martes, enero 08, 2019

Vox, como todo populismo, es tóxico


A lo largo de 2018 hemos visto como, para garantizar su supervivencia en la Moncloa, Sánchez se ha ido enredando cada vez más en una relación con los separatistas catalanes que sólo logra erosionar la imagen nacional del PSOE y restar opciones electorales futuras a esa marcar en todas partes. Los candidatos que, sí o también, acudirán a las elecciones de mayo lo saben muy bien, y el miedo les desborda, y se les nota. Sánchez, mientras tanto, prolonga su mandato y llena su ego propio a sabiendas, o no, que no se que es peor, de ese mal que infringe a su formación. Si luego hay derrotas ya se las ingeniará para no aparecer como responsable de las mismas, sólo de las victorias.

¿Qué nos enseña la historia? Una de las lecciones que se repite muchas veces es que lo único que enseña la historia es que la historia no enseña nada. Viendo en directo el ejemplo y las consecuencias que antes les contaba, resulta asombroso contemplar como el PP está a punto de cometer la misma secuencia de errores que pueden erosionar su base de voto e imagen al unir parte de su destino con los populistas de Vox. Sus resultados en Andalucía fueron malos, pese a que no quieran reconocerlo, pero “la suma de las derechas” ocultó ese mal número que obtuvo el PP. Esa expresión de suma es más una voluntad o deseo que una realidad palpable, y es que aunque pueda ser real la investidura del candidato popular, el acuerdo de gobierno firmado por PP y Ciudadanos depende de que un partido populista y extremista como Vox lo respalde, y todo lo que tocan estas formaciones se convierte en suciedad. Los excelentes resultados que sacaron Abascal y los suyos en Andalucía, mucho mejores de lo que nunca hubieran imaginado, les han dado una llave de mucho poder, y hace falta algo de inteligencia para gestionarla. Parece que en sus primeros pasos Vox copia lo que hizo Podemos cuando negó la investidura de Sánchez en aquella primera vuelta de las elecciones de 2015. Subidos a su extremismo maximalista, amenaza Vox con no respaldar una investidura si no se cumplen sus exigencias, empezando por la modificación de la legislación contra la violencia de género, que es una de las pocas que cuenta con consenso en nuestra sociedad. Ante este órdago Ciudadanos permanece impasible, por la cuenta que le trae, y se niega a mantener relaciones con Vox. Sabe que todo lo que se arrime o roce a esa formación supondrá para ellos un destrozo en el resto del país y una pérdida de credibilidad social. El PP, sin embargo, navega entre dos aguas. Ilusionado hasta el extremo por alcanzar el poder en Andalucía, algo jamás logrado, necesitado de algún triunfo que le sirva para sobrellevar la travesía por el desierto que comenzó tras la moción de censura de mayo, Casado y los suyos no ven mal plegarse a algunas exigencias de Vox con tal de alcanzar un poder que está ahí, con sólo estirar un poco la mano. El tacticismo a corto plazo vuelve a dominar la estrategia política, y, como Sánchez en Moncloa, Casado no parece dudar mucho en tirar parte del ideario moderno y liberal de su partido con tal de llegar al poder, y si es necesario de la mano de unos populistas de extrema derecha, pues que sea con ellos. ¿Sufrirá el PP un castigo político en futuros comicios por esta actitud? Hay opiniones para todos los gustos, por lo que no lo sabremos hasta que lleguen esas elecciones venideras, pero de momento el juego popular es, como mínimo, muy arriesgado, y sin duda contestado, en sordina, como siempre, en algunas corrientes internas de la formación, incómodas con este viraje que no augura nada bueno. Algo simétrico pasó cuando mandaba Rajoy y los duros le acusaban, en esa sordina, de ser un blando. Entonces el poder amortiguaba toda crítica, ahora su falta puede exacerbarlas.

Lo que no parecen tener claro ni PP ni PSOE es que los populismos, que crecen en sus extremos, ansían sobre todo destruirlos y hacerse con el poder arrumbando las siglas históricas que han gobernado España durante décadas. Podemos y Vox, como populistas nacionales, y los independentistas catalanes como expresión local, son la avanzadilla de ese movimiento, que es tan similar en sus planteamientos y formas que, la verdad, hace de sus ideologías algo perfectamente intercambiable. El ejemplo perfecto es Italia, donde formaciones radicales análogas han logrado destrozar a la socialdemocracia y al centro derecha y, mano a mano, gobiernan unidas por su fanatismo y ansia de poder. ¿Quieren PP y PSOE suicidarse? Eso parece.

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