martes, junio 15, 2021

Cincuenta segundos de nada

En cierto modo entiendo más de lo que parece a Sánchez tras su fracaso en la cumbre de Bruselas. No le ha pasado nada que no nos haya sucedido a todos nosotros en nuestra vida personal, a veces de manera esporádica, otras como bucle maldito que no deja de repetirse, pero ¿quién no ha fracasado de una manera tan estrepitosa al tratar de entablar relaciones con esa chica que tanto te gusta? Aspiras a todo con ella y consigues apenas cruzar unas palabras en medio de la nada, que te saben a gloria, pero que en el fondo sabes que nada son, que nada implica, que a nada llevan. Sánchez, lo se, guardará la congoja en su interior.

La chica te gusta, te parece atractiva, llamativa, un encanto, sus gestos te atraen, te interesa como mira las cosas, sus ondulaciones en el pelo te parecen insinuantes, su rostro es la encarnación de lo deseable.. en fin, que te has enamorado, o al menos enganchado con ella, pero te da la sensación de que no es un sentimiento mutuo. Te la cruzas en algún pasillo de la oficina, o en los ascensores, o en el metro, o en el cambio de clase, escoja usted el escenario, y sospechas que todos los desvelos y atenciones que pones para captar lo que sea de ella y su vida no son exactamente replicados por una mujer que ve en ti más o menos lo mismo que en un muy limpiado cristal de ventana. Su mirada te atraviesa, y te llenas de gozo por ello, pero lo cierto es que es un atravesamiento literal, porque te da que, para ella, no existes. Intentas forzar un encuentro dado que notas que la situación no avanza, y buscas casualidades que te ayuden, pero te das cuenta de que forzarlas, además de violento, puede ser ridículo. Lo ideal es que, en el contexto que sea, un tercero sea un nexo común entre ambos, un amigo, alguien que trabaje con ella y contigo, o que por lo que sea sirva de enlace. Esa persona intermediaria se convierte en tu segundo foco de atención vital, no por deseo, sino por el crudo interés, por el utilitarismo más ciego y sucio. Haces algunas preguntas inocentes con el objeto de obtener información, quieres saber cosas sobre el ser que te desvela para, en tu mente, conocerla mejor y saber lo que bulle en sus pensamientos. Lo que sea se convierte en valiosa información, aún el mínimo cuanto de datos que apenas dan para esbozar tres ideas básicas sobre lo que se esconde bajo al ondulante e insinuante cabellera. Tu nexo utilitarista puede colaborar o no, ser proclive a tus intereses o pasar de ellos, o aún peor, tomárselos a broma y reírse un poco de tus desvelos, que para ti no tienen gracia, dado que son lo más importante que existe en este momento en todo el universo conocido y observable. Fuerzas el nexo común y, con riesgo de romperlo, obtienes datos de interés e, incluso, la posibilidad de lograr un encuentro casual, esa situación aleatoria de cruce vital de caminos que al principio del texto tratabas de urdir pero que veías imposible y ahora se abre paso como una vía cierta de conocerla, gracias al utilizado nexo, que empieza a hartarse del jueguecito, en el que él no saca nada. Tu conseguidor logra que llegue ese día y hora, señalado en tu mente con una D más grande que todas las playas de Normandía juntas, y pese a que él te ha dicho eso de “yo no te prometo nada” ahí vas, con una mezcla de confianza e ilusión que está llena de miedo. Te sabes lanzado a las entrañas del monte del destino, en forma de belleza sublime, y eres consciente de que en segundos te juegas una vida que te ha llevado años y cuyo objetivo no era la carrera, el trabajo o cosas por el estilo, sino llegar a este punto, a estar delante de ella, a decirle “hola, ¿qué tal? ¿qué casualidad encontrarnos, verdad?2 o algunas frases por el estilo. El encuentro tiene lugar, balbuceas, ella se fija en tu existencia por primera vez desde que es persona humana, y tu transparencia se convierte, por segundos, en cuerpo opaco, ineludible.

A los pocos segundos de estar ahí, que para ti parecen eras geológicas, ella sonríe un poco y aduce el motivo que sea para seguir su camino, que enlosa en oro a su paso, rumbo hacia un destino en el que tu cuerpo, tan sólido, empieza a desvanecerse hasta lo etéreo. Han pasado unos pocos segundos y no has cruzado más allá de tres frases tópicas y vacías, y el miedo te sigue poseyendo. Tu nexo, que está en la escena o cerca, empieza a reírse con ganas a medida que el paraíso se aleja de ti y te deja en el eterno infierno dantiano de la nada. Y tu cerebro empieza a fabricar, a todo correr, un relato en el que puedas venderte a ti mismo, y si se tercia a los amigos, que lo has logrado, que te ha hecho caso, que la has conocido, que le has llegado.

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