Hay un viejo aforismo político que dice que los partidos son como los autobuses de línea. Te acercan a casa, pero no te dejan en el portal. Uno coge el bus que mejor le conviene pero sabe que no le va a llevar hasta el límite de sus deseos. En sociedad, y con una complejidad creciente, las circunstancias personales de cada uno son inabarcables y las ideas dogmáticas, de manual errado, sólo sirven para arengar a los muy convencidos de ellas, pero a casi nadie más. En política las verdades absolutas no existen, los dogmas son peligrosos y las ideas mesiánicas fuente de dolor y sufrimiento. Es algo que enseña la historia una y otra vez. Y no aprendemos.
La llamada nueva política, que empezó tras el 15M, ha resultado ser algo parecido a la primavera árabe, un movimiento que trajo muchas esperanzas y que sólo ha generado caos y decepción. Inicialmente fueron dos las fuerzas que surgieron de ese movimiento, Ciudadanos y Podemos, y una tercera, Voz, que ya existía desde antes, de manera casi testimonial, se encarnaron en partidos hechos y derechos que empezaron a cosechar votos y cambiar el panorama político. Ciudadanos era una fuerza moderna, reformista, de aire liberal, que venía a cubrir el hueco del centro, que en España había sido encarnado de manera fugaz por fuerzas de éxito y luego ruina. Era una idea del liberalismo europeo de toda la vida que tuvo un ascenso meteórico, unas posibilidades maravillosas y que, por errores de estrategia que se estudiarán en las escuelas de negocio y política, naufragó. Hoy sigue existiendo como formación, pero lamentablemente ya no es nada. Los otros dos partidos eran espejos, reflejos simétricos de las ideologías clásicas llevadas a su extremo, que es donde se juntan en su afán totalitario y opresor. Podemos fue el que más lejos llegó, alcanzando el poder nacional tras las segundas elecciones de 2019 y el pacto de gobierno con Sánchez, y a partir de ahí ha ido decayendo, fruto de la soberbia de sus dirigentes, especialmente de ÉL dirigente, y de enormes errores propios, causados tanto por el dogmatismo como por el simple desconocimiento. Podemos ha sido un desastre como partido gestor y de cogobierno, y ha escorado al PSOE hacia unas posiciones antinaturales para ellos. Vox, que es lo mismo que Podemos, pero vestido con camisa azul y reminiscencia de escudos preconstitucionales, fue subiendo en escaños y poder a medida que el PP, privado del poder tras la derrota de Rajoy en la moción de censura, se sumía en sus líos y luchas. La estrategia del “cuanto peor mejor” demagogia mediática y en las redes y el afán de bronca, herramientas que también Podemos ha utilizado de manera masiva, han dado a los de Abascal una representatividad aparente mucho mayor de la que realmente tienen. En parte la subida de Vox también responde a una estrategia del PSOE, que veía con agrado como la división en la derecha servía para que ese espectro de voto fuera castigado a la hora de repartir escaños, por lo que impedía que el PP fuera nuevamente un gran partido. La debacle gestora de Sánchez y sus engaños constantes han hundido al PSOE y han propiciado que un nuevo ciclo de voto de derecha se haga con gran cantidad de poder local tras las elecciones de mayo y que, con elevada probabilidad, sume mayoría absoluta en el próximo Congreso que surja tras las generales de julio, pero será una suma partida, escindida en dos formaciones, la clásica del PP y la disparatada de Vox. Si hemos vivido durante estos años la pesadilla de un gobierno de coalición con exaltados comunistas puede que estemos a las puertas de tener a unos exaltados falangistas reivindicando la cuota de poder que creen que les corresponde.
Lo sucedido ayer en el parlamento extremeño es una perfecta muestra del disparate al que nos podemos abocar a partir del 24 de julio, con aires de 2019, si un partido intransigente, que tiene ideas propias de siglos pasados y que se cree poseedor de la verdad absoluta no permite que se forme un gobierno estable, centrado y moderado. Como le digo a la gente, si quieres que gobierne el PSOE, vota al PSOE, si quieres que gobierne el PP, vota al PP, pero votar a todo lo demás es meter en un lío a tu espectro ideológico y generar un caos en el que el país no avanza y nos somete a la melancolía de una política de bandos, insultos y demagogias. No cuenten conmigo para eso. Me parece genial que Podemos esté a punto de pasar a la historia. Ojalá Vox pierda votos a chorros en todas las elecciones y se quede convertido en la marginalidad ideológica que es.
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