Cuando
empieza un nuevo año no dejamos de cometer dos errores, el de ponernos propósitos
que en semanas comprobaremos que son nuevos intentos fracasados y el hacer
vaticinios, que acaban en demasiadas ocasiones tan frustrados como los propósitos
antes mencionados. A esto de la futurología se apunta todo el mundo, no sólo
los charlatanes que viven todo el año de ello. Bancos de inversión, gobiernos y
entidades de todo tipo, color y seriedad se ponen a ello, con el rictus más
respetable posible, augurando evoluciones de los mercados financieros y de
cuestiones de política nacional e internacional con el ademán de ser oráculos
del señor. En tantas ocasiones la realidad pone en su sitio estos vaticinios
que resultan tan chistosas sus presentaciones como las de los chamanes del tarot
y demás estafadores.
Gracias
al pesado anticiclón hemos tenido en casi toda España unas tediosas navidades
en lo meteorológico, caracterizadas por la estabilidad, ambiente agradable al
mediodía, frío de noche y nieblas, muchas nieblas, de persistencia irregular. Más
de una mañana ha amanecido Elorrio cubierto de niebla que no ha levantado hasta
pasadas las once de la mañana. Y es esa niebla la que quiero comentar, no como
efecto del tiempo atmosférico, sino como metáfora del futuro. Después de hacer
los recados diarios salía a pasear, y en esas mañanas de niebla los caminos
conocidos se hacían nuevos, recónditos y misteriosos. Pese a saber cómo son, a
donde llevan y qué es lo que se ve en su recorrido, pasear por un territorio de
niebla es hacerlo por un lugar desconocido, nuevo, en el que apenas sabes lo
que te espera delante. Los árboles se convierten en perchas de las que cuelgan
esos jirones de nube que cierran el paso, que dejan avanzar entre ellas, pero
que ocultan tus pasos y lo que les precede. Y no les cuento lo que supone
pasear entre nieblas por sendas no conocidas, o de recuerdo escaso, que fueron
holladas hace tanto tiempo que la memoria no alcanza a fijar un recorrido o
imagen visual de recuerdo. En esos casos la niebla es fuente de misterio y
peligro, porque le puede a uno equivocar, eliminar referencia, hacer que confunda
senderos y pierda el paso. En esos casos también la niebla es una ladrona,
porque hurta el paisaje, ciega al paseante del horizonte o de la vista que
pudiera disfrutar a su paso, homogeneiza todos los campos haciéndolos planos,
eliminando su perspectiva, e igualándolos al absurdo aburrimiento de apenas
unos metros de certidumbre. Un paseo por un camino nuevo entre la niebla es lo
más parecido que encuentro a empezar el año, ese comenzar a andar por una senda
de la que no se sabe nada y de la que apenas se ve lo que nos espera es
emocionante, pero da un cierto respeto, porque él no saber es condición
necesaria para temer, dudar, para sentirse perdido. Busca uno referencias,
señales, marcas que le permitan no perderse, pero si no las encuentra empieza a
preocuparse, sólo queda la alternativa de seguir hacia adelante y que la suerte
o un claro nos ayuden. En medio de esta niebla, real o metafórica, encontrarse
a alguien que conoce el camino resulta de gran ayuda, y por ello los lugareños
o los que dicen conocer lo que va a pasar son seguidos con devoción por los que
caminan perdidos entre la bruma. ¿Conocen realmente el terreno que pisan?
¿Saben de lo que hablan? ¿Buscan nuestro bien o desean engañarnos? A priori no
hay manera de saberlo, pero sólo el resultado de sus consejos y augurios sirve
para resolver la duda y cribarlos. Si acertaron, eran bueno, sino no. Un
criterio de lo más sencillo y empirista para saber por qué manos dejarse guiar,
que sin duda es más útil en medio de una comarca de páramos desconocidos que
ante el inicio del nuevo año, terreno en el que todos somos forasteros, y del
que apenas nadie es capaz de prever nada en condiciones dado que, para todos,
es novedoso. La actualidad nos demuestra además, y últimamente con saña, que no
hay terreno donde no pueda saltar la sorpresa, por lo que la niebla del futuro
se nos despejará a mediad que avancemos por él, no más rápido que nuestros
pasos.
Me
temo que el anticiclón ha cogido el gustillo por nuestro país y amenaza con
seguir algunos días más entre nosotros, lo que nos garantizará este tiempo
estable, abúlico y nubloso que desespera a cualquiera. Toca aguantarse y
esperar. Las incertidumbres del futuro seguirán ahí, salga el sol o no, y nos
tocará a cada uno ir despejándolas, poco a poco, segundo a segundo. Y si
quieren divertirse, guarden pronósticos y augurios de los emitidos hace apenas
una semana para este nuevo 2019. Veremos a ver cuáles pasan la prueba del
tiempo. Sospecho que, como las nieblas, acabarán en medio de la nada, sin ser
vistos sus errores, disimulados sin remedio.
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