lejana. Lo que quiero dejar claro ante sus ojos y mentes
es que no tengo ni la más remota idea de los escenarios que se abren tras cada
una de esas alternativas, porque el proceso del Brexit ha colapsado hasta
convertirse en una infinita colección de absurdos que nada tiene que ver con la
realidad. Casi todos los analistas dan por perdida la votación de hoy, con
dudas sobre si la derrota será clara o aplastante, y todo lo que no sea derrota
será una gran sorpresa. Si esa derrota se produce, Reino Unido se aboca a lo
que se llama un Brexit duro, una salida sin acuerdo pactado, en el que ese texto
acordado de más de quinientas páginas serviría para muy poco y la incertidumbre
se haría dueña de todo lo que sucediera de ahí en adelante. Un acuerdo, mejor o
peor, siempre es preferible a un no acuerdo (otra vez Coco) y la intensa relación
comercial (por no hablar de la social o sentimental) entre los ciudadanos que
viven a uno y otro lado del canal obliga a establecer unas reglas que impidan
el colapso de los intercambios de bienes, personas, servicios y capitales, las
cuatro libertades de movimiento que definen el espacio económico europeo. Infinidad
de empresas, profesionales, inversores, negocios en general, cruzan los dedos
ante la votación de hoy y temen como un nublado el más que probable fracaso del
acuerdo. ¿Y mañana, si el acuerdo no vale? Teóricamente quedan poco más de dos
meses para la salida efectiva del Reino Unido de la Unión, fechada par el 29 de
marzo, y el gobierno de Londres tendrá que establecer planes de contingencia
ante lo que puede ser un marasmo que afecte a todo lo que uno pueda imaginar, y
luego a muchas más cosas. Las pérdidas a los dos lados del canal pueden ser
enorme y el destrozo mutuo tan inútil como intenso. El Brexit es la mayor victoria
del nuevo populismo del siglo XXI en Europa, y sólo ha generado miedo,
disputas, división y pérdidas. Debiéramos tomar nota todos al respecto.
Ante
todas estas graves consecuencias, el devenir político de Londres parece algo
secundario, y sí, lo es. Conservadores y laboristas están rotos en su interior
y actúan sin ninguna visión de futuro. May tratará de sobrevivir tras una
votación perdida que, para ella, supondría una total humillación y Corbin
volverá a mostrar como la falta de liderazgo y visión puede hundir al laborismo
británico en la melancolía. Y Escocia e Irlanda del Norte algo harán en caso de
esa ausencia de tratado, de una más que posible frontera dura si la votación se
pierde, y el Reino Unido quizás deje de apellidarse así en un futuro. Sinceramente,
una colección de desastres que son tan tristes como, lo peor, eran evitables.
Ni los Sex Pistols hubieran podido imaginar semejante “Anarchy in the UK”
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