Acabaron
2018 los dos grandes bancos españoles con importantes anuncios de renovación y
rejuvenecimiento en sus cúpulas. En BBVA FG dejaba su presidencia casi eterna y
el consejero delegado Carlos Torres le sucedía, mientras que Santander
desvelaba el fichaje de Andrea Orcel, proveniente USB, como nuevo consejero
delegado, en un movimiento que sorprendió a muchos. Casi tres semanas llevamos
de 2019 y el BBVA vive sumido en una crisis de espionaje y bajos fondos que es
más sucia y apasionante de lo que uno imaginarse pueda y el
Santander ha anunciado que renuncia al fichaje de Orcel por los cincuenta
millones de euros que tiene que pagar en indemnización a UBS por la renuncia a
su anterior cargo. Los dos bancos, en problemas.
La
situación del Santander es, obviamente, mucho más sencilla que la del BBVA, y también
da para reflexiones de calado. El anuncio de la llegada de Orcel fue acogido con
gran sorpresa, en primer lugar por ser un fichaje externo en una entidad cuya
tradición ha sido la de la carrera interna y la promoción propia, siendo así
Santander reconocida cuna de banqueros que se han extendido por muchas otras
entidades. También sorprendió la trayectoria de Orcel, un hombre muy ligado a
la banca de inversión y con apenas paso por sistemas bancarios tradicionales. El
Santander, como todas las entidades, posee un departamento de banca de inversión
y opera en todos los mercados imaginables, pero no es ni mucho menos ni la
esencia de su negocio ni su mayor fuente de beneficios. Es la banca comercial,
la tradicional y aburrida si quieren verla así, el gran núcleo del negocio del
Santander. Por eso este fichaje se vio como algo excéntrico, o como el deseo de
Ana Patricia de virar el rumbo de la entidad hacia una dimensión distinta. Quizás
los años de la presidenta en Londres, donde la banca comercial es mucho menor
en comparación a la de inversión, le influyeron a la hora de convertir al
Santander en una entidad mucho más fuerte en ese sector, tan complejo y
peculiar, que tantos beneficios ofrece pero tantos riesgos obliga a asumir. No
lo se. En todo caso el fichaje no va a tener lugar y, si esa era la idea de Ana
Patricia, de momento se queda en el cajón de los proyectos futuros. El
argumento esgrimido para renunciar al contrato ha sido discutido por varias
fuentes, empezando
por la propia UBS, que afirma que avisó con tiempo a Santander de los costes de
la operación, pero dando por válida la causa esgrimida, nos pone sobre la
mesa los disparatados sueldos de los ejecutivos, y de otros profesionales
especiales, como los futbolistas, y la desigualdad entre esos ingresos
personales altísimos y los del resto de personas, empezando por los empleados
de las entidades en los que esos ejecutivos trabajan. ¿Es razonable que alguien
cobre varios millones de euros por su trabajo al año? La teoría dice que sí
siempre que los genere, es decir, que su productividad sea superior a ese
coste. El problema es que es mucho más fácil medir costes que productividades,
especialmente en el sector servicios. Normalmente los ejecutivos son los que
determinan qué sueldo van a cobrar, y está más que estudiado el problema que
surge ante los incentivos que poseen para sobrevalorarse a riesgo de poner en
peligro la viabilidad de la empresa en la que se encuentran. Serán los
accionistas o propietarios de la entidad los que deban aprobar esas abultadas nóminas
y correr con los riesgos que suponen para la empresa, pero es sabido que en las
grandes corporaciones los consejos ejecutivos gobiernan muy al margen de la
masa accionarial, y deciden cosas, como sus ingresos, sin tener en cuenta muchas
veces el deseo de los accionistas minoritarios. Además, cuanto más grande y
compleja es una empresa más diluido queda el papel del ejecutivo en el
rendimiento global de la misma, porque eso es fruto del trabajo de miles de
personas, de la coyuntura, el ciclo, la suerte y muchas otras cosas más. Curiosamente
es más fácil valorar si un deportista, que trabaja mucho más aisladamente, vale
los millones que cuesta a su entidad que la situación de un ejecutivo de
empresa.
¿Vale
Orcel los cincuenta millones que se iban a pagar por él? Es muy difícil
contestar a esta pregunta, y si mi apuran, imposible a priori. Sólo con algunos
años de desempeño en su función, comparando muchos números y viendo sus
decisiones podríamos decir algo al respecto. Parece que Ana Patricia ha
decidido que el coste seguro no compensa el beneficio hipotético, y se ha
echado para atrás, lanzando de paso el debate de la remuneración ejecutiva a la
palestra en un tiempo de desigualdades crecientes y peligrosas. Y todo tras un
año en el que la acción de la entidad cántabra ha caído con ganas (como muchas
otras) y con un negocio bancario en perspectiva cada vez más rácano en lo que
hace a la obtención de beneficios. ¿Qué hará Santander? ¿A quién escogerá?
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