Afortunadamente la ley establece que la constitución de los ayuntamientos apenas deja margen para que no tenga lugar el día previsto y que no se salde con la elección de un alcalde, por lo que no tenemos unos ocho mil potenciales caos de investiduras atrasadas y demás disfunciones que pueden suceder en las autonomías y el gobierno central. Este sábado ha sido el día señalado, tras las elecciones de mayo, para realizar todos esos actos cívicos y administrativos. En la mayor parte de los casos ya se sabía quién iba a ser elegido regidor, bien por disponer de mayoría o por contar con un pacto que superase a la lista más votada, que es la que se lleva el gato al agua. Barcelona era la gran incógnita, y dio espectáculo.
Allí el más votado fue Trías, en la candidatura independentista de derechas de Junts, y después estuvieron el PSC de Collboni, Esquerra, independentistas de (eso dicen) izquierdas y luego los Comunes de Colau. Ambos partidos sacaron unos resultados muy similares, con un PP de quinta fuerza a una enorme distancia. Desde un principio se abrían tres posibilidades. Sin pactos explícitos, Trías, lista más votada, sería alcalde con una minoría muy inestable. A partir de ahí se abrían dos posibles pactos. Uno de ellos independentista, con Junts y ERC reeditando el bloque soberanista, ahora mismo sumido en una gran fractura, y el otro el pacto entre PSC y los Comunes, que con el apoyo del PP daría una mayoría no soberanista, pero que contaba con la oposición de los Comunes, que no podían soportar que el maligno PP les apoyara. Durante días Esquerra y Junts han estado negociando, y las cosas parecía que iban bien, por lo que por la primera o segunda alternativa Trías disfrutaría del momento de tener el bastón de mando en sus manos, y a sus setenta y muchos años coronaría su carrera política, emulando a joviales de su quinta como Biden o Trump. El hombre fuerte de Esquerra, Ernest Maragall, también es otro “joven”, promesa estrella de su partido. Sin embargo, el guion independentista se frustró por obra y gracia de la decisión del PP de sumar sus votos a los Comunes y al PSC, una vez que ambos habían anunciado que votarían conjuntamente, por lo que el socialista Juama Collbonie, que ha sido teniente de alcalde con Colau en la última legislatura, sería escogido como alcalde. El revuelo en el pleno fue grande, pero nada comparado con la indignación absoluta de un Trías que veía como la alcaldía que ya casi tenía en la mano le era arrebatada en el último minuto. Casi emulando esos esprintes ciclistas en los que la foto finish determina qué tubular ha sido el primero en cruzar la línea de meta, los votos no soberanistas vencieron a los soberanistas, y el PSC se puede colgar la medalla de haber reconquistado, tras muchos años, la alcaldía de una Barcelona que dominó en el pasado. El propio PSOE, aunque su relación con el PSC sea lo que es, puede exhibir el triunfo de gobernar la segunda ciudad de España. Los Comunes, desalojados de todo su poder municipal, mantienen una pica de influencia en el consistorio que más publicidad puede darles y el PP tiene como argumento para la venta su sentido de estado a la hora de una votación en la que no pintaba casi nada. Los que ganan, ganan, todos. Y los que pierden… bueno, lo pierden todo. ERC no consigue la vice alcaldía tras unos malos resultados locales en Cataluña y Junts pasa de las mieles del éxito en la plaza Sant Jaume a la nada más absoluta. Los gestos de Trías empezaron la jornada mostrando templaza y senny, pero la sorpresa iba creciendo a medida que el pleno avanzaba y, al desvelarse el sentido de las votaciones, trías pasó de una imagen de ancianito adorable y bonachón a la de un viejo resentido, cabreado y lleno de ira porque le habían quitado el juguete con el que soñaba. Enfadado, descolocado y poseído por la venganza, Trías hizo un discurso sabiendo que ya no sería elegido en el que, literalmente, mandó a todos a paseo y expresó un “que os den” que resonó en toda España.
En el fondo Trías actualizó aquel anuncio del Scatergorys, (los millenial no saben de qué les hablo) de tal manera que dejó claro que él y los suyos entienden la democracia como un juego en el que todos votan y se respeta la voluntad de los ciudadanos siempre que el resultado sea el que debe ser, es decir, que los ganadores sean ellos. Todo lo demás es pucherazo, bronca, usurpación de la voluntad, dictadura, fascismo y todas esas tonterías. Los “indepes” como buenos totalitarios, se llenan la boca con la democracia, el derecho a decidir, votar y esas cosas como meros procedimientos de refrendo de lo que desean imponer a la sociedad, y si esa sociedad les da espalda, la sociedad es traidora, manipulada e indigna de las nobles ideas políticas que los indepes proclaman. Menuda lección dio Trías el sábado, hizo todo lo que no hay que hacer, y como contraejemplo es, simplemente, perfecto.
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