A
lo largo de 2018 hemos visto como, para garantizar su supervivencia en la
Moncloa, Sánchez se ha ido enredando cada vez más en una relación con los
separatistas catalanes que sólo logra erosionar la imagen nacional del PSOE y
restar opciones electorales futuras a esa marcar en todas partes. Los candidatos
que, sí o también, acudirán a las elecciones de mayo lo saben muy bien, y el
miedo les desborda, y se les nota. Sánchez, mientras tanto, prolonga su mandato
y llena su ego propio a sabiendas, o no, que no se que es peor, de ese mal que infringe
a su formación. Si luego hay derrotas ya se las ingeniará para no aparecer como
responsable de las mismas, sólo de las victorias.
¿Qué
nos enseña la historia? Una de las lecciones que se repite muchas veces es que
lo único que enseña la historia es que la historia no enseña nada. Viendo en
directo el ejemplo y las consecuencias que antes les contaba, resulta asombroso
contemplar como el PP está a punto de cometer la misma secuencia de errores que
pueden erosionar su base de voto e imagen al unir parte de su destino con los
populistas de Vox. Sus resultados en Andalucía fueron malos, pese a que no
quieran reconocerlo, pero “la suma de las derechas” ocultó ese mal número que
obtuvo el PP. Esa expresión de suma es más una voluntad o deseo que una
realidad palpable, y es que aunque pueda ser real la investidura del candidato
popular, el acuerdo de gobierno firmado por PP y Ciudadanos depende de que un
partido populista y extremista como Vox lo respalde, y todo lo que tocan estas
formaciones se convierte en suciedad. Los excelentes resultados que sacaron
Abascal y los suyos en Andalucía, mucho mejores de lo que nunca hubieran
imaginado, les han dado una llave de mucho poder, y hace falta algo de
inteligencia para gestionarla. Parece que en sus primeros pasos Vox copia lo
que hizo Podemos cuando negó la investidura de Sánchez en aquella primera vuelta
de las elecciones de 2015. Subidos a su extremismo maximalista, amenaza Vox con
no respaldar una investidura si no se cumplen sus exigencias, empezando por la
modificación de la legislación contra la violencia de género, que es una de las
pocas que cuenta con consenso en nuestra sociedad. Ante este órdago Ciudadanos
permanece impasible, por la cuenta que le trae, y se niega a mantener
relaciones con Vox. Sabe que todo lo que se arrime o roce a esa formación
supondrá para ellos un destrozo en el resto del país y una pérdida de
credibilidad social. El PP, sin embargo, navega entre dos aguas. Ilusionado
hasta el extremo por alcanzar el poder en Andalucía, algo jamás logrado,
necesitado de algún triunfo que le sirva para sobrellevar la travesía por el
desierto que comenzó tras la moción de censura de mayo, Casado y los suyos no
ven mal plegarse a algunas exigencias de Vox con tal de alcanzar un poder que
está ahí, con sólo estirar un poco la mano. El tacticismo a corto plazo vuelve
a dominar la estrategia política, y, como Sánchez en Moncloa, Casado no parece
dudar mucho en tirar parte del ideario moderno y liberal de su partido con tal
de llegar al poder, y si es necesario de la mano de unos populistas de extrema
derecha, pues que sea con ellos. ¿Sufrirá el PP un castigo político en futuros
comicios por esta actitud? Hay opiniones para todos los gustos, por lo que no
lo sabremos hasta que lleguen esas elecciones venideras, pero de momento el
juego popular es, como mínimo, muy arriesgado, y sin duda contestado, en
sordina, como siempre, en algunas corrientes internas de la formación, incómodas
con este viraje que no augura nada bueno. Algo simétrico pasó cuando mandaba
Rajoy y los duros le acusaban, en esa sordina, de ser un blando. Entonces el
poder amortiguaba toda crítica, ahora su falta puede exacerbarlas.
Lo
que no parecen tener claro ni PP ni PSOE es que los populismos, que crecen en sus
extremos, ansían sobre todo destruirlos y hacerse con el poder arrumbando las
siglas históricas que han gobernado España durante décadas. Podemos y Vox, como
populistas nacionales, y los independentistas catalanes como expresión local,
son la avanzadilla de ese movimiento, que es tan similar en sus planteamientos
y formas que, la verdad, hace de sus ideologías algo perfectamente
intercambiable. El ejemplo perfecto es Italia, donde formaciones radicales análogas
han logrado destrozar a la socialdemocracia y al centro derecha y, mano a mano,
gobiernan unidas por su fanatismo y ansia de poder. ¿Quieren PP y PSOE suicidarse?
Eso parece.
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