En
medio de nuestro fragor diario, cada vez más ruidoso y vacío de contenido, una
de las noticias de la semana pasada que menos eco alcanzó en nuestros medios
fue la
del anuncio de Putin de reforma de la constitución rusa y la remodelación de su
estructura de poder. Este anuncio fue una sorpresa para todo el mundo,
porque tras la victoria en las últimas elecciones presidenciales, que fueron un
mero trámite, Putin ostenta la presidencia hasta el lejano 2024. Sin embargo,
ha empezado a planificar su sucesión, quizás porque, como buen dictador, quiere
dejarlo todo atado y bien atado, y esta vez de verdad.
Putin
es un maestro de la manipulación del poder y de las leyes para su propio interés.
Inauguró lo que podemos denominar la autosucesión mediante un truco parecido al
cambio de cromos. Presidente de Rusia durante dos mandatos consecutivos, el máximo
de lo permitido, buscó a un hombre de paja, el valido Mevdeved, para que optase
a la presidencia, que logró sin problemas, y Mevdeved le nombró primer ministro
a Putin, cargo bastante vacío de competencias pero que el bueno de Vladimir se
encargó de ejercer como si de una presidencia ejecutiva se tratase. Tras eso,
en las siguientes elecciones presidenciales, Putin volvió a presentarse, y
claro, ganó, y repitió victoria, que es donde estamos ahora. No puede volver a
optar a un nuevo mandato ni directa ni indirectamente según la carta magna de
aquel país, por lo que si quiere conservar el poder, o algo similar, debe
modificar las estructuras nacionales, y a eso se va a poner tras el anuncio de
la semana pasada. Probablemente lo que busca es la creación de una especie de
Consejo de Estado deliberativo, que pueda emitir opinión sobre los asuntos del
gobierno, Consejo que, sin duda, presidiría él con carácter, casi seguro,
vitalicio. Ese Consejo asesoraría a la Presidencia del país, que sería
despojada de algunas de sus funciones para debilitarla y hacerla mucho más
maleable. Sí, Putin siempre consigue que los cargos que él ocupa estén
revestidos de poder y desvestidos cuando los deja. El anuncio del Kremlim llevó
a la dimisión del gobierno y de su actual primer ministro (seguro que lo
adivinan, era el valido Mevdeved) y el nombramiento de un gris funcionario de Hacienda
llamado Mijaíl Mishustin como nuevo primer ministro. Desde luego por ese lado
del poder Putin no va a tener problema alguno para manipular y reformar a su
antojo. No ha sorprendido tanto esta maniobra como su prontitud, estando tan
lejos el límite del actual mandato presidencial. ¿Por qué esas prisas? Una de
las opciones es que Putin desea que el nuevo sistema sea ya algo estable y
asentado para 2024 y su transición a sí mismo se vea como algo natural, sin que
pueda interpretarse como un apaño burdo y precipitado. Otro motivo puede estar
en la caída de la popularidad de su figura en los últimos tiempos. La economía
rusa sigue languideciendo en medio de un envejecimiento tecnológico y social
que no cesa, y el subidón nacionalista que supuso para el país la anexión de
Crimea ya ha sido digerido. El coste de la intervención militar en Siria sigue
lastrando las cuentas públicas y los ingresos del país, completamente
dependientes del precio del crudo y del gas no dan para mucho más. Rusia sigue
en un proceso de decadencia, lento e imparable, y la figura de Putin y su omnímodo
poder logran disimular esa situación, pero no ocultarla del todo. La autocracia
que ha construido, un régimen autoritario de los duros que no lo parece tanto,
tiene éxito en el mercado exterior, y dirigentes como Orban y Trump en el fondo
admiran las formas y autonomía con la que el ruso ejerce su poder. Les gustaría
a ellos ser el Putin de sus naciones. Afortunadamente personajes tan sagaces y
siniestros como Putin no abundan, pero él mismo sabe que sus principales
esfuerzos deben centrarse en mantenerse en el poder y que la sociedad no se le
revuelva en exceso, y como buen ex espía de la KGB, sabe, conoce y actúa en
consecuencia.
En
el fondo que Rusia esté presente en multitud de foros internacionales y
posiciones estratégicas globales (sin
ir más lejos, ayer en Berlín, en la conferencia sobre el desastre de Libia)
es un mérito de Vladimir y una sobrerepresentación de un país que es mucho
menos de lo que aparenta y puede, pero que sigue pensando en global, y así
dictamina su política exterior, que es muy interior a efectos de propaganda. A
su manera, Putin ha sido un líder muy exitoso y ha marcado a su nación de
manera decisiva todos los años que lleva en el poder. Seguro que muchos rusos
de a pie no opinan lo mismo, pero allí está prohibido opinar si es en contra
del régimen. Es lo que tienen las dictaduras.
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