viernes, enero 24, 2020

Confinados en China


Menudo nivel el de la política nacional. El leninista Iglesias, coherente con su arcaica y fracasada ideología, sigue apoyando con todas sus fuerzas al régimen dictatorial de Nicolás Maduro y considera a Guaidó como un representante de la oposición venezolana, nada más. Quizás sea la influencia del vice lo que provocó que Ábalos se reuniese, de manera fortuita (en fin…) con la vicepresidenta de Maduro en un avión en Barajas, una persona que tiene prohibido el acceso a territorio Schengen por los cargos de corrupción y abuso de poder que ejerce al frente del régimen que aprisiona Venezuela. Con quién te reúnes y con quién no dice mucho de tus ideas y tu catadura moral.

Así que me largo de este cutre lodazal para irme a china, donde la cosa se complica cada vez más. En medio de mensajes tranquilizadores de un gobierno que, de momento, controla la comunicación, ya son algo más de veinte millones de personas las que se encuentran confinadas en cinco ciudades chinas. Lo que empezó como una medida drástica en Wuhan, el lugar en el que se originó el coronavirus se ha extendido a diversas urbes de su entorno, en una extensión de una forma de actuar a la que sigo sin verle mucho sentido una vez que los focos ya se han diseminado por buena parte de la propia China y de otras naciones. En todo caso, el gobierno y ejército chino no se andan con tonterías y han decretado un cierre que es tan aparatoso como atemorizante. De momento no tenemos ni idea cierta de si las cifras que hablan del entorno de una veintena de fallecidos y varios cientos de enfermos son veraces o no, pero los millones de personas que residen en esas localidades afectadas, que redondeando equivalen a media España, están encerrados en sus urbes sin poder entrar ni salir. Esto no es sólo un enorme problema a la hora de llevar a cabo trabajos y tareas comunes, porque no hay transportes internos ni nada por el estilo, sino sobre todo es una situación de agobio creciente dado que, como nada puede entrar tampoco en la ciudad, las provisiones que los ciudadanos tengan en casa serán lo único que les sirva para alimentarse y sobrevivir. Circulan por la web vídeos en los que se muestra a los militares cortando autopistas, estaciones de tren y otros transportes completamente vacías, muertas, y colas e incidentes en supermercados por parte de ciudadanos que buscan llevarse lo que puedan en previsión de que lo que desaparezca en las baldas no será repuesto. En tiempos de bulos cibernéticos es difícil saber si estos vídeos son ciertos o no, pero así lo parecen, y en todo caso reflejan una situación que es fácil suponer que sea cierta. Póngase usted en su lugar, que un gobierno dotado de un poder duro intenso y que no duda en utilizar le avise que su ciudad, supongamos Madrid, queda cerrada a cal y canto por tiempo indefinido, que nadie puede entrar ni salir, y que metro, autobuses, trenes, aviones, todos los transportes dejan de funcionar. Imagino que el instinto primario será abastecerse de gasolina en su coche para tratar de que le sirva como medio de transporte el mayor tiempo posible e ir a comprar comida para aguantar una situación que no depende mucho de uno mismo, ni en la duración ni en las consecuencias. También hay vídeos de servicios médicos abarrotados, quizás hospitales, en los que se ven escenas de agobio, bronca, con presuntos enfermos que llenan pasillos. Nuevamente, ciertos o no, pueden ser verosímiles. Si los transportes no funcionan y uno se pone enfermo en casa, ¿cómo acude al centro de salud para buscar cura? ¿cómo es visto por el médico en una ciudad de enormes dimensiones en la que hospitales y centros de referencia pueden estar a varios kilómetros de distancia de casa?. Las consecuencias prácticas del confinamiento que vemos, si el gobierno es capaz de forzarlo en el tiempo, pueden ser mucho más letales que cualquier enfermedad.

En cierto modo, asistimos en directo en el caso chino a una distopía absoluta de esas que tan de moda están en los medios audiovisuales. Los ciudadanos de Wuhan viven en un experimento coercitivo que ha transformado su urbe en una cárcel, con el miedo de la enfermedad de fondo, y sin que sepamos muy bien desde aquí qué es lo que pasa, imagino que en las calles de la ciudad la actividad se habrá reducido casi a la nada, ofreciendo escenas propias de relatos de apocalipsis destructivo, que generan morbo en mucha parte de la audiencia. Es asombroso lo que está pasando allí y, sea lo que sea lo que suceda con la enfermedad, Wuhan es, ahora mismo, un gigantesco laboratorio humano sometido a una prueba de estrés como no se recuerda.

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