jueves, junio 24, 2021

Obispos sediciosos

Como es lógico, los impulsores de los injustos indultos han celebrado cada una de las voces que, por convencimiento, interés o vaya usted a saber por qué, se han unido en apoyo de esa medida. Los que me respaldan son los buenos y los que no los malos es una estrategia simplona pero que se repite con insistencia en todas las facetas de la vida. Seguro que usted también ha pensado así alguna vez. No importa que quien se sume a mi causa sea un enemigo acérrimo al que critico con saña día tras día. Si en algo me apoya, tiene toda la razón y se lo reconozco. Si en la vida normal la hipocresía triunfa, en la política es el estandarte que todos enarbolan.

Quienes se han sumado con alborozo al indulto han sido, qué sorpresa, los obispos catalanes, y con ellos el silencio consentidor del resto de obispos de España, mostrando una vez más la catadura moral de este conjunto de personas. Es un caso de estudio este el de los obispos, porque a lo largo de la historia, la vida les pone ante bretes para posicionarse y siempre lo hacen de la manera más injusta posible. Un obispo nunca defenderá al pobre, al débil, al oprimido, sino que se unirá con todas sus fuerzas al rico, al poderoso, al violento que oprime. ¿Demagogia? No, nada de eso. Durante las décadas de franquismo casi todos los titulares de cátedra se dedicaban a pasear bajo palio al dictador sin sonrojo alguno, recibiendo por ello prebendas sin cesar. El evangelio, al que se debían, era manipulado día tras día, pero bueno, no parecía importar mucho. Pocos eran los que se oponían al régimen, la mayor parte silentes, unos cuantos valientes y otros, minoría, exaltados, que pasaron de abrazar la religión cuartelera a la nacionalista. La íntima asociación entre iglesia y nacionalismo vasco, existente desde la fundación del segundo, llegó al punto en el que toda manifestación nacionalista era respaldada desde los púlpitos, y el terrorismo etarra era una más de esas manifestaciones. A medida que ETA crece y se convierte en el monstruo que, durante décadas, asesinará y dejará el terror como única seña de identidad allá donde pise, los obispos vascos apenas modifican sus posturas de apoyo hacia la banda mafiosa, y los del resto de España se van sumiendo en un silencio tan cobarde como cómplice. Nada cambia con la caída del franquismo y la llegada de la democracia. ETA sigue su paseíllo militar oprimiendo vida y libertades y los obispos lanzan constantes mensajes de comprensión, de entendimiento, que esconden su profundo desprecio a las víctimas de la banda, el absoluto abandono en el que sumen a sus familiares y la complicidad casi total con gran parte del ideario xenófobo que defienden los de la serpiente y el hacha (por sus logos les conoceréis). Nuevamente el evangelio es pisoteado, esta vez en nombre de otra dictadura, que pretende llegar a serlo. Hay unidad de acción obispal ante temas como la enseñanza de religión, el aborto o el asunto de los gays, en los que los obispos de todo el país marchan unidos por las calles y alientan manifestaciones ruidosas, todas ellas buscando mantener unos privilegios que les vienen de antaño, pero cuando ETA pone una bomba y mata a dos o tres, silencio, ni una palabra, un funeral clandestino celebrado a oscuras y largo. Hubo excepciones, sí, sería injusto no referirse a ellas, pero en curas de calle, en sacerdotes individuales que se jugaron el pescuezo sin respaldo alguno de su jerarquía. ETA nunca atentó contra un cargo eclesiástico, síntoma de que nunca salió de la boca de un preboste de la iglesia palabra alguna que ofendiera los sensibles oídos de la chusma terrorista.

Llega el procés, un movimiento civil alentado por las élites económicas catalanas, que buscan en medio de la crisis mantener sus privilegios manipulando a la opinión pública para crear un problema político que enmascare la ruina de gran parte de la sociedad, y ¿qué hacen los obispos? Sí, lo de siempre, sumarse al bando de los privilegiados, de los manipuladores, de los que coartan la libertad, de los que siembran el enfrentamiento. La verdad es que, como brújula moral, la de un obispo español es buena para ser seguida, siempre que se haga exactamente lo contrario de lo que predica en público. Pocos estamentos sociales han caído más bajo en su acción pública, pocos han pecado más en su vida que todos ellos, investidos de autoridad por un evangelio al que no dejan de despreciar.

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