Creo que comenté ayer, o hace ya tiempo, que Johnson pudo haber dimitido mucho antes y salvar algo su honra, pero no, decidió aferrarse al poder y así perder el cargo y también el honor por completo. Ya con los escándalos de las fiestas, mientras el resto de la nación estaba obligada a permanecer encerrada, su marcha era inevitable, pero se aferró al poder hasta que ayer se vio obligado a dejarlo de una manera vergonzante, abandonado por todos, tras una comparecencia exprés que no suscitó el aplauso ni el reconocimiento de casi nadie. Pocas salidas más humillantes que las de Boris. ¿Por qué forzó llegar hasta ese punto? ¿Por qué se aferró a algo que era inevitable que perdiera?
En el café de ayer algunos de mis amigos de trabajo se hacían la misma pregunta, y OOM comentaba el caso, visto hace apenas un par de semanas, de Mónica Oltra, que también se marchó mucho más tarde de lo debido, tras un fin de semana de vergüenza y miles de negativas a abandonar su cargo por el escándalo de ocultamiento de abusos sexuales que le afectaba. Oltra estaba condenada a dejarlo, todos lo sabíamos, pero al igual que Johnson, se aferró de una manera ridícula, arrastrándose lo más posible por el fango cunado dimitió con tanto destiempo. No encontré una respuesta a la cuestión que planteaba OOM y otros compañeros de descanso, más allá de los tópicos de la negación de la realidad que acaba rodeando a todo aquel que posee algo de poder, y se ve aconsejado por quienes de él dependen para que no abandone el cargo que da sustento a esos mismos asesores. Sin embargo, creo que la cosa va más allá. Los que se presentan a estos cargos poseen ambición, quieren mandar, luchan por llegar hasta el puesto de poder, y hacen todo lo posible para conseguirlo. Antaño matar era una vía legitimada por la sociedad para alcanzar el gobierno, ahora ya no, al menos en nuestro entorno, pero se pueden hacer todo tipo de barrabasadas que resultan infames para lograr el objetivo del gran cargo. Eso hace que las personas que detentan estos puestos no estén dispuestas a dejarlos así por así dado el enorme esfuerzo que han hecho para llegar hasta allí, pero hay algo más. El poder engancha, atrapa, se convierte en una droga que genera satisfacción al que la toma pero que le produce dependencia. A todos nos gusta ser adulados y ver convertidos nuestros deseos en realidad, y el que está en lo alto de la cima es el que más peloteo recibe, más coba, y más adicto se vuelve a ello. El vicio que genera el poder está detrás de muchas obras clásicas, y Shakespeare en Macbeth lo refleja como pocos, pero creo que es Tolkien en su Señor de los Anillos el que describe a la perfección la sensación que posee el que, embaucado por el poder, acaba siendo atrapado por el mismo. El anillo que protagoniza la obra embauca por igual a hombres, hobitts, enanos, elfos o cualquier otra criatura que tenga la fortuna, más bien desgracia, de ser su portador. Empieza siendo divertido, otorga poderes sugerentes, pero acaba carcomiendo cuerpo y mente. El portador que lo llevaba al principio con gusto empieza a sentir que el anillo es tan suyo como mismamente suyo es él respecto al anillo, Se vuelve dependiente, adicto al influjo que emana del aro dorado. La caída de la voluntad del portador en manos del anillo es algo progresivo, lento, pero imparable. Bilbo es, forzado por Gandalf, el único que deja caer voluntariamente el anillo de su mano, pero no quiere hacerlo. Se revuelve, se enfrenta al mago, uno de sus mejores amigos, por el vicio que le consume, y es el terror que le infunde un Gandalf que demuestra que no es sólo un viejo gris el que le hace renunciar a la presa. Esa escena es muy impresionante. Por su propia voluntad, mediante el consejo razonado de aquellos que le apreciaran, Bilbo nunca hubiera abandonado el anillo. Jamás. Sólo lo hizo forzado.
El poder, grande en el caso de Johnson, ridículo por comparación en el de Oltra, menor o mayor según sea el cago o la sensación que se tenga, es como el anillo de Sauron. Engancha, domina, altera la voluntad, se enquista en el interior de quien lo posee y le hace actuar de manera irracional vista desde fuera, desde los que carecemos de poder y afirmamos, en los cafés, con los amigos, que nosotros no actuaríamos así. Pero es casi seguro que caeríamos igualmente. Recuerde que Frodo, el protagonista del libro, noble hasta el extremo, no es el que destruye el anillo, porque también acaba consumido por él. Nadie puede resistirse a la voluntad del poder.
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