En los tiempos antiguos, había cierta tradición de, al inaugurar obras consideradas arriesgadas por diseño o tamaño, que el arquitecto o ingeniero que las había diseñado se pusiera bajo ellas cuando la cimbras se iban desmontando y esas atrevidas bóvedas o arquerías quedaban al air. De esa manera, si alguna fallaba, era el responsable de haberlas imaginado el primero que sufría las consecuencias de su desplome. Y por la misma razón, si aguantaban, era él también el que se llevaba el mérito de lo construido, el reconocimiento general y el silencio dolido de quienes no habían confiado en su proyecto. Seguro que esto último era lo que más feliz le hacía.
Algo parecido, en versión muy moderna, va a suceder este verano. Jeff Bezos, el dueño de Amazon, que siempre está en la disputa por ser el hombre más rico del mundo, ha anunciado que él mismo y su hermano ocuparán plaza en el primer vuelo tripulado de la nave de “Blue Origin” empresa de su propiedad. En este vuelo también viajará algún técnico especializado y hay otra plaza libre por la que sigue abierta una puja en internet que ya va por encima de los cuatro millones de dólares de coste. El vuelo que realizará la nave será de despegue y retorno vertical, ascendiendo hasta una altura de 100 kilómetros, lugar en el que se encuentra la denominada línea de Kàrmán, que es considerada como la frontera entre la atmósfera y el espacio exterior. Hay el entorno ya es oscuro y se puede contemplar el planeta con su curvatura y la sensación de estar “fuera”. No se alcanza la cota en la que orbita, por ejemplo, la estación Espacial Internacional, unos 400 kilómetros, que es el entorno de la llamada órbita baja, pero sí es una distancia más que suficiente para sentirse en el espacio. Tras llegar a ese punto la nave comenzará a descender y con un sistema de retrocohetes frenará hasta posarse en el punto de destino. La fecha escogida para esta prueba, el próximo 20 de julio, no es nada casual, porque ahí se cumple el 52 aniversario de la llegada del hombre a la Luna, y evidentemente Bezos quiere unirse, aunque sea de manera numérica, a esos pioneros del espacio que en los sesenta llenaron de sueños a tantos y tantos chavales, uno de ellos el propio Jeff. La ambición del vuelo que planea no tiene nada que ver con una misión espacial convencional, y de hecho supone un paso mucho más corto que el que ya ha logrado su rival espacial, Elon Musk, que son SpaceX ya ha logrado poner astronautas en órbita y llevarlos a la estación, poseyendo su empresa tanto cohetes lanzadores como cápsulas de un estado y prestaciones mucho más avanzadas que las de Bezos, pero eso no parece amilanar al ambicioso dueño del supermercado global, que sigue invirtiendo en su negocio de cohetes y sigue aspirando a la Luna como objetivo a medio plazo. Hace algo más de un año presentó su modelo para un módulo de aterrizaje lunar, moderno y enorme, pero evidentemente inspirado en los diseños y estructuras de la misión Apollo, y aunque aún no posee la tecnología necesaria para embarcarse en un viaje de semejantes dimensiones su fortuna es capaz de financiar la investigación e ingeniería necesarias para ir avanzado hacia ese objetivo. De momento la prueba del mes que viene tiene que salir bien, porque ya se sabe que en el mundo de los lanzamientos espaciales no hay medias tintas, o sale perfecto o el desastre está garantizado. Es un detalle por su parte, y una muestra de confianza hacia su equipo, que se juegue su propio pellejo en este asunto. Sí, también es una presión extra que se ejerce sobre todo el grupo de personas que trabajan en la empresa, no pueden permitirse el lujo de fallar con su jefe.
En el espacio no hay aire, no hay nada, todo es hostil. Y tampoco hay impuestos. Esta semana hemos conocido que varios de los mayores multimillonarios del mundo, Bezos y Musk entre ellos, apenas han pagado impuestos por sus ingresos en estos últimos años. Quizá, tras el despegue, Bezos mire con cierta sorna el mundo que está bajo sus pies, que elude fiscalmente con una maestría mucho más probada que su tecnología espacial, y quizás, si divisa algún edificio de la agencia federal tributaria de EEUU desde las alturas, le haga una pedorreta cósmica, desde su inalcanzable altura. Y en ese momento no estaría jugando con las palabras, ni realizando una poética metáfora. No, se reiría de su fisco desde el mismo cielo de los EEUU.
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