lunes, enero 28, 2019

En el pozo de Julen


En su viñeta de ayer en ABC, dibuja NM Nieto a Julen terminando de escalar un inmenso tubo que le lleva a las puertas del cielo, dejando abajo nuestro mundo. Un tubo que nace de Málaga, al sur de España, y que alcanza las estrellas y permite a Julen ver el último ocaso del sol antes de que se ponga para siempre en su vida. El niño, dibujado con una edad algo superior a los dos años que tenía el pobre chaval, sonríe ante el cielo prometido que se abre ante sí y es ajeno al dolor y angustia generado en la tierra durante las dos semanas que ha durado su búsqueda, y también, es incapaz de escuchar la marabunta mediática que se ha generado en torno a ese tubo, a esa vida, a ese suceso que a todos a conmocionado y a no pocos les ha generado el negocio de su vida.

Ha sido el de Julen un suceso extraño, dominado por las labores de rescate, labores que día sí y día también se iban encontrando con dificultades, problemas, escollos y todo tipo de contratiempos en un proceso de perforación de la montaña que parecía ser inacabable. Ese maldito cerro de Totalán, horadado inicialmente sin permisos, que se tragó al niño como si hubiera sido succionando por el infierno, se mostraba rebelde ante los cada vez más profesionales y medios que trataban de sacar al niño de las fauces de la tierra. Derrumbes, vetas de roca dura, ataques laterales paralizados por inestabilidad en el terreno, desvíos, un rosario de incidencias que ha puesto en jaque al trabajo de tantas y tantas personas y que ha vuelto a demostrar que, en tiempos de virtuales y cómodos tuits, las rocas deben ser partidas en pedazos a golpes, a incisiones, a martillazos y barrenas, y que el mundo real siempre se cobra un precio más allá de lo virtual. A medida que se alargaban los días de Julen en el pozo crecían los rumores, los bulos corrían por doquier y trataban, en su sórdida mentira, de igualar la negrura que pudiera darse en la sima del dolor en la que el niño yacía. Cadenas de mentiras, medias verdades, alentadas por redes sociales y supuestos medios que se dicen de comunicación, que encontraban en la desesperación de los técnicos el negocio perfecto, al gran excusa para montar el dispositivo de sus vida, el negocio sin fin. Cada día de retraso era una jornada más de éxito, de facturación, de entrevistas “pulsando el dolor” que no eran sino obscenos ejercicios de amarillismo que trataban de saciar el ansia de una audiencia que quería saberlo todo, y como nada se sabía, daba igual lo que se le dijera. Y esos programas han triunfado. Las críticas que les hemos hecho los que no los hemos visto de nada sirven ante registros de audiencia elevados, picos de cuota de pantalla disparados y anuncios, anuncios que se habrán cobrado como oro en medio de la tragedia. Y mientras avanzaba la perforadora, bajando metros en el túnel auxiliar construido como alternativa ya no se si B o C ante el fracaso de las anteriores, apenas se podía escuchar el fragor de la maquinaria y la desesperación de los que allí trabajaban en medio de un despliegue mediático sin precedentes. Los padres del crío, desesperados, incapaces de asumir lo que les estaba pasando, sometidos al tercer grado de los medios, apenas eran capaces de hacer otra cosa que balbucear y esconderse. Y si ellos no aparecían ya lo haría algún otro, famoso o no, que hablaría sin cesar y daría carrete a periodistas, que así se hacían llamar. Ingenieros, excavadores, barreneros, perforadores, mineros, guardias civiles, contratistas, conductores de maquinaria… decenas de profesiones y cientos de profesionales se han dejado la vida, sin descanso, día y noche, en una maldita montaña nada mágica tratando de llegar lo antes posible a Julen, a sabiendas de que no había esperanza, pero siendo conscientes de que era lo que había que hacer, que no se podía abandonar ni aquel cuerpo ni aquella familia. Muchos sabían que no era una operación de rescate, sino de exhumación, pero a todos esos cientos de abnegados, hartos del ruido mediático, les daba igual. Sólo querían llegar hasta Julen y llevarlo con los suyos.

Este es el segundo hijo que pierden los padres, tras el fallecimiento hace pocos años de otro vástago en una muerte súbita. Si es imposible imaginar el dolor que supone la pérdida de un hijo, la doble ración de injusticia resulta perturbadoramente obscena. Ellos son los que, ahora, como todos los padres golpeados por el dolor, deben asimilar lo sucedido, acostumbrarse a la soledad del hogar y tratar de descubrir cómo vivir sin Julen. En el pozo de Totalán perdieron la vida de su hijo, en el mismo pozo en el que tantos profesionales han dado lo mejor de sí mismos y en torno al que, otra vez, hemos asistido al muy rentable y aún más obsceno aprovechamiento del dolor ajeno. Demasiadas cosas cayeron por ese maldito pozo el día desgraciado en el que Julen se asomó a ver qué había en ese lugar tan raro. DEP

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