Este fin de semana ha sido el de la cumbre del G7, celebrada en la Cornualles británica, presencial, la primera tras la pandemia, dada la suspensión de los encuentros previstos el año pasado en medio del derrumbe. El grupo de los países más poderosos del mundo ha escenificado su reencuentro trasatlántico, posible tras la marcha de Trump y la llegada de Biden, bastante más clásico, a la Casa Blanca. También esta reunión ha servido para escenificar las cada vez mayores diferencias entre la UE y Reino Unido, con un tratado de divorcio mutuo que sigue siendo puesto en duda por la parte británica, especialmente en lo que hace a Irlanda del norte.
Ahora que no me lee nadie, lo que sobre todo ha sido esta cumbre es absurda, y es que no tiene ningún sentido que el grupo de países que se dicen a sí mismo los rectores de la economía global excluyan a China, que es de largo la segunda potencia económica del mundo y sigue en ruta decidida a ser la primera. La ausencia de China en un foro de este tipo muestra hasta qué punto algunas de las naciones en él representadas, caso palmario de Canadá o Italia, no son capaces de admitir lo irrelevantes que se están volviendo en la escena económica global, y que el líder del mundo, EEUU, necesita cada vez más un foro en el que se sienta, con diferencia, el más grande, para mantener la imagen de que sigue controlando el mundo, lo que es cierto en algunos aspectos, pero empieza a serlo completamente ilusorio en no pocos. Hasta hace algunos años a estas cumbres se invitaba a Rusia, en lo que se conocía como G8 o G7+1, no por su poder económico, sino por el militar y geoestratégico que supone, pero la creciente fractura entre occidente y el Kremlin acabaron con la expulsión del país de Putin de este grupo de naciones. En lo que hace a China, no me consta que alguna vez se le haya invitado, y menos ganas hay aún de hacerlo, pero su no presencia es algo que revolotea constantemente este foro, como en esa metáfora del elefante en la habitación a la que tanto se recurre. De hecho, uno de los puntos a tratar en este encuentro era el de elaborar un plan de inversiones conjuntas entre los países reunidos que hiciera la competencia a iniciativas chinas como las de la Franja y La Ruta, que ahora mismo son las mayores estrategias internacionales de inversión que han sido desarrolladas por un estado fuera de sus fronteras. Los intereses chinos, sus necesidades de materias primas y alimentos, y el cultivo de las relaciones con vecinos y otras naciones para asegurarse intereses mutuos, todo ello regado con fabulosas cifras de dinero, han logrado que Beijing sea visto por las capitales de medio mundo como un socio comercial imprescindible, que genera suficiente demanda y flujo de negocio como para permitir una prosperidad más allá de las tradicionales reglas de inversión occidentales, más bien norteamericanas. En la práctica, ahora mismo, para muchas naciones de África, Latinoamérica y Asia China se ha convertido en el socio imprescindible, sustituyendo a EEUU en un papel que la potencia americana desempeñó sin apenas oposición en la segunda mitad del siglo XX. En el actual estado de las cosas recuperar la preminencia occidental en ciertas regiones del mundo se antoja como un reto prácticamente imposible. Cierto es que la pandemia, sobre todo su origen, ha dañado la imagen de China, aunque paradójicamente su excelente control de la misma ha mostrado nuevamente cómo su modelo de autoritarismo eficiente es una alternativa interesante frente a las democracias que no logran contener el virus, todo ello observado desde terceras naciones que buscan su camino en el mundo. El poder blando global sigue asentado en el estilo de vida occidental, y el autoritarismo de Beijing es, quizás, una de las mayores rémoras que tiene el régimen para hacerse querido por el mundo, frente al sueño americano, que aún domina en la conciencia global como aspiración (por esto Trump era profundamente nefasto para los intereses de EEUU) pero, si no es con atractivo, China está conquistando mercado mediante el crudo interés, y de momento le funciona perfectamente.
Por eso cumbres como las de este fin de semana empiezan a tener, a mi modo de ver, aspecto de club de autoayuda de naciones en horas bajas, o reuniones que provienen de una estructura de gobernanza global que ya no refleja el mundo en el que vivimos. Ahora que tanto se habla de cambio climático y emisiones de CO2, el mayor emisor del mundo, China, no está incluido en un protocolo acordado este fin de semana que habla de 2050 como objetivo de reducción total de emisiones. De nada sirve que Francia o Reino Unido dejen de emitir si una conurbación china, con una población semejante a esas naciones, lo hace en su misma dimensión. Sí, el mundo está girando hacia Asia, y eso a occidente ni nos gusta ni nos viene bien, pero así es. Más nos vale espabilar.
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