Les llamamos viajes de estudio a las excursiones de los estudiantes a las Baleares tras los exámenes de la misma manera que algunos denominan música a eso que se hace llamar reguetón. Eufemismos baratos para esconder lo que no es sino un viaje de desfogue, de celebración adolescente del fin de curso, en el que la mayor parte de los que lo emprenden estudian mucho de la biología del propio cuerpo, tratando de ver hasta cuál es su límite de ingesta de sustancias, y sobre todo la de los cuerpos ajenos, explorando todo tipo de valles, montículos y protuberancias. De estudios, sí, pero no reglados.
La principal sensación que uno obtiene tras el surgimiento del macrobrote de Mallorca es que, transcurrido más de un año desde el inicio del desastre, seguimos fracasando miserablemente, como sociedad y como individuos, seguimos mostrando una irresponsabilidad en los comportamientos digna de estudio y sólo las vacunas, sólo ellas, nos van a sacar de esta pesadilla, porque si dependemos de nosotros mismos vamos listos. En este evento de contagio, que ya supera el millar de infectados, se han incumplido todas las políticas de prevención por parte de las autoridades, que han consentido la juerga desmadrada sin prestar ninguna atención a la misma, se ha mostrado que la adolescencia es incontrolable, en parte porque es así y en gran parte porque así se le ha enseñado, y se ha vuelto a poner de manifiesto que los padres de los adolescentes no son sino portavoces de los mismos, abogados defensores perpetuos de las conductas de sus hijos, a los que consideran los reyes absolutos de la creación y que se sitúan, por derecho propio, por encima del bien y del mal y, desde luego , muy por encima de todas las personas que en el mundo existen. Asistimos estos días a la réplica mimética de un debate de políticos, en el que cada una de las partes causantes de este brote, que tiene una proporción de la culpa sobre la total, emite todo tipo de quejas, exabruptos y denuncias a todas las demás, pero obviamente no admite error alguno en su comportamiento, y se ve en todo caso como una víctima de lo sucedido y de la negligencia de los demás. Simplemente, es patético. Autoridades sanitarias y políticas de la región balear tienen una parte de la culpa, por hacer la vista gorda, consentir la juerga sin límite y preocuparse sólo por los ingresos del sector turístico, del que viven las islas casi en exclusiva. Los hoteles y establecimientos de ocio tienen una parte de la culpa, porque sabían perfectamente que tipo de viajes y de estudios iban a tener lugar, y evidentemente en ellos las medidas de precaución sanitaria son lo que menos se tiene en cuenta, ante el Covid y otro tipo de enfermedades más conocidas. Pero sin duda, y eso así, los principales responsables de lo sucedido son los que han causado el brote, los adolescentes, que se han ido de juerga sin control alguno y han organizado un lío sanitario de padre y señor mío. Afortunadamente, con la vacunación extendida en las edades altas y la baja severidad de la enfermedad en las bajas, las consecuencias de este episodio pueden ser mucho menores de lo que las cifras de infectados indican, y ojalá sean nulas en lo que hace a hospitalizaciones severas (y obviamente, nada de muertes) pero es obvio que la conducta de esos chavales es incompatible con la situación sanitaria en la que estamos, que hasta que la vacunación se extienda a su franja de edad y se produzca, por tanto, la inmunización de las de edad superior, el desenfreno no tiene sentido, y que estos chicos y chicas siguen viviendo ajenos a la realidad que, desde hace más de un año, nos tiene contra las cuerdas.
No se dónde he leído estos días que quizás la juventud de ahora sea, sí, de las más preparadas de la historia, pero también de las más irresponsables. Creo que la mezcla entre ambos conceptos se ha dado en todas las épocas, pero sólo en la actual asistimos a la justificación por parte de uno de los actores sociales, los padres, de los comportamientos irresponsables de sus hijos. Criados entre todas las comodidades imaginables, las generaciones actuales poseen unos niveles de soporte de la frustración bajísimos, aún menores que los nuestros, que ya habían decaído, y no son capaces de afrontar sus errores ni la responsabilidad de sus actos. Como siempre, es un error generalizar y asimilar conductas generales a todo el mundo, pero algo de eso ahí, y lo de Mallorca vuelve a mostrar un fracaso social general, otro más, en esta pandemia.
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