martes, enero 07, 2020

Investidura de Sánchez


Salvo gran sorpresa, que sería ansiada por no pocos, hoy Pedro Sánchez será investido como presidente del gobierno en segunda votación y dejará de estar en funciones. Será la primera sesión de investidura que saque adelante, y la segunda votación de confirmación del candidato ganada tras la de la moción de censura de 2018. Su grado de provisionalidad disminuirá, pero no desaparecerá, ni mucho menos, dada la inestable y psicótica alianza que ha conformado para auparse al poder. De socios de viaje como los que ha escogido no se puede esperar nada bueno, y él, probablemente, lo sabe. Y también sabe que poco le importa a partir del resultado positivo de la votación de hoy.

No he seguido prácticamente nada este debate de investidura, porque me produce una enorme melancolía ver la situación política del país, y no quería una sobredosis de dolores. He repetido una y mil veces que todo lo que no fuese una gran coalición entre PSOE y PP era un mal resultado, y entre los malos resultados posibles, la alianza del PSOE con Esquerra, uno de los más probables, es de los peores. Contemplar desde el salón de casa horas y horas de presunto debate convertidos en un catálogo de imprecaciones e insultos mutuos no es lo que más interés me produce y, sinceramente, no posee utilidad alguna. El clima político es de completa ruptura entre las dos presuntas alas del parlamento, y parece que así va a seguir siendo durante el tiempo, impreciso, que dure esta legislatura. Digo presuntas alas porque nunca el nacionalismo ha sido de izquierdas. Vox, Esquerra, las CUP, Junts per Cat o Batasuna representan exactamente lo mismo, un espíritu de supremacismo con toques etnicistas más o menos disimulados, que se envuelven una bandera, cada uno la que cree suya, para esconder sus vergüenzas y falta de ideario. Su “todo por la patria” esconde el vacío de la nada a su alrededor, y esa es una manera de ejercer el egoísmo tan exacerbada como excluyente. ¿Qué tienen de izquierdas esos movimientos? Algunos el nombre, y otros un supuesto aparataje ideológico salido de lo más arcaico y fracasado del siglo XIX y XX pero que, ahí siguen, enarbolan como la mayor de las novedades. Esos grupos extremistas se retroalimentan unos a otros, buscan la confrontación, que saben que les viene bien, porque cuanto más ruido arman más prietas están sus propias filas. Y sesiones como las vividas a lo largo de este fin de semana son el perfecto caldo de cultivo para que estos partidos crezcan, se unan en su sinrazón y se crean aún más cargados de razones, poder y orgullo. No he incluido al PNV o a Podemos entre ellos porque, pese a que el nacionalismo les puede, son algo más listos y saben cazar oportunidades cuando las ven. ¿Con estos mimbres se va a poder crear un gobierno estable y que afronte los problemas del país? Ni lo sueñen. Son Sánchez y Casado, por ese orden, los culpables de la situación que vivimos y a la que nos enfrentamos. En sus manos estaba el haber llegado a una entente cordial que diera estabilidad y algo de acuerdo a los restos que se agolpan ante nuestras vidas e instituciones, pero no, no han hecho nada para ello. Sánchez, cegado por el poder que casi vuelve a tener en la mano, busca una investidura que le deje inmune ante el resto. Desde que jure su cargo, mañana, puede desdecirse de los compromisos alcanzados con Podemos y resto de formaciones, porque su palabra caduca con facilidad extrema, y volver a pensar en el gobierno como una enorme máquina de propagan de cara a unas nuevas y futuras elecciones, que vendrán en algún momento. Casado, por su parte, estabilizado en el partido, no sabe gestionar su poder menguante con un Vox que le presiona por el extremo, y un día es pactista y otro furibundo opositor, sin tener claro ni que quiere hacer ni qué pretende. Entre los dos han malogrado la posibilidad de una gran coalición que diera unos años de sosiego.

Tras la investidura, ajusta pero que saldrá adelante salvo tamayazos, el jueves conoceremos la composición del gobierno, ya adelantado en parte antes incluso de que sea investido el presidente (sí, nada de lo que pasa últimamente es normal) y el viernes tendrá lugar el primer Consejo de Ministros. Y a partir del lunes, empezarán las broncas entre los socios de gobierno y los iluminados que, con su abstención, les han llevado hasta allí. ¿Cuántos rumores de crisis de gobierno nos esperan por delante? ¿Una por trimestre? No nos vamos a aburrir nada, pero eso no quiere decir que el espectáculo que nos espera sea interesante o entretenido, no. Más melancolía.

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