¿Va
a caer el régimen de Maduro en Venezuela? ¿Se aproxima el final de esa
dictadura? Puede ser, pero varias han sido las veces que hemos dado por
derrocada esa estrafalaria figura presidencial y su dominio sobre aquel país, y
no ha sucedido. Hoy como en el pasado, contemplamos grandes manifestaciones en
Caracas y otras ciudades que demandan libertad y el final del despótico régimen
bolivariano, y nuevamente esas protestas son reprimidas con fuerza, lo que
unido a la violencia intrínseca que vive el país, se
genera un saldo de muerte que a esta hora supera ya la decena, según las crónicas
que llegan desde aquella nación. Anteriores movimientos de protesta se
saldaron en pasadas y olvidadas víctimas e inmovilismo en el poder.
Hay
una diferencia significativa entre este movimiento y los anteriores, y es que
se ha producido una toma de poder presidencial por parte del presidente de la
Asamblea Nacional, el parlamento, que sigue en manos opositoras. Juan
Guaidó, que así llama el presidente de ese parlamento, juró ante la multitud
que llenaba las calles de caracas y se autoproclamó presidente interino,
encarnando una figura que reconoce la constitución del país para servir de
puente hacia unas nuevas elecciones. Guaidó ha sido el primero que, en los años
de marasmo de Maduro, se ha atrevido a dar ese paso, dado que la fuerte oposición
al régimen ha estado siempre bastante dividida, con numerosas cabezas visibles
que no han actuado y otras, proclives a ello, han tenido que huir del país o
sido detenidas. El movimiento de Guaidó es atrevido, parece que constitucional,
y supone un enfrentamiento directo al poder de Maduro. Y además cuenta con una
baza que no se dio en procesos opositores anteriores, que es el reconocimiento
internacional. Si Maduro se tambalea no es porque Guaidó se haya autoproclamado
presidente, sino porque ese movimiento ha sido reconocido por otros países,
empezando por EEUU y Canadá, y siguiendo por la mayoría de los grandes países
latinoamericanos, con la excepción de México. Es decir, a Guaidó le ha empezado
a llegar poder de verdad, del duro, fruto del reconocimiento internacional, y sólo
con eso, que es difícil de lograr, se puede construir una legitimidad que sea
capaz de derribar al régimen. Por primera vez Maduro sabe que tiene a alguien
en frente que puede echarle del poder porque posee algo del mismo, y eso sin
dura provoca ahora mismo pesadillas en el palacio de Miraflores, sede de la
presidencia venezolana. Maduro, histriónico como él sólo, proclamó ayer la
ruptura de las relaciones diplomáticas con EEUU, dando un plazo de tres días a
los embajadores y cuerpo diplomático del aquel país para que abandonen suelo
venezolano, pero sus acciones empiezan a verse limitadas ante la creciente
emergencia de ese nuevo poder, encarnado en Guaidó, que realmente le hace
sombra. ¿Sobrevivirá el régimen a esta embestida? Está por ver, pero no lo
subestimemos, error que ya cometieron opositores anteriores. En el fondo Maduro
es un títere gestor (perdón por el mal uso de esa palabra) de una dictadura
militar que gobierna el país desde el golpe de Chávez, comandante que fue listo
como para vestir su dictadura de ropajes ideológicos de izquierda que le dieran
legitimidad, en un país arrasado por la corrupción, la cleptocracia del poder y
una desigualdad sangrante. Serán los militares los que decidan si el viento
cambia y Maduro es prescindible o no, y de esa disputa que se produzca en los cuarteles
y bases militares saldrá el resultado de la lucha que se vive en Caracas. Si el
ejército duda y relaja su posición, el régimen caerá, pero si se mantienen
fuerte y actúa reprimiendo las protestas con dureza puede que la situación se
enquiste, o degenere en un enfrentamiento civil abierto. Todas las opciones están
abiertas.
Hoy
Venezuela es sinónimo de fracaso, en todas las dimensiones que uno quiera
estudiar. Con una economía arrasada, hambre en las calles, desabastecimiento de
medicamentos y emigración masiva, de los pudientes a Europa o EEUU y de los
pobres a la vecina Colombia, el país es una caricatura de lo que fue y, sobre
todo, de lo que podría ser. Su historia es la de la constante convulsión política
y militar, ambas cruzadas sin remedio, la ausencia de libertades y la nefasta
gestión de los asombrosos recursos naturales del país, empezando por el petróleo,
que es su principal fuente de riqueza y de desgracias. Ojalá los venezolanos
encuentren una solución a su drama, el régimen caiga y se habrá una oportunidad
al desarrollo y el crecimiento económico que tanto necesitan miles, millones de
ciudadanos que apenas tienen horizonte.
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