Ayer
Pedro Sánchez concedió su primera entrevista desde, creo, la victoria electoral
del 10 de noviembre. Más de dos meses en los que no ha pasado casi nada en
la política española sin una sola entrevista del principal protagonista.
Resulta curioso, o no, con qué facilidad los políticos buscan a los medios para
vender su mensaje cuando se encuentran en campaña y cómo la rehúyen una vez que
alcanza el poder, y descubren que es ese mismo poder que atesoran el que les
permite vender el mensaje, sin necesidad de que los periodistas sirvan de
intermediario. Los utilizan como correa de transmisión, y algunos de ellos están
encantados. Curioso, o no.
Poco
fue lo noticioso de la entrevista de ayer, concebida como un ejercicio por
parte de Sánchez para colocar argumentos políticos que llevamos oyendo ya
semanas y que se van a convertir en el mantra de los próximos meses. Confirmó
la subida del salario de los funcionarios un 2%, que le aconsejo que lo ahorre
en vista del cada vez más desatado déficit público. A preguntas sobre cómo se
va a poder controlar esa variable y las limitaciones que Bruselas impone en
materia económica, Sánchez se mostró evasivo, diciendo que todo se cumpliría
como es debido, pero sin dar una muestra certera de cómo va a implantar algo de
seriedad presupuestaria. Su objetivo pasa por aprobar unos nuevos presupuestos
antes del verano, pero conseguir los 176 votos necesarios para ello se antoja
difícil y, sobre todo, muy caro para las exiguas arcas públicas. Sobre el otro
gran tema, Cataluña, fue algo más locuaz, pero no evitó algún momento de estilo
“Rajoyesco” en una nueva muestra de que, como los martes son los nuevos viernes
en lo que hace a reuniones del Consejo de Ministros, Sánchez es cada vez más Rajoy
en su modo de expresarse y parecer. Anunció que se reuniría con Torra en
Febrero y lo enmarcó en una gira que va a hacer por todas las Comunidades Autónomas
para reunirse con todos los presidentes regionales (atenta, Greta, las
emisiones de CO2 que pueden emanar del Falcon en esos viajes serán de órdago)
pero dejó clara su visión de que estamos ante un conflicto político, cuando una
semana antes de las elecciones era de convivencia, que sería buena idea
reformar el código penal para adaptar algunas figuras que son las que han
permitido la condena a los golpistas catalanes, cuando una semana antes de las
elecciones pedía mayor dureza contra ellos y nuevas penas relacionadas con los
referéndums ilegales… en definitiva, cada palabra suya sobre este asunto estaba
rellena de un adanismo propio del inconsciente, dejando caer en todo momento que
estamos ante un problema heredado del gobierno anterior, y una debilidad de
quien se sabe cogido por parte de los independentistas. No esperen muchas
soluciones prácticas en este asunto y sí mucho, muchísimo márketing, que de eso
vamos a estar servidos hasta el hartazgo en las próximas semanas, meses, años…
lo que vaya a durar el gobierno. Muy habilidoso estuvo Carlos Franganillo al
preguntarle qué opinaría el PSOE si el PP hubiera nombrado a un ministro como
Fiscal General del Estado, a lo que Sánchez respondió con una excursión por la
tangente alabando las cualidades técnicas y profesionales de una Dolores Delgado
que, si no me equivoco, sigue siendo diputada del PSOE y que participó
activamente en la campaña electoral de noviembre, no precisamente alentando en
exclusiva a la participación. La figura del rector de la fiscalía ha sido
manipulada por todos los gobiernos, quizás de manera sublime por Felipe González
cuando nombró para ese cargo a un ya olvidado Eligio Hernández que fue de lo más
desastroso y partidista que hubo en el mundo parajudicial. Dolores Delgado ha
sido leal y fiel a Sánchez y al partido, y obtiene como premio un puestazo, para
el que técnicamente está capacitada pero éticamente no. Su nombramiento, como
si lo hubiera sido por parte del PP en una situación similar (pensemos en Enrique
López y los cargos que ha ocupado a lo largo de su carrera) es una cacicada, lo
diga un portavoz político del grupo que sea o su porquera. Y el silencio de la
facción de Podemos ante este nombramiento no es sino una muestra de cómo el
poder exige pleitesía, y qué rápido la otorgan quienes en su vida sólo desean
aspirar a él.
Justo
al final de la entrevista salió el tema de RTVE, del concurso público para su
administrador, que duerme en el limbo deseado por todos los partidos, la situación
de absoluta interinidad en la que se desenvuelve el ente y la necesidad de
profesionalizar un medio que todo partido y gobierno ansía por controlar (Iglesias,
admítelo, sueñas con ello cada noche ahora que lo tienes tan cerca). Ahí Sánchez
volvió a ser evasivo, aunque sí acertó al señalar que el consumo vía
plataformas y los servicios de streaming han cambiado lo que entendemos por
televisión, y que RTVE debe ser una potencia global en ese nuevo ecosistema. ¿Cómo?
¿Con qué gerencia? De eso seguimos sin saber nada. Carlos Franganillo y Ana
Blanco se fueron sin respuestas.
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