Ha querido la casualidad que en apenas unas semanas se encadene la muerte de tres grandes y prestigiosos escritores, a los cuáles he leído y admirado. A mediados de mayo fallecía Martin Amis, a los 74 años, del mismo cáncer de esófago que mató a su inmenso amigo Christopher Hitchkens, cuya marcha no logró nunca superar. Este sábado, por sorpresa, a los 64, nos dejaba Nuccio Ordine, profesor y apologeta del mundo clásico, y ayer, a los 89, lo hacía Cormac McCarthy, uno de los novelistas norteamericanos más míticos de las últimas décadas, de vida extraña, oculta, y de obra de gran éxito. Ambos estaban consagrados por crítica y público.
De los tres Ordine era el profesor, el intelectual, no el escritor de novelas sino el devorador de clásicos, el estudioso y ensayista. Famoso en todo el mundo gracias a un pequeño texto titulado “La utilidad de lo inútil” se dedicó en cuerpo y alma los últimos años a propagar la necesidad de volver a los clásicos, a valorar la educación y el valor que tiene la cultura y el conocimiento. Afable, italiano del sur, recibió el Premio Príncipe de Asturias de las letras de este año por su obra y mensaje, y lamentablemente no podrá recogerlo en Oviedo este otoño. Ha muerto de un derrame cerebral repentino que lo hospitalizó el jueves pasado y lo liquidó en tres días. Amis sí era literato, de novelas apasionadas, aunque también le dio al ensayo de una manera muy personal. Hijo de Kingsley Amis, siempre permaneció en la realeza de las letras británicas, aunque ejerció el papel de rebelde y protestón. Perteneciente a una generación de maestros de enorme nivel, con compadres como Rushdie, McEwan, Barnes o Ishiguro, este último poseedor del Nobel, la obra de Amis tiene a la decadencia británica como fondo y a personajes amorales que ligan, beben, aman, dejan y subsisten en medio de contradicciones y autoengaños. En cierto modo escribió de lo que sabía y había vivido. Vendió mucho, aunque sin llegar a la categoría de best seller, y desde hace ya algunos años vivía en EEUU. Su obra es atractiva, aunque exige trabajo del lector. Ha escrito algunas de las escenas más decadentes y, en referencia a lo de ayer, berlusconianas de las últimas épocas, y él mismo poco a poco fue acrecentando su imagen de vividor, mujeriego y ácrata. Su muerte ha sido un golpe duro para las letras británicas y la primera señal de ocaso de esa generación mágica, donde la edad media ya es elevada. El caso de McCarthy es distinto a todos ellos. Es escritor absoluto, pero con una vida persona desconocida, secreta, fomentada por el mismo dada su ausencia del mundo de la promoción literaria, que a Amis le encantaba. Circulan rumores desde hace años sobre qué hacía McCarthy en su juventud y primera madurez, y nunca se han confirmado. Residente en el oeste sur de EEUU, pasaba temporadas encerrado en casa o en conventos o en centros de investigación física, donde aprendía todo lo posible, estuviera relacionado con lo que iba a ser su obra o no. Sus novelas, ambientadas la mayor parte en esa zona de frontera que engloba a México, Arizona y Texas, son como el paisaje de esos lugares. Secas, rudas, áridas. Personajes polvorientos que acumulan más suciedad en su corazón que en las botas, y que sobreviven como pueden en un mundo en el que la vida vale poco, el dinero lo es todo y las balas determinan quién cava y quién ocupa la fosa, parafraseando a Clint Eastwood. Son westerns modernos, en los que no hay piedad, donde el hombre se enfrenta a un destino oscuro y a sabiendas de que en nada podrá poner su confianza. Meridiano de sangre o Todos los caballos bellos son algunos de sus títulos más redondos y conocidos. El año pasado sacó una nueva novela, doble, tras años de estudios en física cuántica. Apenas concedía entrevistas.
McCarthy se hizo enormemente popular gracias a dos buenas adaptaciones cinematográficas de obras suyas, “No es país para viejos”, con Javier Bardem como el asesino en serie con el peor peinado de la historia, y “La carretera” con Vigo Mortessen como padre y guía de su hijo en lo que parece ser un mundo destruido tras algo que lo ha dejado reducido a cenizas y escombros. Si la película es angustiosa, el libro lo es aún más. McCarthy estaba considerado como el más grande de los escritores norteamericanos vivos. Stephen King, De Lillo, Pynchon y Joyce Carol Oates, mayores, son los que quedan de su quinta y hoy lloran su marcha.
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