Ayer
hizo pública Borja Sémper su renuncia a la actividad política, tras toda
una carrera en el Partido Popular del País Vasco, en el que ha llegado al
liderazgo de la rama guipuzcoana. Considerado por muchos como un verso libre, su
ideología sincera siempre ha estado por detrás de sus convicciones personales,
detrás en el sentido de relegada, de secundaria. Constitucionalista en tierra
hostil, hostigado por el terrorismo, dice Sémper que se va por motivos
personales, pero que el actual clima de enfrentamiento, de sectarismo, de
bandos, no le motiva, y considera que eso no es política. No puedo estar más de
acuerdo con él.
En
teoría la política debiera ser una aspiración entre las más nobles posibles, a
la que aquellos dotados de ideas y corazón quisieran llegar, porque es la política
la vía para gestionar y resolver las disputas diarias y trabajar en pro de la
comunidad, de toda ella. El político está al servicio de la comunidad, y bajo
el imperio de la ley rige sus destinos y toma decisiones. Es el ministro, que
viene del latín “minister” el menor entre todos ellos, por estar al servicio de
todos ellos. Si te nombran Ministro no te puedes sentir engrandecido, sino
abrumado por la responsabilidad. Tras estas palabras bonitas, la realidad. La
política se ha convertido, desde hace tiempo, y no sólo aquí, en una ciénaga de
la que es imposible escapar impoluto. El fango se extiende por todas partes y
las ambiciones personales de todo tipo chapotean en él buscando asomar un poco
más sobre el resto, sin importarles nada más. En España además todo se adereza
con un extremismo en la calificación ideológica que es tan infantil como ridículo,
pero que ha prendido entre muchos, desde luego entre los que habitan las redes
sociales y las convierten en una versión suprema de esa ciénaga a la que antes
aludía. En pocos meses hemos vivido la marcha de dos figuras relevantes del
escenario político, ayer la de Borja Sémper, a mediados del año pasado la de
Toni Roldán. Sirvan ellos como exponente de profesionales modernos, con
convicciones, que llegaron al mundo de la política de la mano de liderazgos
inclusivos, abiertos, prometedores, que iban a traer la regeneración y, de
paso, valorar como es debido a los técnicos que conocen las materias, que saben
de lo que habían, que las han estudiado y que no suponen que tres tuits
equivalen a un máster y cinco a un doctorado. Con el paso del tiempo, esos
profesionales han comprobado con amargura no sólo que no podrán llevar a cabo
muchas de sus ideas desde puestos de responsabilidad, sino que los equipos en
los que se integraron se han convertido en otra cosa muy distinta. Máquinas de
adulación al líder, sometidas a los designios de quien dice ver más allá de los
demás y que les lleva irremediablemente a los arrecifes, en medio del silencio
y peloteo generalizado. Además vieron como el sectarismo anidaba en la política,
promovido y espoleado por aquellos que son los más sectarios, que se mueven a gusto
en el grito y la descalificación, en la mentira, en el supremacismo de lo que
consideran suyo, y han logrado extender esa forma de comportarse por todo el
tejido político. ¿Qué papel le queda a un técnico, a un moderado, en un debate
de esencias? ¿Cómo alzar la voz de la razón en medio del griterío? No lo se.
Quizás ellos vieron que había llegado el momento de no seguir esforzándose en
el vacío, de no perder más fuerzas en una batalla perdida de antemano porque el
gritón, el faltón, el que carece de argumentos es el que va a imponer su voz. Y
optaron por la retirada, dejando el campo vacío, por el que cada vez se mueven
con más soltura los extremistas, los mediocres, los que nada saben y de todo
presumen, los que sólo azuzan el ruido y la furia que mencionaba Shakespeare.
Ellos, desde luego, saben lo que es eso, aunque a buen seguro apenas hayan leído
al bardo de Avon.
Perder
a figuras como Sémper es dramático para la política nacional, ahonda el proceso
de degradación que vive, en el que los cuadros de los partidos se hacen cada
vez más monolíticos en lo doctrinario y huecos en lo intelectual. “El que se
mueve no sale en la foto” dejó dicho Alfonso Guerra cuando en los ochenta era
el guardián de las esencias socialistas, en una era que en su momento nos
pareció políticamente decadente y que ahora, en comparación, luce como la
Atenas de Pericles. Toda la suerte del mundo a Borja Sémper en su vida y
carrera a partir de ahora. Se le echará de menos, al menos este que les escribe
lo hará. Cada vez estamos más solos los que, teniendo alguna ideología o
pensamiento, escapamos de doctrinas y confesiones. Desde ayer somos uno menos.
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