¿Se
imaginan que los empleados de, pongamos, El Corte Inglés, corten esta mañana la
Castellana, o cualquier calle de otra ciudad, exigiendo que los paquetes que se
compran en Amazon se entreguen con un retardo de dos horas respecto a los
suyos? ¿Qué les parecería que los empleados de correos bloquearan una de las
autopistas de circunvalación de su ciudad con la petición de que los correos
electrónicos no salieran de su oficina y que, para escribir entre urbe, fuera
necesario recurrir al envío postal? Para casi todo el mundo peticiones de este
tipo serían disparatadas, incomprensibles y no contarían con ningún respaldo,
ni público ni político. Serían manifestaciones de un pasado que hace mucho dejó
de ser.
Alguien
puso ayer un tuit muy lúcido en el que decía que los taxis son cabinas telefónicas
que aún no lo saben, y es verdad. De tener el monopolio absoluto de la
movilidad urbana, a excepción del transporte público (que si pudieran sabotearían)
el taxi se ha ido encontrando cada vez con mayor competencia por parte de
servicios nuevos, surgidos al calor de las nuevas tecnologías, que como
revolucionaron pasados sectores también lo están haciendo con este, en muchas
ocasiones sin que esté nada claro cómo va a acabar el sector en su conjunto. Los
VTC, o vehículos de alquiler con conductor, son el principal exponente de la
batalla del taxi que vivimos ahora, pero son sólo uno de los cambios que
empiezan a impactar. La proliferación de vehículos de alquiler sin conductor,
sean bicicletas, patinetes o coches eléctricos va a más, y llegará el día del
coche autónomo, en el que el conductor no sea necesario, y entonces el sector
se revolucionará como nuca antes. Y no lo duden, tardará más o menos, pero ese
día va a llegar. Hasta entonces vamos a tener que sufrir el pulso provocado por
los poseedores de un derecho regulado, una concesión administrativa que
proviene de un modelo más propio del siglo XIX que del XXI al calor del que se
ha originado un excelente negocio de compra venta de licencias cautivas. Como
siempre, en el mundo del taxi hay de todo, pero es significativo el núcleo de instalados
en la regencia de una regalía, de un monopolio institucionalizado que nadie ha
tocado en décadas y que les ha otorgado un gran poder y, también, ingresos
disparatados. No es difícil encontrar datos sobre cómo evoluciona el mercado
negro de licencias de taxi, de los dinerales que se pagaban hace años por ese
papel que te aseguraba ingresos para siempre y que ahora va disminuyendo de
valor a medida que el sector encara su reconversión, ineludible. Quienes hicieron
negocio o se arruinaron con la compra y venta especulativa de licencias no me
generan sentimiento alguno, y desde luego no el de pena por la pérdida que
puedan sufrir ahora. Optaron por jugar a un juego amañado y es lo que tiene. Más
sonroja me produce la dejadez de las administraciones, consentidoras y
beneficiarias durante años de esos monopolios, que ahora carecen del valor
necesario para encararse a ellos. El gobierno nacional, en un acto de cobardía
suprema y de gran indignidad, decidió hace meses deshacerse de la competencia
para regular el gremio, pasándole el marrón a las CCAA, a sabiendas de que en
las dos mayores ciudades de España, Madrid y Barcelona, no gobierna el partido
que ahora rige en Moncloa. Y a partir de ahí, frente a un interlocutor débil y
dividido, las opciones de la mafia del taxi de presionar y chantajear crecen, y se
logran acuerdos abusivos, como el planteado esta noche en Barcelona, que en la
práctica inutiliza el servicio de VTC y deja a sus trabajadores en el paro.
¿Son esos desempleados de VTC menos valiosos que los empleados del taxi? No, lo
que ocurre es que no tiene el poder de un monopolista del siglo XIX defendiendo
sus privilegios. Y su paro, por tanto, no parece ser ni política ni mediáticamente
rentable.
Hoy empieza FITUR, la
feria de turismo, en el recinto de IFEMA en Madrid. Es una de las principales
ferias del año, genera empleos e ingresos a la ciudad en grandes cantidades y,
obviamente, es tentadora como objeto de chantaje. Allí
están ahora los taxistas, presionando para mantener un privilegio al que no
tienen derecho, ocasionando un perjuicio para todos y destruyendo, aunque
no sean conscientes de ello, su imagen para cada vez capas más amplias de la
población. Como pasó con los controladores y su huelga salvaje de hace unos años,
un día de estos el taxi acabará por arruinar todo su crédito y la sociedad, que
empieza a poder hacerlo, prescindirá de él. Y de tanto exprimirla su gallina de
los huevos de oro habrá fenecido. Tiempo al tiempo.
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