miércoles, enero 16, 2019

May, humillada


Hablábamos ayer sobre cuál podía ser el resultado de la votación del acuerdo del Brexit en Westminster, y ya han visto que su contundencia ha sido lo más claro del proceso. Se comentaba a lo largo del día que una derrota por un margen de cien votos podía considerarse como una victoria moral para May, pero el resultado final, 202 a favor, 432 en contra, perder por 230 votos, es una humillación de un calibre como no se veía desde los años veinte del siglo pasado. Más de cien diputados conservadores votaron en contra de la líder de su partido, dejándola al borde del camino, abandonándola, en lo que, más allá del Brexit, es un castigo a un líder político por parte de sus propias huestes de una dimensión difícil de imaginar. Pese a todo, May sigue ahí.

Pónganse en la piel de esta mujer y tenderemos los mimbres para tejer todo un drama moderno de ribetes clásicos donde los haya. Política de amplia carrera en el partido conservador, moderada en el asunto europeo, hizo campaña cuando el inútil e irresponsable de Cameron convocó el malhadado referéndum para que el Brexit fracasase. Sí, sí, no quería que el Brexit ganara el referéndum. El resultado de aquella condenada votación acabó con el gobierno de Cameron, que lo dejó y no fue castigado con la pena de reclusión y exilio en una isla desértica cercana a la Antártida, que era lo que se había ganado. Ante la ausencia de liderazgo, May que era ministra del Interior, acabó presidiendo el gobierno un poco de rebote, aupada con pocos apoyos y con los silencios de los muy pro Brexit, encabezados por el histriónico Boris Johnson, que la veían como un personaje manipulable y débil. Se estrenó May con ese lema, tan en boga en tiempos de extrema y falaz simplicidad, de “Brexit significa Brexit” y se vio al frente de un ejecutivo que tenía que lidiar con un proceso de salida que ella consideraba un error. Llegas a poder para estar obligada a hacer con él lo que crees que es erróneo. No está mal como dilema. Con una mayoría absoluta en el parlamento, May pensaba, con acierto, que el resultado del referéndum y su llegada improvisada al poder deslegitimaban la composición de la cámara, y adelantó elecciones para, al menos, tener el voto popular de su lado de cara al proceso negociador que se debía iniciar con Bruselas. En estos tiempos los adelantos electorales los carga el diablo, lección que ya aprendió en sus carnes el irresponsable de Artur Mas y que nunca se estudió como debía la ingenua Susana Díaz, y May, entre ambos “liderazgos” experimentó la misma desazón. El recuento electoral le dio la victoria, sí, pero le quitó la mayoría absoluta en Westminster, dejándola en manos del DUP, un grupo nacionalista norirlandés. De las elecciones que pensaba reforzarían su autoridad May salió mucho más débil de como entró, y desde entonces todo ha sido un rosario de desgracias para su figura y liderazgo. En el plano interno le han dioa abandonando los radicales del Brexit, que se han comportado cada vez más como una caterva de aficionados al fútbol, chillones y maleducados contra todo lo que no sea su fanatismo, y el partido conservador se ha ido agrietando día a día, dejando a May y los probrexit blandos, por llamarlos de una manera, cada vez más aislado. En frente, el laborismo, en manos de un Corbyn extremista que sigue viviendo en los años sesenta, con dudas de si nos referimos al siglo XX o al XIX, salió reforzado de las elecciones, pero ha ido escorando su formación de un socialismo europeísta a un extremismo de izquierda nacionalista que ve con buenos ojos el desastre de la salida de la UE. Nunca fue claro en la campaña del referéndum y, sinceramente, su figura supone un baldón a la historia del partido, como son los brexiters duros para el conservador. Ha visto la debilidad de May y la ataca sin piedad, cosa que excita a sus bases.

Y May, día tras día, ha ido envejeciendo ante las cámaras, soportando una presión que me empieza a parecer equivalente a la crueldad. Su liderazgo es cuestionado hasta en el vecindario del número 10 de Downing Street. Se enfrenta hoy a una moción de censura promovida por Corbyn que, probablemente, fracasará, porque los conservadores díscolos odian a su jefa pero aman el (escaso) poder que, por ahora, retienen. Y a partir de ahí, el vacío, la duda, el misterio. A poco más de dos meses de la fecha pactada de salida del Reino Unido, ya no hay acuerdo firmado ni aparente capacidad del gobierno de Londres para lograr uno que pueda ser respaldado allí. Puede pasar de todo, incluso que no haya Brexit, y May vive cada día como una tortura. Lo que Shakespeare podría haber escrito de estar presente antes semejante vicisitud

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