El
sábado, a muy primera hora de la mañana, y ante la acumulación de pruebas y
acusaciones, el
gobierno de Teherán tuvo que salir en público a reconocer que el desastre aéreo
del miércoles no fue un accidente, sino un derribo. Como los medios
norteamericanos habían avanzado, fue un proyectil de la defensa antiaérea iraní
lo que impactó contra el avión, provocando su inmediata volatilización. Nos
queda el consuelo de que los fallecidos apenas se enteraron de lo sucedido y
que su final fue tan absurdo y cruel como brusco. Es muy probable que cuando
los restos del aparato impactasen contra el suelo hacía ya varios segundos que
nada albergaban con vida.
Como
adelantaba el viernes, la posibilidad de que estuviéramos ante un derribo era
la peor de las pesadillas posibles para el régimen de los ayatolas, y ahí es
donde se encuentran ahora mismo. El ridículo que han protagonizado sus fuerzas
de defensa y las víctimas causadas, entre las que se encuentran muchas de otras
nacionalidades, además de iraníes, son un enorme baldón sobre la espalda de un
régimen al que nunca le ha temblado la mano para disparar contra su propia
población, pero que acostumbrado a un hermetismo casi total con respecto a la
cobertura mediática de sus actos, apenas se ha sentido cohibido por las
reacciones externas. En esta ocasión las cosas son bastante distintas. El ánimo
de unidad nacional que se creó tras el asesinato del general Soleimani se ha
deshecho y
vuelven las protestas a las calles de la capital y de otras ciudades por parte
de una población que vive encarcelada bajo un régimen de tiranía al que,
sorprendentemente, siguen defendiendo buena parte de los estandartes del
buenismo internacional. Que la posición de Trump en este avispero empeore la
imagen que tenemos de EEUU no sirve de excusa para que eso pueda absolver los
males y desmanes que, sin cesar, desarrolla la dictadura teocrática que rige
los designios de Irán. Y es una pena, porque la sociedad iraní, que es persa,
es con mucho la más proclive a un entendimiento con occidente de entre todas
las que se encuentran en esa parte del mundo. De hecho, es en Irán donde
podemos decir que se encuentra una sociedad como tal, porque en sus países vecinos,
empezando por las monarquías del golfo, el nivel de represión de las dictaduras
que las rigen es tal que resulta irónico hablar de sociedades tal y como las entendemos.
Con una edad media ridículamente baja, alto nivel de estudios y una cultura
propia milenaria, la sociedad iraní demanda desde hace décadas un apertura política
y mental que le permita salir adelante y escapar de la miseria e insatisfacción
en la que vive, pero el régimen ha diseñado un sistema tan estructurado como
eficaz para mantenerse en el poder y reprimir todo tipo de oposición. La
existencia del enemigo externo, sea real o inventado, es genial para toda
dictadura como excusa para actuar como tal y como aglutinante de la población,
y es real que Arabia saudí supone una amenaza para los intereses de Teherán,
pero en esa lucha se enfrentan tanto intereses geoestratégicos como, sobre
todo, visiones religiosas, con el chiísmo iraní frente al sunismo saudí. Si
hasta hace décadas identificábamos la primera de estas alternativas islámicas
como la radical frente a la moderada, los últimos años nos han puesto sobre la
mesa cómo la radicalización ha ido mucho más de la mano del sunismo, con DAESH
y Al Queda como fuerzas de choque militar de una visión del islam que es tan
arcaica y radical que puede dejar a los ayatolas convertidos en paganos. El
papel de socios suministradores de crudo que suponen para nosotros las monarquías
del golfo oculta estos problemas de fondo y hace que, en muchas ocasiones,
malinterpretemos la realidad de esa zona, que es muy complicada por sí misma.
Quizás debiera ser Irán nuestro socio preferente en la región, y alcanzar con él
acuerdos que permitan mantener la confianza y seguridad regional, todo ello
bajo la estricta condición de supervivencia del estado de Israel. La retórica
de Teherán es muy incendiaria, pero la sociedad que vive bajo esa manta de
opresión demanda una libertad que nos suena mucho a todos los que un día no la
tuvimos y también la buscábamos.
¿Qué
futuro tienen las actuales protestas en Irán? Muy difícil saberlo. Es una
oportunidad de oro para que, con inteligencia y sigilo, EEUU pueda sentar bases
para debilitar el régimen desde dentro y hacerle ver la necesidad de que
cambie, de que vire. Sin embargo, lo se, esa posibilidad es muy pequeña, tanto
por la falta de luces (cortas, largas, de todo tipo) que actualmente existen en
la Casa Blanca de Trump como por el agobio del régimen iraní, que interpreta
cualquier cesión como una vía para perder un poder que necesita como si fuera
el aire para seguir existiendo. La tensión en la zona va a seguir alta durante
mucho tiempo y lo vivido en la pasada semana, de pesadilla, nos muestra cuán
cerca estamos de que un accidente cause una desgracia localizada o global.
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