Al hilo de lo que les comentaba el miércoles, saben bien los periodistas lo cuesta arriba que se pone ir contra el poder. Supone, como mínimo, obstáculos económicos y profesionales, que pueden llevar a despidos, frustradas carreras profesionales y ostracismos varios. En España sabemos, en la época etarra, lo que implicaba que el periodista se implicase por la libertad y frente al fanatismo. Más de uno ha acabado siendo sangre sobre la acera, con el silencio cómplice de muchos, fruto del miedo bien sembrado, y sin las bendiciones obispales, que dejaban sus oraciones para el resguardo de asesinos y otros futuros delincuentes.
Pues bien, hoy mismo. tenemos el perfecto ejemplo de lo que supone para un medio ir en contra de un régimen dictatorial. Entrar en la web del Apple Daily News de Hong Kong supone pegarse de bruces contra la cruda realidad de la represión. La página es, ahora mismo, un monumento al internet de los inicios, un crudo conjunto de líneas de texto sobre fondo blanco, con unos ideogramas orientales en la parte de arriba y apenas unas frases anunciando el fin del servicio web, de las suscripciones y, en definitiva, del medio. Perseguido desde hace tiempo por las autoridades chinas, detenidos algunos de los ejecutivos de su empresa matriz, bloqueadas sus cuentas y finanzas por acusaciones de blanqueo, amedrentados sus periodistas por las autoridades de Beijing… los últimos meses del rotativo de Hong Kong han sido la crónica de una muerte informativa anunciada, ante la que apenas se podía hacer nada. La deriva represiva china sobre la excolonia ha tenido en este medio libre su más perfecto exponente, sometiéndolo a un cerco del que era imposible escapar, y todo ante la mirada del resto del mundo, que no ha hecho nada, que no hemos hecho nada, para impedirlo, porque el poder económico y geopolítico de China empieza a ser tan grande que pocas son las voces que se atreven a discutirlo. El estatus de Hong Kong como emblema de lo que se denominó “un país, dos sistemas” es algo que decae a la velocidad a la que crece el poder al otro lado de la bahía. Hubo un tiempo, hace pocas décadas, en el que Hong Kong era una isla de enorme prosperidad adherida a un continente pobre de solemnidad, en la que el poder financiero occidental, que ya no del imperio británico, le otorgaba unos derechos especiales frente a la China continental, en la que la pobreza y la represión eran una misma cosa. Si hoy no echa un vistazo al mapa se encuentra que, al otro lado de la excolonia, ya no hay arrozales y campesinos, sino una enorme conurbación llamada Shenzhen, que rivaliza en tamaño y altura de sus rascacielos con la de la próspera colonia comercial, y que es la sede de empresas como Huawei, que a buen seguro le resulta muy familiar. Hong Kong, su sistema financiero y de cambio de moneda, siguen siendo vitales para la prosperidad de China, pero ya no es, ni mucho menos, la única estrella luminosa, sino una más en la constelación de urbes que dan a ese mar. El intento por parte de los habitantes de la excolonia de mantenerse al margen de las garras del gobierno de Beijing y sus imposiciones pudo ser sostenido cuando la asimetría de poder entre ambos territorios era enorme, pero ahora desde los rascacielos de las ciudades chinas se otean las torres de aquella bahía, y nada parece ser capaz de detener los deseos de sometimiento que albergan las autoridades nacionales. Los habitantes de la excolonia han recibido con el cierre del periódico, otra vez, el mismo mensaje que, desde que empezaron las revueltas de 2019, ha transmitido Beijing. Sois nuestros, y vuestros derechos civiles serán extinguidos, como el del resto de ciudadanos chinos. Dados los hechos, sólo hay dos alternativas para el ciudadano de Hong Kong, quedarse y someterse o hacer las maletas e irse. La decisión de Borish Johnson de otorgar la ciudadanía británica a los residentes para abrirles la posibilidad de irse al Reino Unido es una señal de que se les ofrece un bote salvavidas, sí, pero que nadie va a rescatar un barco que se hunde, torpedeado por China.
Las lecciones que ofrece la situación de Hong Kong son amplias, y en general deprimentes. No sólo para la libertad de prensa y los medios allí asentados, que como se ve se enfrentan a su extinción, sino sobre todo por la creciente impunidad con la que el gobierno chino muestra su poder al mundo y ve como éste, resignado, le deja hacer. Para Beijing Hong Kong es un interesante experimento de hasta dónde puede tensar las relaciones con occidente en la búsqueda de su dominio territorial en la zona y los costes que eso le puede acarrear. De momento, la victoria de Xi y los suyos es plena y la derrota de la libertad total. En Taiwán se mira con mucha atención, y cada vez más miedo, lo que sucede en Hong Kong. Temen, con razón, ser los siguientes.
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