En su viñeta de ayer en ABC, dibuja
NM Nieto a Julen terminando de escalar un inmenso tubo que le lleva a las
puertas del cielo, dejando abajo nuestro mundo. Un tubo que nace de Málaga,
al sur de España, y que alcanza las estrellas y permite a Julen ver el último
ocaso del sol antes de que se ponga para siempre en su vida. El niño, dibujado
con una edad algo superior a los dos años que tenía el pobre chaval, sonríe ante
el cielo prometido que se abre ante sí y es ajeno al dolor y angustia generado
en la tierra durante las dos semanas que ha durado su búsqueda, y también, es
incapaz de escuchar la marabunta mediática que se ha generado en torno a ese
tubo, a esa vida, a ese suceso que a todos a conmocionado y a no pocos les ha
generado el negocio de su vida.
Ha
sido el de Julen un suceso extraño, dominado por las labores de rescate,
labores que día sí y día también se iban encontrando con dificultades, problemas,
escollos y todo tipo de contratiempos en un proceso de perforación de la
montaña que parecía ser inacabable. Ese maldito cerro de Totalán, horadado
inicialmente sin permisos, que se tragó al niño como si hubiera sido succionando
por el infierno, se mostraba rebelde ante los cada vez más profesionales y
medios que trataban de sacar al niño de las fauces de la tierra. Derrumbes,
vetas de roca dura, ataques laterales paralizados por inestabilidad en el
terreno, desvíos, un rosario de incidencias que ha puesto en jaque al trabajo
de tantas y tantas personas y que ha vuelto a demostrar que, en tiempos de
virtuales y cómodos tuits, las rocas deben ser partidas en pedazos a golpes, a
incisiones, a martillazos y barrenas, y que el mundo real siempre se cobra un
precio más allá de lo virtual. A medida que se alargaban los días de Julen en
el pozo crecían los rumores, los bulos corrían por doquier y trataban, en su sórdida
mentira, de igualar la negrura que pudiera darse en la sima del dolor en la que
el niño yacía. Cadenas de mentiras, medias verdades, alentadas por redes sociales
y supuestos medios que se dicen de comunicación, que encontraban en la
desesperación de los técnicos el negocio perfecto, al gran excusa para montar
el dispositivo de sus vida, el negocio sin fin. Cada día de retraso era una
jornada más de éxito, de facturación, de entrevistas “pulsando el dolor” que no
eran sino obscenos ejercicios de amarillismo que trataban de saciar el ansia de
una audiencia que quería saberlo todo, y como nada se sabía, daba igual lo que
se le dijera. Y esos programas han triunfado. Las críticas que les hemos hecho
los que no los hemos visto de nada sirven ante registros de audiencia elevados,
picos de cuota de pantalla disparados y anuncios, anuncios que se habrán
cobrado como oro en medio de la tragedia. Y mientras avanzaba la perforadora,
bajando metros en el túnel auxiliar construido como alternativa ya no se si B o
C ante el fracaso de las anteriores, apenas se podía escuchar el fragor de la
maquinaria y la desesperación de los que allí trabajaban en medio de un
despliegue mediático sin precedentes. Los padres del crío, desesperados,
incapaces de asumir lo que les estaba pasando, sometidos al tercer grado de los
medios, apenas eran capaces de hacer otra cosa que balbucear y esconderse. Y si
ellos no aparecían ya lo haría algún otro, famoso o no, que hablaría sin cesar
y daría carrete a periodistas, que así se hacían llamar. Ingenieros,
excavadores, barreneros, perforadores, mineros, guardias civiles, contratistas,
conductores de maquinaria… decenas de profesiones y cientos de profesionales se
han dejado la vida, sin descanso, día y noche, en una maldita montaña nada mágica
tratando de llegar lo antes posible a Julen, a sabiendas de que no había
esperanza, pero siendo conscientes de que era lo que había que hacer, que no se
podía abandonar ni aquel cuerpo ni aquella familia. Muchos sabían que no era
una operación de rescate, sino de exhumación, pero a todos esos cientos de
abnegados, hartos del ruido mediático, les daba igual. Sólo querían llegar
hasta Julen y llevarlo con los suyos.
Este
es el segundo hijo que pierden los padres, tras el fallecimiento hace pocos
años de otro vástago en una muerte súbita. Si es imposible imaginar el dolor
que supone la pérdida de un hijo, la doble ración de injusticia resulta
perturbadoramente obscena. Ellos son los que, ahora, como todos los padres
golpeados por el dolor, deben asimilar lo sucedido, acostumbrarse a la soledad
del hogar y tratar de descubrir cómo vivir sin Julen. En el pozo de Totalán
perdieron la vida de su hijo, en el mismo pozo en el que tantos profesionales
han dado lo mejor de sí mismos y en torno al que, otra vez, hemos asistido al
muy rentable y aún más obsceno aprovechamiento del dolor ajeno. Demasiadas cosas
cayeron por ese maldito pozo el día desgraciado en el que Julen se asomó a ver
qué había en ese lugar tan raro. DEP
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