Las cifras de la pandemia en España siguen a la baja, con un nivel de contagios que gotea a menos, y una incidencia nacional que está por debajo de los 100 casos por 100.000 habitantes en catorce días. Hospitales y UCIs ven como su ocupación Covid cae de manera lenta pero constante y las cifras de fallecidos se han desplomado hasta situarse en poco más de la decena al día, lo cual es doloroso, pero a abrumadora distancia de los registros de hace meses. Estamos ganando la batalla al virus, y no por la actuación de algún político o administración (si de ellos dependiera, todos en el hoyo) sino por el éxito de las vacunas que nos estamos poniendo.
Ayer se supo que los primeros resultados de los ensayos del compuesto desarrollado por Curevac son muy bajos, decepcionantes. Aún es pronto y quedan varias etapas de prueba, pero con unos primeros datos que rondan un poco por debajo del 50%, las señales de fracaso son ya muy relevantes ante este medicamento. Curevac es un laboratorio alemán que desarrolla su vacuna basándose en la tecnología ARN, que es la que emplean los compuestos de Pfizer y Moderna. Allí donde estas últimas han logrado triunfar Curevac parece no haberlo hecho. Esto nos debiera hacer reflexionar, otra vez, sobre la importancia de la ciencia, lo arriesgado de las apuestas de un laboratorio y, sobre todo, la inmensa fortuna que hemos tenido de que, al año de que esta pesadilla comenzase, tuviéramos vacunas de eficacias disparatadas, en el entorno del 95%, algo que ni los más optimista soñaban con tener en un par de años o tres. Visto el destrozo que el coronavirus ha causado en nuestras vidas, sociedades y economías, estremece pensar lo que hubiera sido una perspectiva de, pongamos, tres o cuatro años de cierres intermitentes, incidencias desatadas y mortalidades que, en España, alcanzasen picos de cientos al día en sus momentos álgidos. La llamada fatiga pandémica se convertiría en el mayor de los hartazgos imaginables y no se cómo la sociedad lo llevaría, ni desde luego cómo podrían aguantar nuestras economías, que ya han sufrido de lo lindo. Si lo pensamos fríamente, pocas diferencias hemos tenido a la hora de enfrentar este desastre respecto a situaciones similares de los tiempos remotos. Caos, gobernantes mentirosos, rumores, miedo, y encierro. Lo de siempre, lo que se contaba en la época medieval, o ante las oleadas de cólera o viruela que asolaban las ciudades europeas en los siglos XVIII o XIX. Tenemos ordenadores en la palma de la mano que nos mantienen conectados con el exterior para que el ruido, angustia y mentiras que se asocian a estas desgracias nos lleguen en tiempo real, no semanas después mediante un pregonero o a los pocos días en un diario impreso entregado por un mozo que es personaje de una novela de Dickens. Sólo hay, realmente, una diferencia sustancial respecto al pasado, una que es la que nos permite vislumbrar que, sí, estamos en el siglo XXI, y no en épocas remotas, y es la creación de esas vacunas exitosas. Los miedos sociales y la necedad de los políticos son constantes de nuestra existencia, están grabadas a fuego en las mentes reptilianas que se alojan en lo más profundo de nosotros, pero la ciencia avanza, la investigación no cesa, y en un año, en un año, ha logrado encontrar un remedio a esta pesadilla. Podrá usted argumentar que este es un virus más sencillo que otros, y que éxitos como el que describo palidecen ante fracasos como los de la malaria o el SIDA, y tendrá razón, pero el éxito logrado es innegable, y muestra que la cooperación internacional, la investigación, la financiación pública y privada y el esfuerzo de muchos genios puede llegar a producir éxitos enormes. No, no hay garantía de que esos éxitos se den. El de Curevac es un buen ejemplo, y en esta carrera ha habido varios, de intentos llenos de condiciones prometedoras en lo científico y empresarial, que han fracasado. La vida real es así. Se aprenderá de esos fracasos y qué es lo que en ellos no ha salido bien, pero afortunadamente ha habido éxitos.
Si alguien quiere hacer monumentos alusivos a la pandemia de coronavirus seguro que, con razón, la mayoría se centrarán en el aspecto social de lo vivido, en las muertes y desamparos, y en el sacrifico del personal sanitario y esencial, dejándose la vida, y no sólo como frase hecha, para salvar las vidas de otras personas. Pero me gustaría que, en alguna parte, alguien erigiera un monumento a los “cuatro evangelistas” que nos están salvando de esta pesadilla y que, con muy elevada probabilidad, nos permitirán dejarla atrás para siempre; Pfizer, Moderna, AstraZeneca y Janssen. Esos son los cuatro magníficos de esta historia.
Subo a Elorrio este fin de semana y me cojo dos días ociosos. Nos leeremos otra vez el miércoles 23, que ya será verano. Cuídense y sean felices.
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