Sri Lanka es una isla de tamaño considerable situada en el Índico, cerca de la costa sureste de la India. Tiene más de veinte millones de habitantes y no conozco a ninguno de ellos. De hecho no me consta que nadie que conozca haya estado alguna vez allí. Debe tener un clima caluroso y una vegetación exuberante, y por lo visto muy serios problemas de gobernabilidad y de abastecimiento. De allí han llegado recientemente imágenes de asaltos de la población a la residencia presidencial, en una especie de versión tropical de la toma del palacio de invierno que habrá hecho las delicias y de Iglesias y los suyos. Lo cierto es que lo que pasa allí es serio.
Más allá de que la gobernanza de Sri Lanka nunca haya sido de las más gloriosas del mundo, y que no se codea con naciones como las nórdicas en los estándares de libertad o de competitividad, lo cierto es que esta nación vive, con toda la crudeza imaginable, las consecuencias de la tormenta económica y energética que nos sacude a todos. Su economía es débil, con alto componente agrario y turístico, y no me consta que exporten muchos productos de alto valor añadido. Importan todo el combustible que consumen, y el disparo de los precios del petróleo y de sus derivados han hecho que, desde hace meses, se impusieran restricciones al abastecimiento de carburante en la isla. Tampoco creo que tengan un elevado parque de vehículos eléctricos, porque sólo los muy ricos occidentales pueden comprárselos, por lo que allí, y aquí, restringir la gasolina es la vía directa para la revuelta. Súmenle a eso la carestía de los alimentos, acentuada en todos estos países donde el grano de trigo, arroz o el cereal que corresponda es la base absoluta de la alimentación, y es imposible que no se desate la revolución, o al menos la indignación absoluta de la población. Las cuentas públicas del país deben estar en un estado calamitoso, porque su moneda oficial, la rupia srilanquesa, que ahora mismo veo que cotiza a 0,0027 euros, apenas pueden hacer nada en el mercado internacional de divisas para sostenerse. El alza de los tipos de interés en EEUU, seguid posteriormente por la eurozona y otras naciones, hacen que los capitales tiendan a desplazarse de los mercados emergentes, más arriesgados, en busca de la segura rentabilidad que les otorgan esas naciones ricas que elevan sus tipos. Sospecho que invertir en Colombo, capital de la isla, debe ser un juego de riesgo, y ahora mismo, con la situación que allí se vive, pocos extranjeros con divisas lo harán, por lo que la capacidad de la economía local de comprar petróleo y otros insumos de gran necesidad, que se pagan en dólares, será ridícula. A todo esto se le deben unir los efectos de unas medidas centradas en la explotación agraria de la isla que han sido muy afectadas por las tendencias ecologistas más estrictas que emanan del pijo occidente, y que han provocado que las propias cosechas de la isla lleven tiempo siendo bastante bajas, al haber renunciado al uso de, por ejemplo, fertilizantes químicos. La producción local, que antes permitía autoabastecer al mercado de arroz y te, hace ya unos pocos años que no lo logra, y eso, que es un problema, se convierte en un drama cuando el precio del arroz, como el de otros cereales, se dispara por la guerra de Ucrania y los problemas energéticos. En definitiva, no parece que nada vaya bien en Sri Lanka, y el proceso de empobrecimiento de la población que allí vive es tan acelerado como dañino. Las consecuencias van mucho más allá de unas revueltas y la masa bañándose en la piscina de una sede gubernamental abandonada.
El caso de Sri Lanka es un poco exagerado, si ustedes quieren, porque convergen ahí casi todos los factores posibles que llaman al desastre, pero es una muestra de las crecientes tensiones que se viven en muchas otras naciones, sometidas a un mismo proceso de alza de precios energéticos y alimentarios, de dificultad de financiación de la deuda propia y de sostener su moneda. Habrá países que puedan sortear mejor estos serios problemas, otros no serán capaces y en no pocos veremos, cada vez más, movimientos de protesta por parte de unas poblaciones que ven como sus ingresos menguan sin que nada parezca ser capaz de evitarlo. No tiene por qué haber tomas de palacetes para que el descontento social estalle. El otoño invierno viene con un inquietante rumor de fondo.
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