lunes, julio 11, 2022

Magnicidio en Japón

Un atentado en Japón es, de por sí, una gran noticia. Los niveles de violencia en ese país son bajísimos, menores aún de los que vivimos en las muy tranquilas sociedades europeas occidentales. Hay una alta tasa de suicidios, pero los actos de violencia premeditada contra otras personas son rarezas que acaparan toda la atención informativa. Más allá de las acciones de la Yakuza, la mafia local, que combina el exterminio con la amputación de miembros más que con la eliminación completa de rivales, los atentados en aquel país han tenido habitualmente tintes religiosos o mesiánicos. El estricto control de la venta de armas hace que sean venenos o armas blancas las utilizadas en los esporádicos ataques que se dan en tan pocas ocasiones.

Por eso el magnicidio que el viernes acabó con la vida del ex primer ministro japonés Shinzo Abe es una noticia tan rara, y que ha dejado a aquella sociedad sumida en el shock absoluto. Amplifica aún más el impacto el que Abe haya sido, probablemente, el primer ministro más conocido desde el final de la II Guerra Mundial tanto en el país como fuera. Con una idea bastante clara del necesario resurgimiento de su país, usando para ello una doctrina bastante nacionalista, Abe abrió Japón al mundo mucho más que sus predecesores, tejió alianzas con países socios como EEUU y suscitó rechazo en vecinos como China y Corea, en los que aún siguen vivas las heridas de las invasiones niponas del siglo XX. En lo económico, Abe luchó en sus dos mandatos contra el estancamiento en el que vive la economía de aquella nación, y le tocó vivir los efectos de la pandemia. Suya es la que mundialmente se ha conocido como “Abenomics” un programa de impulso de la economía basada en tres flechas (monetaria, fiscal y de reformas estructurales) que se tradujo fundamentalmente en la expansión desmesurada del balance del banco central nipón, en consonancia con lo vivido en el resto de economías occidentales, con la idea fundamental de escapar de la atonía de precios que vivía su nación desde más allá del estallido de su propia burbuja inmobiliaria, hace ya varias décadas. Japonización de la economía es una expresión que hace referencia a esa caída en el letargo, al apagamiento de las variables, a la permanencia en un pozo de nulo crecimiento del PIB, de los precios, de todo, convirtiéndose poco a poco en menos relevante en el creciente mundo global. Abe, por tanto, era una celebridad absoluta. No pudo terminar sus dos mandatos por problemas de salud, y se presentaba ahora a las elecciones parlamentarias, celebradas ayer domingo, para conseguir un escaño en la cámara japonesa. El atentado, extraño, acabó con su vida mientras celebraba un mitin poco concurrido en una ciudad mediana. Con la habitual escasa seguridad que allí se estila, Abe estaba, micrófono en mano, subido a una pequeña tarima hablando ante unos congregados, pocos, cuando se escuchan un ruido sordo y se empieza a crear una gran confusión. En segundos se escucha otro sonido similar, que se empieza a parecer a un disparo, pero como apagado, y la figura de Abe, que ante el ruido anterior se había girado extrañado como todos, se desploma. Si el primer disparo no lo alcanzó el segundo lo hace de pleno. El político cae y empieza a ser rodeado por los suyos, mientras algunos agentes de seguridad, apenas dos o tres, inmovilizan al presunto autor del ataque, que no hace grandes esfuerzos para resistirse. La situación de Abe es y se le traslada a todo correr a un hospital, donde morirá poco después. El arma con la que ha sido atacado es improvisada, una especie de escopeta de cartuchos fabricada de manera artesanal por el atacante. Todo es raro, la escena es impropia y el sentimiento de incredulidad crece en Japón y el resto del mundo.

A lo largo del fin de semana se ha sabido que las causas del atentado no son políticas, sino, a lo japonés, difíciles de entender. La madre del atacante se arruinó dando donativos a un grupo religioso al que Abe había alabado en algunas ocasiones, y esto hizo que el hijo comenzase a odiar al político y le acusase de la ruina de su progenitora. Fríamente el odio creció y le hizo planear una venganza, que le ha llevado a fabricar esa arma y organizar un atentado durante meses y meses, años. Abe murió a manos de un sujeto que le odiaba por algo que el fallecido jamás hubiera sido capaz si quiera de imaginar. Su cadáver aún resuena en un Japón marcado esta semana por los rituales funerarios para su antiguo líder y por la victoria del partido de Abe en las elecciones de ayer.

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