Transcurridos ya varios días desde el fracasado golpe del sábado en Rusia las dudas que allí se crearon siguen sin ser respondidas, y la incertidumbre no deja de ser enorme. Creo que aún no somos conscientes de la gravedad de lo que se vivió apenas hace unos días y de lo cerca que estuvo Rusia de una guerra civil declarada entre un grupo de miles de mercenarios y las fuerzas regulares del ejército. El derribo de algunos aviones militares por parte de los sublevados hace que el episodio no se haya saldado sin víctimas, pero para lo que pudo ser, se quedó en poco. Y ese es el único consuelo de lo sucedido. Lo demás, nervio e incertidumbre.
La resolución del suceso, con una mediación declarada del esbirro bielorruso de Putin, deja un montón de preguntas en el aire y a un grupo de mafiosos heridos en su orgullo y tocados en sus ansias de poder. Definitivamente, por si había alguna duda, Rusia es un estado sometido por mafiosos y bandas rivales que se disputan el poder, los recursos e ingresos de la nación para sus propios intereses, y es la capacidad de matar que cada uno tenga la que sirve para amedrentar al resto y someterlo. El miedo del que empuña la pistola es lo que manda allí, y el relevo del poder se produce cuando otro, con su pistola, mata al anterior y ocupa su cargo, y esto no es una metáfora, sino la cruda descripción de la realidad. Putin mantiene el poder porque mete más miedo que el resto y no duda a la hora de eliminar a los que se le interpongan, y Prigozhin ha sido el primero en mucho tiempo que ha utilizado las mismas armas de Putin, directamente las armas, para meter miedo y tratar de usurpar el poder. Su idea de mover las tropas de la milicia Wagner hacia Moscú y las ridículas escenas en las que algunas excavadoras habrían zanjas en las autovías de acceso a la capital para impedir el paso de las columnas de blindados ejemplificaban, como pocas cosas, la tensión que se vivió el sábado, la relativa inacción del ejército regular y el miedo que empezó a apoderarse de algunos pasillos del Kremlin al comprobar que el grupo de mercenarios, auspiciado y pagado por la mafia principal que domina el país, trataba de levantarse en armas frente a quien le daba de comer. No parecía, a doscientos kilómetros de Moscú, que los mercenarios fueran a deponer su actitud tras haber recorrido tres cuartos del camino que les separaba de Rostov del Don, donde se habían hecho fuertes y, muy importante, contaban con el apoyo popular de la población de la ciudad. El acuerdo, al que se llegó poco después, frenó lo que parecía una columna directamente encaminada al enfrentamiento, que vendería cara su vida frente a la desmoralizada tropa rusa. Para los que seguíamos todo lo que allí pasaba con asombro y temor, la noticia del acuerdo fue aún más sorprendente, y me sigue pareciendo un extraño apaño que nadie podía esperar ante una situación que se iba de las manos. ¿Qué pinta Lukashenko en toda esta historia? ¿Qué capacidad de influencia tiene el dictador bielorruso, que es un mero peón del Kremlin? Es imposible saber lo que pasó ahí, en esas horas de la tarde, si Putin y Prigozhin hablaron directamente, si se cruzaron tacos y amenazas, si se dirigieron maldiciones mafiosas propias de películas buenas o de serie B, pero lo cierto es que vimos cómo se escenificaba un poder militar leal a una facción tratando de asaltar el poder establecido, en un remedo de lo que pasaba en la decadente roma imperial cuando un general, harto de las proclamas del emperador, y sabiéndose respaldado por la tropa que comandaba, decidía ponerse en camino a Roma para, directamente, de poner al dictador y mostrar a la plebe quién era el nuevo hombre fuerte, ejecuciones públicas mediante. Y así sin cesar hasta que el imperio aguantase.
Se supone que Prigozhin está en Bielorrusia, o eso ha dicho Lukashenko, pero no hay pruebas conocidas de que así sea, y en todo caso, de haberse ido allí, es poco probable que dedique las horas a hacer maquetas de barcos o crucigramas. Supongo que tendrá cuidado con lo que come y que no pasará de la planta baja de cualquier edificio que visite. Putin, que se mantiene en el poder, ha sufrido una erosión grave, ha mostrado grietas en su férreo control del estado y ejército, está más débil tras el peor de los pulsos que ha vivido desde que es el dictador del país. Necesita dar un golpe de autoridad para recalcar que manda y que no está tocado. Como ha dicho el secretario de estado de EEUU, el poder en Rusia ha mostrado grietas desconocidas que pueden ir a más. Lo del sábado ni mucho menos se ha acabado.
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