viernes, enero 17, 2020

Han nacido los biobots


El mundo sigue avanzando y no nos espera, y seguimos sin darnos por enterados. Así nos irá. Científicos norteamericanos han anunciado esta semana la creación de los primeros biobots, un palabro que esconde un artilugio creado mediante células biológicas vivas y que actúa como nosotros deseamos que lo haga. Realmente, el título que le he puesto al artículo de hoy no es certero, porque esas “cosas” no nacen, sino que son creadas en un laboratorio, pese a estar compuestas de componente vivos no son objetos vivos en realidad. Estas estructuras nos desafían en lo intelectual y lo conceptual, ya que de paso nos vuelven a poner encima de la mesa el complicado debate de definir lo que es vida, que sigue sin estar nada claro.

El término más correcto para definir a estos seres sería del de máquinas vivientes, porque realmente son una máquina, un objeto creado para que haga un determinado trabajo, sólo que sus piezas no son bielas o palancas sino células. El trabajo de creación de estos objetos reúne lo más avanzado en biología y computación, porque ha sido necesario un enorme trabajo informático para saber realmente cómo juntar las células que queremos para que la creación haga lo deseado. De momento estos objetos se mueven tal y como lo desean sus creadores, y para ello se han utilizado células de un tipo de rana, concretamente dos de ellas, unas musculares activas y otras de su piel, pasivas. Las activas son las que, con su capacidad de contracción, pueden otorgar movimiento al conjunto, y su disposición es la que está muy pensada para que la respuesta móvil sea la esperada, mientras que las otras sirven de soporte y estructura general al objeto creado. En el fono podríamos pensar que los científicos han hecho un robotito con piezas de LEGo que se mueve tal y como desean, pero que esas piezas no son plásticas y en forma de ladrillo sino células. El salto tecnológico que supone algo así es enorme, es la culminación de años y años de trabajo en disciplinas aparentemente inconexas que han logrado crear algo que no existía con anterioridad y que apenas si había sido soñado en la ciencia ficción. No son pocas las novelas en las que la nanotecnología cobra un papel importante, y enjambres de nanorobots actúan de manera coordinada con consecuencias muchas veces funestas, que para eso son novelas interesantes. En este caso uno puede lanzar la imaginación al vuelo y pensar en que máquinas como esa puedan ser creadas en masa y actuar de manera coordinada para hacer funciones que se busquen por parte de, pongamos, la medicina. Es obvio el papel que objetos como estos pueden tener en el tratamiento de enfermedades de todo tipo, dada la capacidad de actuación que les podemos otorgar y lo degradable de su estado una vez que la hayan realizado. ¿Estamos ante el surgimiento de un nuevo tipo de “fármaco”? Muy probablemente, pero eso es adelantarse mucho. Lo que hemos conocido esta semana es la primera pieza que abre una nueva tecnología cuyo futuro no sólo nos es desconocido, sino que en gran parte es inimaginable. Estamos, por así decirlo, como si nos acabáramos de enterar que los hermanos Wright han tenido éxito en algo llamado vuelo en un campo del este de los EEUU, pero que aún no podemos decir nada de algo llamado aviación y de su influencia en el futuro. Las posibles aplicaciones que pueden tener descubrimientos de este tipo son, potencialmente, enormes, y ya hay voces que, como antes señalaba la medicina, están poniendo sus ojos en otros campos como el medio ambiente, con la degradación de los residuos como una de las posibles vías obvias. Es pronto para pensar en cosa por el estilo, pero el mero hecho de contemplar cómo esa cosa, de ínfimo tamaño, avanza en medio de la nada propulsada por sí misma gracias a un diseño humano que la ha concebido resulta, en sí mismo, tan alentador como sorprendente. Es un logro.

Es importante señalar que esas cosas, compuestas de tejido vivo, no están vivas como tales, pero se encuentran bastante cerca del concepto de virus, que tampoco está exactamente vivo tal y como lo entienden los expertos en la materia, pero no es menos cierto que el comportamiento y composición de estos objetos, estas máquinas biológicas, hace que uno se pregunte dónde está el límite de lo vivo y de lo no, si la vida no es sino una propiedad emergente de sistemas como el creado en laboratorio, que aparece cuando la complejidad de los mismos se dispara hasta un punto de no retorno. En el fondo usted y yo también somos, complejas hasta el infinito, máquinas biológicas, sea eso lo que sea que quiere decir.

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