Muchas
veces, hablando de la situación de Venezuela y de otras naciones afligidas por
la pobreza y el desgobierno, surge siempre ese comentario que afirma no saber cómo
el país sufre tanto la pobreza “si es tan rico”, si posee tales recursos
naturales que nos cuesta siquiera imaginarlos. Parece una duda sensata, pero me
gusta responder diciendo que naciones ricas son, por ejemplo, Japón y Holanda,
que apenas disponen de espacio, menos aún recursos, pero gestionan muy bien lo
que tienen, le sacan partido y, sobre todo, posee capital humano, personas
formadas que trabajan y son muy productivas. La riqueza y prosperidad de una
economía es algo mucho más complicado que una mera acumulación de recursos
naturales.
Pensemos
en el petróleo. Si se fija, la mayor parte de los países exportadores de petróleo
no son desarrollados. Una relativa excepción es Rusia, y EEUU va camino de
convertirse en la gran excepción, pero ni las petromonarquías del golfo ni
naciones como Nigeria, Venezuela y otras muchas son desarrolladas o ricas. Y
esto no sólo se debe al pasado colonial de algunas de ellas y las herencias que
ese estadio anterior dejo, que influyen, sino al efecto perverso que el petróleo
genera en sus economías. Ese maná caído del cielo en forma de crudo negro se
convierte en el principal bien exportador y en una enorme fuente de ingresos
para el país, que supera ampliamente la mitad de los mismos en muchos casos. ¿Cuáles
son los efectos perversos que se generan? Mucho, pero principalmente dos. Uno,
muy amplio, de tipo económico, es que el negocio del petróleo desincentiva
todos los demás, que poco pueden ganar en comparación a lo que renta el crudo. La
inversión en el resto de la economía se debilita y la dependencia del crudo
tiende a aumentar. El flujo de ingresos y divisas fruto de la venta del petróleo
entra en tromba en una nación que posee pocas industrias y producciones
alternativas y, como es obvio, esa renta se desea gastar en consumo, por lo que
el nivel de importaciones de la economía empieza a crecer, y con ello la deuda
externa. Los tipos de interés suelen ser altos, también las tasas de inflación,
y el ciclo se acaba instalando en un constante flujo de entrada de recursos y
salida de los mismos para sostener un gasto local que no es abastecido por las
empresas de la propia nación, en un círculo vicioso que ciega la economía a
futuro pero que es sostenible gracias a la constante entrada de recursos por la
venta de petróleo. Irán, uno de los principales productores de petróleo,
importa la mayor parte de la gasolina que consume, porque carece de capacidad
industrial de refino, porque simplemente no ha invertido en ella. Todo esto
genera economías débiles, deformadas y muy vulnerables El otro problema, muy
profundo, es de tipo político, y se deriva de que las rentas del petróleo
acaban haciendo muy poderosos a los gestores de ese negocio, que tarde o
temprano logran controlar, o influenciar en exceso, a los gobiernos, convirtiéndoles
en “socios” de sus propios intereses. Los niveles de corrupción que existen en
esas economías son asombrosos, y abarcan todo tipo de niveles, y el riego del
petróleo permite comprar impunidades casi perpetuas. Al final la sociedad está
al servicio del negocio petrolífero, y eso es desastroso. Casos como el de los
oligarcas rusos y su connivencia con Putin son los más conocidos, pero
situaciones similares se dan en todas las naciones que viven de esta manera. Y
ese destrozo institucional, a veces absoluto, perjudica, sobre todo, a los que
no son capaces de conseguir ingresos, y viven al margen de la riqueza
petrolera. Y eso genera enormes bolsas de pobreza y frustración.
Esto,
muy resumidamente, es lo que se llama “la maldición de los recursos naturales”
que ya la vivió la España del siglo XVI cuando el oro de América fue nuestro
petróleo, o la propia Holanda al descubrirse los yacimientos del mar del norte
en el siglo XX, o tantas y tantas naciones de hoy en día. El caso de Venezuela
es exacerbado, con una capacidad de exportación de crudo salvaje, sólo superada
por la desigualdad social en la que vive su población. Condiciones ideales para
que el golpismo haya reinado durante muchas décadas en aquel país, agravándolo
todo. La última versión de esas dictaduras, la chavista madurista, puede caer
gracias a la proclama de Guaidó, pero los problemas que asolan a esa querida
nación son muy profundos y difíciles de arreglar. Ojalá logren encontrar el
camino para salir del actual pozo.
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