Este fue el punki titular con el que The Economist llenó su portada en el número publicado tras el aciago Brexit. En ella creo que eran unos calzoncillos raídos con la estampa de la Union Jack británica descolorida que ondeaban como bandera los que presidian toda la página, en señal de la rebeldía nihilista que acababa de asestar un duro golpe al europeísmo y a lo que la lógica económica, social y, también, sentimental, dictaba. Ese fue el primer gran síntoma de la degeneración que había alcanzado la política británica, que lo fue todo en su momento, que fue el ejemplo de sobriedad, seriedad, también hipocresía y, desde luego, profesionalidad a la hora de llevar los asuntos y tratar en privado las discrepancias. Eso, al parecer, se acabó.
Es por ello que Boris Johnson, el hombre despeinado, es el perfecto producto de esa fábrica de liderazgos británica que parece naufragar al otro lado del canal. Cierto es que desde esta orilla no se pueden dar lecciones a los londinenses y resto de ciudadanos del país, dada la necedad de nuestra clase política. Eso sí, podemos darles la bienvenida al mundo de la ineptitud, al que se suman con fuerzas renovadas. Los episodios de dimisiones vividos en estos dos últimos días, que han dejado descompuesto el gabinete de un Johnson desbordado surgen tras el último escándalo conocido, en el que el protagonista es otro parlamentario conservador, responsable del correcto comportamiento de los miembros de su grupo y que, al parecer, metía mano a todo hombre que pasaba más de cinco minutos en su despacho. Un tema vidrioso, el de los escándalos sexuales, recurrente en la política británica, donde todos se declaran heterosexuales y casi nadie lo es, y todos dicen ser castos y puros y cada dos por tres aparecen medio muertos en violentas prácticas de masturbación o en casos de sodomía colectiva. En este último escándalo Johnosn ha seguido el nefasto guion que aplicó sin éxito cuando le pillaron en las fiestas ilegales de Downing Street en el confinamiento: primero negación de los hechos, luego admisión de que han existido, pero eran menores, y después reconocimiento de una culpa propia y petición de perdón. Táctica defensiva que esconde la búsqueda permanente de ocultar el escándalo, de hacer como que no ha sucedido. Johnson ha demostrado ser, desde el principio, un personaje que puede definirse por su peinado; caótico, desordenado, improvisado. Hombre muy culto, tan aficionado a la fiesta como a la mentira, sabe moverse en el mundo de los medios y las redes, pero no es capaz de llevar a cabo un proyecto de largo plazo. Amante del poder, alcanzarlo es su único fin, y luego, instalado en él, parece aburrirse, dejarse llevar por una indolencia en la que de vez en cuando poses absurdas y declaraciones extrañas le relajan, para volver a la desidia del día a día. Su tirón electoral es innegable, como lo fue la arrolladora victoria cosechada poco antes del inicio de la pandemia, pero ahora mismo el proyecto de Johnson es un barco hundido, una ruina que naufraga en el Támesis del que todo el mundo trata de escapar, con un capitán que se niega a admitir la realidad. El espectáculo que está ofreciendo Johnson en particular, y la política británica en general, es patético, a la altura de seriales cutres como el vivido por el PP hace unos meses con la caída de Casado (aún más grave fue aquello, se apuñalaban sin ni siquiera tener poder) o, en general, escenas que todos recordamos de nuestra historia política reciente, que producen vergüenza ajena. Pues ahora, mire usted por donde, el altivo, señorial y siempre recto Reino Unido muestra ante todo el mundo el desbarre más absoluto, la mayor de las incompetencias y la sensación de que su dirigencia camina sin rumbo hacia la nada, despedazándose sin contemplaciones. Sospecho que, década tras década, empiezan a asumir que su ensoñación de imperio es eso, mera fantasía, y les esperan muchos tránsitos por el descansillo de la decadencia. Bienvenidos.
Para políticos, intelectuales y gentes de todo tipo de Europa el Reino Unido ha actuado muchas veces como lugar de refugio, como ese sitio estable en el que desde hace siglos no se producen golpes de estado ni guerras internas ni nada por el estilo. Es lugar de huida, de exilio. Sitio extraño, de clima feo, nefasta comida y suaves paisajes, en el que cada medio siglo miles de españoles, por poner una nacionalidad, han encontrado refugio escapando del infierno desatado en su país. Era UK ejemplo para políticos sobre cómo gestionar de manera sobria, espartana, seria y comprometida una nación. Parece que ese ejemplo se difumina. Johnson es muestra, síntoma y ejemplo, de la decadencia de una nación. Su marcha es obligada pero, tras él, el problema de fondos seguirá ahí.
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