Salvo
gran sorpresa, que sería ansiada por no pocos, hoy Pedro Sánchez será investido
como presidente del gobierno en segunda votación y dejará de estar en funciones.
Será la primera sesión de investidura que saque adelante, y la segunda votación
de confirmación del candidato ganada tras la de la moción de censura de 2018. Su
grado de provisionalidad disminuirá, pero no desaparecerá, ni mucho menos, dada
la inestable y psicótica alianza que ha conformado para auparse al poder. De socios
de viaje como los que ha escogido no se puede esperar nada bueno, y él,
probablemente, lo sabe. Y también sabe que poco le importa a partir del
resultado positivo de la votación de hoy.
No
he seguido prácticamente nada este debate de investidura, porque me produce una
enorme melancolía ver la situación política del país, y no quería una
sobredosis de dolores. He repetido una y mil veces que todo lo que no fuese una
gran coalición entre PSOE y PP era un mal resultado, y entre los malos
resultados posibles, la alianza del PSOE con Esquerra, uno de los más
probables, es de los peores. Contemplar desde el salón de casa horas y horas de
presunto debate convertidos en un catálogo de imprecaciones e insultos mutuos
no es lo que más interés me produce y, sinceramente, no posee utilidad alguna.
El clima político es de completa ruptura entre las dos presuntas alas del parlamento,
y parece que así va a seguir siendo durante el tiempo, impreciso, que dure esta
legislatura. Digo presuntas alas porque nunca el nacionalismo ha sido de
izquierdas. Vox, Esquerra, las CUP, Junts per Cat o Batasuna representan
exactamente lo mismo, un espíritu de supremacismo con toques etnicistas más o
menos disimulados, que se envuelven una bandera, cada uno la que cree suya,
para esconder sus vergüenzas y falta de ideario. Su “todo por la patria”
esconde el vacío de la nada a su alrededor, y esa es una manera de ejercer el
egoísmo tan exacerbada como excluyente. ¿Qué tienen de izquierdas esos
movimientos? Algunos el nombre, y otros un supuesto aparataje ideológico salido
de lo más arcaico y fracasado del siglo XIX y XX pero que, ahí siguen, enarbolan
como la mayor de las novedades. Esos grupos extremistas se retroalimentan unos
a otros, buscan la confrontación, que saben que les viene bien, porque cuanto más
ruido arman más prietas están sus propias filas. Y sesiones como las vividas a
lo largo de este fin de semana son el perfecto caldo de cultivo para que estos
partidos crezcan, se unan en su sinrazón y se crean aún más cargados de
razones, poder y orgullo. No he incluido al PNV o a Podemos entre ellos porque,
pese a que el nacionalismo les puede, son algo más listos y saben cazar
oportunidades cuando las ven. ¿Con estos mimbres se va a poder crear un
gobierno estable y que afronte los problemas del país? Ni lo sueñen. Son Sánchez
y Casado, por ese orden, los culpables de la situación que vivimos y a la que
nos enfrentamos. En sus manos estaba el haber llegado a una entente cordial que
diera estabilidad y algo de acuerdo a los restos que se agolpan ante nuestras
vidas e instituciones, pero no, no han hecho nada para ello. Sánchez, cegado
por el poder que casi vuelve a tener en la mano, busca una investidura que le
deje inmune ante el resto. Desde que jure su cargo, mañana, puede desdecirse de
los compromisos alcanzados con Podemos y resto de formaciones, porque su
palabra caduca con facilidad extrema, y volver a pensar en el gobierno como una
enorme máquina de propagan de cara a unas nuevas y futuras elecciones, que
vendrán en algún momento. Casado, por su parte, estabilizado en el partido, no
sabe gestionar su poder menguante con un Vox que le presiona por el extremo, y
un día es pactista y otro furibundo opositor, sin tener claro ni que quiere
hacer ni qué pretende. Entre los dos han malogrado la posibilidad de una gran
coalición que diera unos años de sosiego.
Tras
la investidura, ajusta pero que saldrá adelante salvo tamayazos, el jueves
conoceremos la composición del gobierno, ya adelantado en parte antes incluso
de que sea investido el presidente (sí, nada de lo que pasa últimamente es
normal) y el viernes tendrá lugar el primer Consejo de Ministros. Y a partir del
lunes, empezarán las broncas entre los socios de gobierno y los iluminados que,
con su abstención, les han llevado hasta allí. ¿Cuántos rumores de crisis de
gobierno nos esperan por delante? ¿Una por trimestre? No nos vamos a aburrir
nada, pero eso no quiere decir que el espectáculo que nos espera sea
interesante o entretenido, no. Más melancolía.
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