No les voy a engañar, no estoy siguiendo en detalle el debate sobre el estado de la nación, al que el término debate le queda inmenso con la generación actual de dirigentes políticos. En medio de una economía que nos clava la inflación hasta los huesos y con las enormes incertidumbres que nos acechan tras el verano, asistir a un juego del “y tú más” resulta deprimente, y es probable que la audiencia y relevancia del propio debate haya quedado opacada en la sociedad entres los miles de problemas diarios, a los que esta semana se suma un calor tan intenso que lo hace todo más difícil y pesado. Facilidades vitales por doquier.
Para combatir los efectos de la crisis de precios, Sánchez ha tirado del recetario clásico de la izquierda ochentera, y ha decidido subir impuestos a los malos malísimos, a las empresas energéticas, petroleras y la banca, para que ese dinero se destine a sufragar subvenciones a estudio y a abonos de transporte. Desde el punto de vista políticos, a corto plazo, esta medida le puede resultar rentable de cara a su electorado, al que vende una historia tan sencilla como que subimos los impuestos a los ricos para dar el dinero a los necesitados. Los suyos, los que desgobiernan en su gabinete y sus medios afines estarán unos cuantos días loando esta medida y luego se olvidarán de ella. Puede que le sirva para recuperar algo del desencantado electorado de izquierda, que es lo único que le obsesiona. Por el lado económico, que es lo realmente importante, la medida es demagógica y contraproducente. Es falso que ese dinero que se vaya a recaudar por las nuevas figuras se destine al gasto anunciado, o a cualquier otro, porque en España los impuestos no son finalistas, su recaudación se agrega, por lo que si se dan variaciones en ingresos o en gastos es porque la coyuntura cambia y se toman decisiones en uno u otro lado. No hay figura que se destine a un tipo de gasto o a otro. En lo relevante, los impuestos que ha anunciado Sánchez recaudarán bastante menos de lo que se ha previsto, porque la demanda se va a contraer a lo largo del otoño invierno, y no los van a pagar bancos y eléctricas, no, sino los consumidores que usen servicios bancarios o fuentes de energía. Parece que el gobierno no sabe que todo agente que puede repercutir un impuesto que soporta lo hará. Los bancos y eléctricas aumentarán sus precios, vía más comisiones, vía recargos en tarifas o lo que sea, para absorber el incremento de coste y los ciudadanos (usted, yo, todos) pagaremos la factura. Si está pensando en que una medida de este tipo supone un incremento de precios y, con ello, más inflación, está en lo cierto. El anuncio de Sánchez sentó como un tiro a las empresas afectadas en bolsa, pero eso es un poco lo de menos (no tanto para los millones de accionistas de las mismas, entre los que me encuentro) porque lo relevante va a ser que esas figuras ni van a recaudar lo previsto ni van a servir para paliar problema alguno. Ante la que viene el recetario viejuno no funciona. El gobierno debe recomponer toda su estructura de gasto, eliminando algunas partidas y ampliando otras, y teniendo en todo momento presente el incremento del coste de la deuda asociado a la subida de los tipos de interés. Bien está que se aumenten las becas y se subvencione el transporte púbico, pero esos gastos extraordinarios debieran salir de recortes de otras partidas actuales de gasto, y este gobierno tiene mucho de donde recortar, porque en costes improductivos, de estructura y de gestión es de los más derrochones que hemos tenido, que ya es decir. Sánchez empezó en su discurso a hacer mención a las perspectivas oscuras que vienen en otoño, y pueden serlo, y mucho, pero no hizo ningún propósito de sacrificio, ni personal ni de su gobierno, y eso hace que cualquier otra medida que impulse sea vista como un parche cosmético, nada más.
No es cierto que la economía de un gobierno es como la de una empresa o familia, los recursos y posibilidades de un ejecutivo exceden a los de cualquier cuenta de pérdidas o ganancias contable, pero los criterios de prudencia, visión a largo plazo, rentabilidad, sentido común y ajuste deben presidir la gestión económica de las tres instituciones. Si usted va al mercado, la lista de la compra se le dispara y los ingresos no crecen sólo tiene dos opciones; o compra menos o compra lo mismo y reduce en otras partidas que tenía previstas. Sí, se puede endeudar, pero es un juego peligroso y va a ser más caro. Si el gobierno no se recorta a sí mismo, no se impone sacrificios y no asume lo que viene, el vendaval económico se lo puede llevar por mucho anuncio de impuestos populistas que haga.
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