Hablábamos
ayer sobre cuál podía ser el resultado de la votación del acuerdo del Brexit en
Westminster, y ya han visto que su contundencia ha sido lo más claro del
proceso. Se comentaba a lo largo del día que una derrota por un margen de cien
votos podía considerarse como una victoria moral para May, pero
el resultado final, 202 a favor, 432 en contra, perder por 230 votos, es una
humillación de un calibre como no se veía desde los años veinte del siglo
pasado. Más de cien diputados conservadores votaron en contra de la líder
de su partido, dejándola al borde del camino, abandonándola, en lo que, más allá
del Brexit, es un castigo a un líder político por parte de sus propias huestes
de una dimensión difícil de imaginar. Pese a todo, May sigue ahí.
Pónganse
en la piel de esta mujer y tenderemos los mimbres para tejer todo un drama
moderno de ribetes clásicos donde los haya. Política de amplia carrera en el partido
conservador, moderada en el asunto europeo, hizo campaña cuando el inútil e
irresponsable de Cameron convocó el malhadado referéndum para que el Brexit fracasase.
Sí, sí, no quería que el Brexit ganara el referéndum. El resultado de aquella
condenada votación acabó con el gobierno de Cameron, que lo dejó y no fue
castigado con la pena de reclusión y exilio en una isla desértica cercana a la
Antártida, que era lo que se había ganado. Ante la ausencia de liderazgo, May que
era ministra del Interior, acabó presidiendo el gobierno un poco de rebote,
aupada con pocos apoyos y con los silencios de los muy pro Brexit, encabezados
por el histriónico Boris Johnson, que la veían como un personaje manipulable y
débil. Se estrenó May con ese lema, tan en boga en tiempos de extrema y falaz
simplicidad, de “Brexit significa Brexit” y se vio al frente de un ejecutivo
que tenía que lidiar con un proceso de salida que ella consideraba un error.
Llegas a poder para estar obligada a hacer con él lo que crees que es erróneo.
No está mal como dilema. Con una mayoría absoluta en el parlamento, May
pensaba, con acierto, que el resultado del referéndum y su llegada improvisada
al poder deslegitimaban la composición de la cámara, y adelantó elecciones
para, al menos, tener el voto popular de su lado de cara al proceso negociador
que se debía iniciar con Bruselas. En estos tiempos los adelantos electorales
los carga el diablo, lección que ya aprendió en sus carnes el irresponsable de
Artur Mas y que nunca se estudió como debía la ingenua Susana Díaz, y May, entre
ambos “liderazgos” experimentó la misma desazón. El recuento electoral le dio la
victoria, sí, pero le quitó la mayoría absoluta en Westminster, dejándola en
manos del DUP, un grupo nacionalista norirlandés. De las elecciones que pensaba
reforzarían su autoridad May salió mucho más débil de como entró, y desde
entonces todo ha sido un rosario de desgracias para su figura y liderazgo. En
el plano interno le han dioa abandonando los radicales del Brexit, que se han
comportado cada vez más como una caterva de aficionados al fútbol, chillones y
maleducados contra todo lo que no sea su fanatismo, y el partido conservador se
ha ido agrietando día a día, dejando a May y los probrexit blandos, por
llamarlos de una manera, cada vez más aislado. En frente, el laborismo, en
manos de un Corbyn extremista que sigue viviendo en los años sesenta, con dudas
de si nos referimos al siglo XX o al XIX, salió reforzado de las elecciones,
pero ha ido escorando su formación de un socialismo europeísta a un extremismo
de izquierda nacionalista que ve con buenos ojos el desastre de la salida de la
UE. Nunca fue claro en la campaña del referéndum y, sinceramente, su figura
supone un baldón a la historia del partido, como son los brexiters duros para
el conservador. Ha visto la debilidad de May y la ataca sin piedad, cosa que excita
a sus bases.
Y
May, día tras día, ha ido envejeciendo ante las cámaras, soportando una presión
que me empieza a parecer equivalente a la crueldad. Su liderazgo es cuestionado
hasta en el vecindario del número 10 de Downing Street. Se enfrenta hoy a una
moción de censura promovida por Corbyn que, probablemente, fracasará, porque los
conservadores díscolos odian a su jefa pero aman el (escaso) poder que, por
ahora, retienen. Y a partir de ahí, el vacío, la duda, el misterio. A poco más
de dos meses de la fecha pactada de salida del Reino Unido, ya no hay acuerdo
firmado ni aparente capacidad del gobierno de Londres para lograr uno que pueda
ser respaldado allí. Puede pasar de todo, incluso que no haya Brexit, y May
vive cada día como una tortura. Lo que Shakespeare podría haber escrito de
estar presente antes semejante vicisitud
No hay comentarios:
Publicar un comentario