Ayer, mientras media España ardía y toda ella se sofocaba, y los ucranianos seguían muriendo bajo los bombardeos decretados por Putin, me pasé todo el día encerrado en el piso envuelto en cartones, cintas, plásticos y maderas fruto de las compras que había hecho pocos días antes en una multinacional nórdica de muebles de montaje de todos conocida. No es que haya comprado muchas piezas, ni muy originales. Dice mi madre que carezco de gusto a la hora de conjuntar, y en todo no, pero en esto creo que tengo que darle la razón, por lo que el salón que he imaginado no pasará a la historia ni lucirá en revistas de diseño, pero si me sirve para poner los CDs, libros y cosas que quiero hará su servicio, que de eso se trata.
Curiosamente el encargo, que tenía un amplio intervalo de hora de entrega a lo largo de la mañana, llegó apenas pasados unos minutos del inicio de ese periodo, cosa que es de agradecer. Los operarios aparecieron por el ascensor cargados de cajas de cartón enormes y las metieron en casa con una facilidad pasmosa, más si luego uno trata de recolocar esos bultos y ve que apenas tiene fuerza para moverlos ligeramente. A partir de ahí se trataba de planificar cómo desembalar las cosas, romper cajas y empezar la tarea de una manera organizada, tratando de llegar lo más tarde posible al colapso del salón, que ahora es más grande que antes, pero no hay tamaño suficiente para afrontar el despliegue de embalajes y maderos de unos muebles nuevos. Decidí que los estantes, que ya conozco bien en forma y proceso de montaje, serían lo último, y que la pieza principal sería el mueble que soporta la televisión, y sus aparatosos cajones, cuatro, que se montan uno a uno con sus tapas y rieles. El sistema de montaje de esa multinacional sueca es bastante convencional, pero posee trucos que empezaron a darme dolores de cabeza. Frente al cajón de toda la vida, que corre sin más por presión humana sobre huecos de madera, todos los del mueble llevan un sistema de rieles que, en este caso, permite que se cierren suavemente cuando son presionados, pero que supone un conjunto de piezas metálicas enrevesadas que se van poniendo en el interior del mueble y que, a medida que se colocan y se montan los cajones, se convierten en físicamente inaccesibles para las manos. Los cajones nunca se podrán caer al suelo, no son extraíbles, pero me da que si alguna pieza falla todo el tinglado debe ser desmontado. En la obtención y separación de las piezas del mueble tardé un buen rato, y ya dejé todo el suelo lleno de hojas, maderas y desorden de cartones. Me dije a mi mismo que no había prisa alguna, que todo el día iba a estar dedicado a esto y que, cuando acabara la jornada, lo hecho hecho estaría y lo pendiente me esperaría para la tarde noche siguientes, y las que llegaran. Monté los cajones y parte de la estructura del mueble, con los primeros dolores asomando ya en mis brazos de juguete, y luego me puse a investigar cómo iba el montaje de los rieles, que me llevó bastante tiempo, y me hizo retroceder pasos en la estructura del mueble, que no podía llegar al nivel de construcción alcanzado si quería montar lo otro. Sin tener muy claro cómo, monté un primer juego de rieles y coloqué el cajón sobre ellos, guiándome no tanto por lo que indicaban las instrucciones impresas como cierta intuición, y tras darle algunas vueltas, sin saber cómo, logré que el primer cajón se ajustase al mecanismo y funcionara, y no se soltase ni cayera. Curioso, éxito. Ahora, como si fueras el buen funcionario que, casi, eres, sólo tienes que volver a hacerlo por triplicado. Les va a dar la risa, pero el segundo cajón me costó más que el primero, pero tras él el tercero y cuarto fueron más sencillos. Mis brazos empezaban a doler con ganas y las manos a fallar. Desde el principio me puse los guantes de la bici para que palmas y resto de la mano estuvieran protegidas de tornillos, rebordes de madera y demás agresivos, pero las puntas de los dedos quedan al aire. Cuando logré terminar el mueble de la tv, con éxito, ya me había hecho la primera herida en el extremo de un dedo al fallarme la fuerza del brazo contrario y empujar el destornillador contra lo que no debía. Aparatoso, pero leve.
A eso del mediodía había vencido al mueble más complejo de los que me esperaban de tarea. Sólo quedaban dos estanterías y media, enormes, aparatosas, pero de montaje más sencillo. Lo más difícil con ellas es mover las piezas, largas y pesadas, con las que apenas puedo en condiciones normales, y menos tras la dura mañana que llevaba. Finalmente pude montarlas y rematar el trabajo cuando no pasaba mucho de las cinco de la tarde, y con una segunda herida en la cabeza, fruto de una tontería, que como la del dedo, era aparatosa, pero nada seria. Derrengado, contemplé lo hecho, y a su lado, cajas de cartón sin fin que iban a tener que iniciar su camino al contenedor, en múltiples, agotadores y calurosos viajes. Daba igual que el destino estuviera cerca de casa, ya me había dejado todas las fuerzas en la madera del salón.
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