Esta
media noche, entre calabazas decorativas, vestimentas góticas y recuerdos
mortuorios vestidos de moderna jarana, comienza una nueva campaña electoral, la
enésima que nos toca vivir en meses, que como ayer oí en una emisora de radio,
va a convertir a la fiesta de la democracia en un aquelarre permanente, El acto
de la pegada de carteles, cada vez más desvirtuado en tiempos digitales y de
constante propaganda, reunirá a unos pocos fieles, y la diferencia práctica más
palpable será que, a partir de mañana, el candidato puede pedirle expresamente
su voto. Hasta ahora sólo se lo podía insinuar. Hasta la sutileza perdemos.
Se
lo confieso. A mi, amante de la política y de las campañas, me pilla ésta en un
estado de hastío y apatía que me va a hacer muy difícil el seguirla como es
debido. No va a solucionar ninguno de los problemas que tenemos y, quizás, los
agudice, dado que si exceptuamos las encuestas del CIS de Tezanos, tan pro PSOE
que dan risa, el panorama de pactos que se augura es tan necesario como
endiablado, y el ya asumido por todos desplome de Ciudadanos puede evitar una
de las posibles soluciones de acuerdo que sí otorgaban los resultados de abril,
el acuerdo de los naranjas con el PSOE. Otra de las causas de mi apatía es
Cataluña. Es muy grave lo que allí está sucediendo, y profundamente triste, Me
entristece ver como la deriva secesionista catalana copia paso por paso las
acciones y actitudes del sectarismo vasco que, durante décadas, ha oprimido a
la sociedad vasca, y que ahora, en una especie de versión más y tecnológica,
aspira a hacer lo mismo en la vida de los catalanes. Y es un clima electoral el
menos propicio para analizar lo que allí está pasando y tratar de buscar
soluciones y conseguir imponer la fuerza de la ley. Arrojarse Cataluña a la
cabeza como un todo será una de las estrategias electorales más socorridas por
todos, rentando más a unos que a otros, y ver eso resulta deprimente. Es de
suponer que mi hartazgo electoral no es sino el reflejo de una sensación que se
extiende por la ciudadanía, o al menos eso es lo que dice todo el mundo cuando
se habla de este tema, y a excepción de los muy convencidos, que siguen siendo
fieles a su sigla haga lo que haga, muchos, entre los que me incluyo,
observamos la política como la vía más civilizada para sobrellevar los
desacuerdos que son inevitables en sociedades complejas como las nuestras, en
las que las opiniones sobre cada tema se pueden transformar en debates, dudas,
puntos a favor, puntos en contra y puntos de no saber a qué carta quedarse. La oferta
electoral que se nos presenta, por el contrario, ahonda el sectarismo, la
división, la simplificación infantil del sí o no tajante ante cualquier tema,
la elección de un menú único del que no se puede uno escapar, todo ello
aderezado de sectarismos fanáticos de izquierda y derecha, así se hacen
etiquetar, pero que no son sino la expresión más actualizada de un mismo
sentimiento populista gritón, barriobajero y macarra que busca la imposición de
un discurso en el que el componente violento y autoritario se percibe con una
claridad que pasma tanto como asusta. En épocas de duda y convulsión estas
formaciones extremistas, que no solucionan nada, son vistas con atractivo por
el votante que ya está de vuelta de todo y que quiere firmeza, sea eso lo que sea.
Podemos y Vox, a la baja la primera, al alza la segunda, son los partidos que,
a nivel nacional, encarnan ahora este sentimiento. La suma conjunta de sus
votos y escaños mide la dimensión de un enorme problema de fondo, de desafección
por las sociedades abiertas y las políticas moderadas. Y ese problema no es
solo español, nos rodea por todas partes.
Aún
con este panorama tan desalentador, ya he votado. Lo hice ayer, por correo, a
sabiendas de que, como decía el lema de la campaña del partido del karma democrático
en Bilbao a finales de los noventa, el voto ha sido completamente inútil (“como
tú” terminaba aquel lema visionario). Se que esta vez es difícil, pero pese a
todo les animo a que vayan a votar, a que ejerzan ese derecho sagrado, a pesar
de que los representantes electos mediante el sufragio ni respeten la liturgia
ni el valor de lo escogido. Dado
que el debate electoral que se va a realizar no será sino una pantomima, monólogos
de cinco presuntos incapaces, ni eso servirá para escoger su elección. Piense,
vote, y reserve su cabreo para una no descartable repetición.