El
mundo sigue avanzando y no nos espera, y seguimos sin darnos por enterados. Así
nos irá. Científicos
norteamericanos han anunciado esta semana la creación de los primeros biobots,
un palabro que esconde un artilugio creado mediante células biológicas vivas y
que actúa como nosotros deseamos que lo haga. Realmente, el título que le he
puesto al artículo de hoy no es certero, porque esas “cosas” no nacen, sino que
son creadas en un laboratorio, pese a estar compuestas de componente vivos no
son objetos vivos en realidad. Estas estructuras nos desafían en lo intelectual
y lo conceptual, ya que de paso nos vuelven a poner encima de la mesa el
complicado debate de definir lo que es vida, que sigue sin estar nada claro.
El
término más correcto para definir a estos seres sería del de máquinas
vivientes, porque realmente son una máquina, un objeto creado para que haga un
determinado trabajo, sólo que sus piezas no son bielas o palancas sino células.
El trabajo de creación de estos objetos reúne lo más avanzado en biología y
computación, porque ha sido necesario un enorme trabajo informático para saber
realmente cómo juntar las células que queremos para que la creación haga lo
deseado. De momento estos objetos se mueven tal y como lo desean sus creadores,
y para ello se han utilizado células de un tipo de rana, concretamente dos de
ellas, unas musculares activas y otras de su piel, pasivas. Las activas son las
que, con su capacidad de contracción, pueden otorgar movimiento al conjunto, y
su disposición es la que está muy pensada para que la respuesta móvil sea la
esperada, mientras que las otras sirven de soporte y estructura general al
objeto creado. En el fono podríamos pensar que los científicos han hecho un
robotito con piezas de LEGo que se mueve tal y como desean, pero que esas
piezas no son plásticas y en forma de ladrillo sino células. El salto tecnológico
que supone algo así es enorme, es la culminación de años y años de trabajo en
disciplinas aparentemente inconexas que han logrado crear algo que no existía con
anterioridad y que apenas si había sido soñado en la ciencia ficción. No son
pocas las novelas en las que la nanotecnología cobra un papel importante, y
enjambres de nanorobots actúan de manera coordinada con consecuencias muchas
veces funestas, que para eso son novelas interesantes. En este caso uno puede
lanzar la imaginación al vuelo y pensar en que máquinas como esa puedan ser
creadas en masa y actuar de manera coordinada para hacer funciones que se
busquen por parte de, pongamos, la medicina. Es obvio el papel que objetos como
estos pueden tener en el tratamiento de enfermedades de todo tipo, dada la
capacidad de actuación que les podemos otorgar y lo degradable de su estado una
vez que la hayan realizado. ¿Estamos ante el surgimiento de un nuevo tipo de “fármaco”?
Muy probablemente, pero eso es adelantarse mucho. Lo que hemos conocido esta
semana es la primera pieza que abre una nueva tecnología cuyo futuro no sólo
nos es desconocido, sino que en gran parte es inimaginable. Estamos, por así
decirlo, como si nos acabáramos de enterar que los hermanos Wright han tenido éxito
en algo llamado vuelo en un campo del este de los EEUU, pero que aún no podemos
decir nada de algo llamado aviación y de su influencia en el futuro. Las
posibles aplicaciones que pueden tener descubrimientos de este tipo son,
potencialmente, enormes, y ya hay voces que, como antes señalaba la medicina,
están poniendo sus ojos en otros campos como el medio ambiente, con la
degradación de los residuos como una de las posibles vías obvias. Es pronto
para pensar en cosa por el estilo, pero el mero hecho de contemplar cómo esa
cosa, de ínfimo tamaño, avanza en medio de la nada propulsada por sí misma gracias
a un diseño humano que la ha concebido resulta, en sí mismo, tan alentador como
sorprendente. Es un logro.
Es
importante señalar que esas cosas, compuestas de tejido vivo, no están vivas
como tales, pero se encuentran bastante cerca del concepto de virus, que
tampoco está exactamente vivo tal y como lo entienden los expertos en la
materia, pero no es menos cierto que el comportamiento y composición de estos
objetos, estas máquinas biológicas, hace que uno se pregunte dónde está el límite
de lo vivo y de lo no, si la vida no es sino una propiedad emergente de
sistemas como el creado en laboratorio, que aparece cuando la complejidad de
los mismos se dispara hasta un punto de no retorno. En el fondo usted y yo
también somos, complejas hasta el infinito, máquinas biológicas, sea eso lo que
sea que quiere decir.
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