miércoles, enero 22, 2020

El nuevo coronavirus chino


Hace unas semanas, no mucho después de reyes, empezó a circular la noticia de que una nueva enfermedad infecciosa se estaba dando en la ciudad china de Wuhan, una urbe que no nos suena a nada y que tiene una población aproximada de once millones de personas, más que Londres, algo así como Moscú. Los primeros casos afectados parece que se dieron en personas que habían frecuentado un mercado de marisco local, en el que también se vendían carnes y otros alimentos frescos. Las autoridades chinas anunciaron a los pocos días que todo estaba controlado, el mercado clausurado, el causante del mal controlado y con él la enfermedad.

Dos semanas después el panorama es bastante distinto y, sin llegar a ser alarmistas, empieza a coger un tono preocupante. El número de fallecidos ya no es nulo, sino que se eleva a nueve, los contagiados a varios centenares y la dispersión de la enfermedad hace bastante que ha dejado la ciudad en la que se originó y se encuentra ya en bastantes urbes chinas, del sureste asiático y, gran novedad, ayer se detectó el primer caso en los EEUU, en una persona proveniente de allí que llegó a Seattle. Los modernos sistemas de transporte de nuestro tiempo son el mejor de los aliados para que las enfermedades infecciosas puedan moverse con una velocidad y extensión que jamás hubiera sido imaginable hasta hace apenas un siglo, y las noticias las acompañan a una velocidad mucho mayor si cabe. Ayer por la tarde esta nueva enfermedad empezó a escalar posiciones en el ranking informativo global después de la bajada de las bolsas asiáticas que provocó en gran parte y la confirmación del primer caso en territorio occidental. El proceso de creación de un problema global es arquetípico, y hoy esta enfermedad se empezará a colar en conversaciones, cafés y tertulias de medio mundo como otra posible amenaza. ¿Lo es? Poco es lo que sabemos por ahora de la misma, pero todo invita a ser prudentes, a escuchar a los expertos en la materia y estar preparados para lo que muchos señalan como una repetición del caso del SARS que afectó al sureste asiático hace ya algunos años y que provocó problemas moderados y de duración temporal limitada, setecientos muertos mediante. Lo que está conformado es que nos encontramos ante un coronavirus, un tipo de virus que provoca una infección similar a la neumonía, y que es capaz de contagiarse entre personas. Las primeras informaciones hablaban de un contagio producido en el mercado de Wuhan entre personas que habían o comido o tocado algún producto contaminado, y es bastante probable que ese fuera el origen real del brote, pero que una vez que el virus saltase al huésped humano hubiera mutado para convertirse en algo capaz de saltar entre persona y persona, siguiendo el caso clásico de evolución que presenta el virus de la gripe. En general todas estas enfermedades surgen por contaminación entre animales y humanos, y se convierten en epidemias cuando el virus muta, como acaba de suceder en este caso, para convertirse en puramente humano. Poco se ha publicado de las características del virus, pero parece que el ya mencionado SARS pudiera ser un referente válido para aproximarnos a lo que tenemos delante, y el número de casos tratados y la información que se tiene es aún muy escasa como para poder determinar la tasa de mortalidad y la peligrosidad intrínseca de la enfermedad. Sería muy distinta la situación si los afectados y fallecidos son personas ya enfermas de otras cuestiones y, en general, personas ya debilitadas como pueden ser ancianos que si nos encontramos ante enfermos que caen sin patologías previas. Como antes señalaba, en estos temas la prudencia debe estar en primera línea informativa, acompañada de la profesionalidad de los expertos en enfermedades infecciosas, que son los únicos capaces de valorar la dimensión e importancia de lo que tenemos delante. Cuando se produjo el SARS no existían las redes sociales, ni la viralidad tóxica de los bulos. Ahora sí, por lo que el motivo de prudencia informativa debe ser reforzado.

China, el origen del brote, es uno de los primeros agentes que debe responder claro y sin ocultamientos a las peticiones de información que la OMS y profesionales asociados han empezado a recabar sobre el terreno. La tradicional opacidad de las dictaduras a la hora de contar las cosas malas que pasan en ellas es un lastre cuando se trata de prevenir problemas globales, y este es un buen ejemplo. Además, casualmente, el inicio inminente de las festividades del año nuevo chino y la ingente cantidad de viajes internos que ello genera obliga a ser muy rigurosos en las medidas de protección e identificación de los enfermos. La opacidad mostrada hasta ahora por las autoridades chinas es tan lesiva como el propio virus, y uno de sus principales aliados.

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