La imagen es devastadora. Todo el plano lo cubren, desde abajo, trigales crecidos que están dorados como en una postal, pero donde se acaba el cultivo no se encuentra el azul del cielo, formando los colores de la bandera de Ucrania (por eso es así ese emblema) sino un humo negro y las llamas desatadas del incendio que parece arrasarlo todo. Un tractor avanza por el límite entre el trigo y el humo y, de repente, un hombre se baja de él. Hace gestos y en un momento se intuye que el fuego le ha alcanzado. Corre, trata de huir, camino del trigal, y es claro que lleva parte de la ropa prendida. Algunas personas acuden desde una esquina de la imagen para tratar de auxiliarle. Luego sabremos que está vivo, a salvo, que trataba de hacer cortafuegos y el incendio le atrapó.
Esta escena se dio ayer en el incendio de Zamora, pero decenas iguales se han podido dar en cualquier punto de España, donde siguen ardiendo multitud de fuegos como consecuencia final de la enorme ola de calor que hoy se da por oficialmente superada, pero que no vendrá seguida de un alivio térmico y las tan necesarias lluvias. Zamora, Ávila, Cáceres, Málaga, Barcelona… el reguero de fuegos es enorme y los destrozos que están causando igualmente disparatados, y permanentes. Además de la propia masa boscosa que se pierde con el incendio, el mayor de los valores, que despreciamos en nuestra ceguera, casas, propiedades rústicas, terrenos de labranza, cosechas, animales, vehículos… el reguero de pérdidas que sí sabemos contar y valorar en euros es inmenso, y se ceba en zonas donde la riqueza, escasa, está muy ligada precisamente a estos parajes naturales y a la explotación de los mismos. Perder ganado en un pueblo agrario es una tragedia absoluta, perder el monte que da cobertura a los lindes, suministra humedad y alimento y recursos es un desastre total. Y permanente. Las espesuras que se están quemando no volverán a crecer en décadas, los paisajes que se destruyen en unas horas tardarán muchos años en volver a ser lo que eran, y para varias generaciones, lo que ha sido su entorno vital de siempre ha desaparecido por completo en un santiamén, y ya nunca lo van a recuperar. Lo repito una y mil veces, no hay peor desastre natural que un incendio forestal, pero seguimos viéndolos como un problema menor, como algo que no nos afecta. Y es un error. Las causas de los incendios, habiendo temperaturas en el entorno de los 45 grados y no habiendo llovido desde hace semanas son bastante obvias, y es una mezcla de mala suerte, imprudencia y delincuencia, porque también los ha habido provocados. Junto a los factores que se dieron en el día en el que comenzó el fuego se juntan muchos otros que llevan tiempo cebando los incendios de hoy y de mañana. La visión ecologista urbanita, ciega, pija y equivocada, que ve el paisaje como un lugar que debe permanecer virgen durante todo el tiempo para que algunos vayan a visitarlo los sábados por la mañana ha creado un enorme mal en nuestros campos, alimentando su despoblación de una forma irreversible. Si el trabajo agrario y pastoril no es rentable o, disparates hay, directamente se prohíbe por conservacionismo, ese bosque que antes generaba recursos y se cuidaba, por el propio interés de los que de él sacaban rendimiento, ahora está abandonado. Si, urbanistas ilusos lo visitan el fin de semana, y dejan ahí sus residuos, encantados de haberse conocido, pero el resto del tiempo la maleza y el desorden crecen a sus anchas y, ahora, son el combustible perfecto para que la extensión y virulencia del fuego sean prácticamente inabordables. ¿Se evitarían todos los incendios devolviendo la vida económica a los bosques? No, no se puede ser ingenuos, pero es probable que su dimensión y potencia se reducirían. Después de un paisaje de cenizas autoridades de todas las administraciones repiten sin cesar que los incendios se apagan en invierno y primavera, con trabajos de limpia y poda, por ejemplo, pero luego llega el invierno y no se hace nada. Y así año tras año. Desastre tras desastre.
El cambio climático, que siempre es escogido como la excusa perfecta para achacarle todos nuestros males, es una realidad, pero me da que no hay manera de que ya, con la inercia que tienen los procesos atmosféricos, podamos revertir unas subidas de temperaturas que nos van a dejar cada vez, con más frecuencias, olas de calor como las de este año. Hay que trabajar mucho más en prevención sobre el terreno, en acopio de material y de personal de extinción, en cuidado forestal, en fomento de las actividades agropecuarias que den rendimiento al monte, en replantar superficies para tratar de recuperar las perdidas. Y, desde luego, en castigar con muchas decenas de años de cárcel a los malnacidos que provoquen fuegos. Eso también.
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